El verdadero desarrollo de la minería asturiana comienza en 1828 con la real orden que trata de promover la explotación del carbón en Asturias. Se anima a los inversores extranjeros a invertir y varios empresarios, franceses, belgas, alemanes e ingleses, fundan compañías. En 1833 se inicia la Real Compañía Asturiana de Minas. A ésta la suceden bastantes más.

En agosto de 1853 se inaugura el ferrocarril Langreo-Gijón para paliar los problemas de comunicación, que siempre han sido un lastre para Asturias y siguen siéndolo. El principal competidor de nuestro carbón era el inglés, que era más económico y de mejor calidad. En 1884 se une Asturias con la Meseta por Pajares.

Durante el siglo XIX, afortunadamente, los mineros asturianos tenían unas pocas tierrinas que cultivaban y les permitían ser más independientes de los patronos. Las cosas tenían que haber seguido así, porque la situación laboral en las minas siempre ha sido espantosa. Horarios interminables de doce horas, los mineros nunca veían la luz del día. Las épocas en que se empleaban niños pequeños por su tamaño. Los salarios abusivos.

Recuerdo haber estudiado la Revolución Industrial y haberme producido tanto dolor la situación de los trabajadores en las fábricas y en las minas que llegó a hacerme llorar de rabia e impotencia. Siempre me sentí feliz de que en mi familia nadie se haya enriquecido con minas o fábricas en aquellas épocas.

Durante la I Guerra Mundial el carbón asturiano tuvo su época dorada, los dueños de las minas se hicieron de oro, pero no hubo mejoras en el trabajo. En Alemania se mecaniza el 90%, en Francia el 70%. Aquí nada. Acabada la guerra, los diferentes gobiernos obligan a usar carbón asturiano. Surgen el SOMA de Manuel Llaneza, la CNT. En octubre de 1919 convocan una semana de huelga y consiguen la jornada de ocho horas en el exterior y siete en el interior.

Después de la Guerra Civil hubo unos buenos años para la minería. En 1941 se crea el INI y se vuelven a aprobar medidas asistenciales como seguros, economatos, orfanato minero, viviendas sociales. Pero en los años sesenta empieza la crisis, las pérdidas en las minas son cada vez más grandes, países como Polonia, Rumanía, la Unión Soviética, con minas mejor mecanizadas, compiten con éxito. Asturias pasa de ser la sexta región en renta per cápita en 1955 a la vigésima primera en 1985.

En los ochenta se empiezan a cerrar pozos en Asturias. En 1991, Francia y Bélgica cerraron sus pozos, Alemania sólo dejó los más rentables.

Se ve necesaria la reconversión, no se puede seguir perdiendo dinero eternamente, urge encontrar alternativas. La Comunidad Europea dedica gran cantidad de dinero para tal fin. Los fondos mineros deberían de haber sido una solución, quizá no perfecta, pero sí una ayuda importante. Pero algo sucedió, o no hubo voluntad de solucionar la situación o no se supo hacerlo. Se jubiló a los mineros, muy jóvenes, con unas cantidades muy por encima de las del resto de los trabajadores. Es cierto que el trabajo en la mina no es comparable al trabajo en una oficina, pero esta solución no fue la respuesta.

No se crearon nuevas empresas para sustituir los empleos a perder en las minas, no se supo inculcar a los hijos y los nietos de los mineros la necesidad de trabajar y hacer un esfuerzo para labrarse un porvenir. No se supieron aprovechar alternativas como ocurrió en el País Vasco con las nuevas tecnologías, el mundo de los ordenadores, etcétera. Ni siquiera se gastó el dinero de los fondos, se convocaron cursos en los que nadie se apuntó. No se apoyó a los jóvenes a arriesgarse a crear nuevas empresas, más bien se les animó a gastarse alegremente el dinero de los padres y los abuelos.

Y ahora llega el momento del «¡ay!» y del crujir de dientes. La crisis no permite gastar más dinero a fondo perdido porque no lo tenemos. Ésta es una situación que lleva arrastrándose desde hace mucho tiempo y ya debería estar parcialmente solucionada, pero no lo está. Estamos en un punto sin salida, pero no sólo la minería: la enseñanza y la sanidad también. Apetece esconderse en un armario cada mañana cuando oyes las noticias, pero es un problema de todos y tenemos que ponernos de acuerdo, dar el do de pecho, ayudarnos unos a otros. La vida es una crisis eterna que vamos solucionando cada día, y eso es lo que tenemos que hacer. Pero barricadas, cortes de carreteras, huelgas eternas, enfrentamientos con antidisturbios, que no son más que trabajadores como nosotros, no son ninguna solución. Así se crispa la vida ciudadana, se fomentan los odios, se da una imagen distorsionada de nuestra tierra, se pierde un dinero que no tenemos.

Afortunadamente, el trabajo en la mina ya no es aquel horror de tiempos pasados, pero sigue siendo muy duro; sería estupendo que se encontrase algo mejor para sustituirlo.