J. L. ARGÜELLES

Las largas horas de travesía, la vida en suerte frente al arañazo de los elementos, los puertos y las muchas historias que se cruzan en sus muelles marcaron la biografía de Joseph Conrad, como él mismo cuenta en «El espejo del mar». Fue oficial y mandó buques antes de convertirse en uno de los grandes escritores de todos los tiempos. Miguel López García viene de esa tradición. Capitán de la Marina Mercante, controlador ahora de la torre de Salvamento Marítimo de Gijón, comenzó a escribir con el medio siglo ya cumplido, después de más de tres lustros de navegaciones y aventuras. A sus 58 años, un jurado bajo la presidencia de José Jiménez Lozano, premio «Cervantes», acaba de concederle el certamen de novela corta «Zayas» por «Cuando la bruma se desvanece».

Son seis mil euros, el prestigio del galardón y lo que es más importante: el espaldazaro a un narrador que hace sólo ocho años, movido por una nueva pasión y un extraño desasosiego, se volcó sobre un folio en blanco como si el propio mar le llevara hasta esa orilla blanca en la que las palabras se remansan o desbordan, según. Lo cuenta ahora, varias novelas después. En esa prehistoria literaria está también, claro, el mar: «La necesidad de escribir surgió con un accidente que le costó la vida a una muchacha; aquella muerte me impresionó y me llevó a empezar mi primera historia, que no acabé pero a la que volveré algún día».

Nacido en Barres, concejo de Castropol, allí donde sus gentes hacen de la raya marítima del horizonte una profesión y un destino, el capitán Miguel López García fue lector extenso en los sollados de los buques en los que sirvió, cuando el tiempo suena monótono como las olas en el casco de la nave. Picotea de varios platos mayores, de José Saramago a Ian McEwan, pasando por los grandes narradores del «boom» latinoamericano, con Gabriel García Márquez a la cabeza. «Voy a las bibliotecas y me dejo llevar; así he leído mucho a los autores nórdicos, también a los rumanos», explica, mientras admite que ha extraído material prosístico de su biografía marinera: «Navegué como capitán y eso te hace conocer muy bien a la gente».

El escritor Miguel López García tiene acabada una «novela de mar», como el mismo la llama. La tituló «Aguas blancas», pero deja claro que «no es una historia de aventuras». Y, también, que hay más narraciones en su saco marinero: «Tengo la novela de barcos y aventura en la cabeza». Cualquier día será; cuando sienta, una vez más, aquel desasosiego que sintió por primera vez hace ahora ocho años.

Antes del «Zayas» ganó -su especialidad- otro premio de novela corta, el «Villa de Brunete» por «Sucedió aquí». Ahora busca editor para «Cuando la bruma se desvanece», una historia de muerte y premoniciones ambientada en un pueblo con caminos asturianos, según confiesa. Afirma que no le interesa mucho la novela policíaca, aunque aquellas líneas estén urgidas por un crimen y llevadas desde el hilo fino del suspense. «Lo rural no es idílico, hay violencias que se prolongan durante generaciones», dice. Trabaja a turnos en el ojo vigilante de la torre de Salvamento, en El Musel, donde el Cantábrico enseña sus tripas. El resto del tiempo lo dedica a la literatura: «Creo que será ya para siempre mi pasión».