J. MORÁN

«Gijón ya tiene catedral». La frase la pronunció el 19 de agosto de 1998 el ecónomo del Arzobispado de Oviedo, José Gabriel García, «Pepito», según entraba en la notaria de Ángel Aznárez para firmar los documentos por los que la Compañía de Jesús transfería a la diócesis el templo del Sagrado Corazón, la popular Iglesiona, edificada por los jesuitas entre 1914 y 1920. A la firma asistían también el ecónomo de los jesuitas, Salvador Galán, y el abogado Viliulfo Díaz.

Y aunque el arzobispo Gabino Díaz Merchán matizara después esa idea de que «Gijón tuviera catedral, ya que sólo era tal la de Oviedo», nombró rector de la Iglesiona al entonces obispo auxiliar de Asturias, Atilano Rodríguez. Pero aquel templo lleno de historia y de arte contenía además un defecto que hasta entonces no había dado problemas: una profunda grieta que atravesaba de arriba abajo su fachada, una fisura casi tan antigua como el mismo edificio, según solía recordar el padre Patac, jesuita que desde niño conocía el templo. Sin embargo, fue poco después de aquella transferencia del templo cuando la grieta comenzó a registrar movimientos que ya resultaban inquietantes, como el catedrático de Construcción Gerónimo Lozano se encargaba de comprobar periódicamente.

Y así hasta llegar a un punto en el que se temía que la Iglesiona necesitaría una reparación del tamaño de una catedral, una obra titánica que finalmente le tocó afrontar al sacerdote Julián Francisco Herrojo Rodríguez, destinado como rector del templo en septiembre de 2002 por el arzobispo Carlos Osoro, que había tomado posesión de la diócesis el anterior mes de febrero. «Vine a darle un sentido a este templo: que estuviera al servicio del ministerio del arzobispo en la ciudad mas grande de Asturias, Gijón, así como dar acogida a todos los grupo católicos que lo precisasen», evoca hoy Herrojo.

Con esa misión, «se me ocurrió que dados los valores artísticos del templo, aunque semi ocultos por su deterioro, se podía solicitar a Roma el título de basílica menor; yo ya había hecho lo mismo con la iglesia de Cangas del Narcea». Julián Herrojo había nacido en San Juan de Nieva, concejo de Gozón, en 1958. En 1980 ingresó en los Benedictinos, en Samos (Lugo), pero años después se incardinó en la diócesis de Oviedo, donde se ordenó en 1991. Fue entonces vicario parroquial de Cangas del Narcea (1991-1997), y después realizó estudios de Sagrada Escritura en Jerusalén (1997-1999). Retornó como párroco de Breceña y siete parroquias más de la zona de Villaviciosa y en 2002 llegó a la Iglesiona.

Herrojo preparó la extensa documentación para solicitar el título de basílica y Osoro la obtuvo en un tiempo récord, al cabo de un año, en octubre de 2003. «Pero esto no se hizo para obtener dinero público para lo que estaba por venir, porque todavía no se conocía con precisión».

No obstante el deterioro de la grieta continuaba siendo amenazante. La empresa Geocisa realizaba un seguimiento preciso de la evolución del edificio y preveía la necesidad de una compleja obra de recimentación del templo. El diagnóstico era preocupante y el gasto previsible de reparación elevado. Por ello el Arzobispado solicita a la comisión mixta de Fomento y Cultura una partida del «uno por ciento cultural» por valor de 1.377.000 euros para la «consolidación de la estructura, sellado de las grietas y nivelación de pavimentos». La ayuda es concedida en febrero de 2004, «y acudí a una inauguración de Álvarez-Cascos en Asturias para darle las gracias», comenta Herrojo. Cascos y Osoro habían mantenido alguna reunión previamente. Pero el cambio de gobierno de la nación en marzo de 2004 «supuso la supresión de varias asignaciones de uno por ciento, entre otras, la nuestra».

Paralelamente, la Iglesiona seguía estremeciéndose. «Un día, al observar un testigo en una grieta detrás del órgano, vi que en poco tiempo se había movido un milímetro; había que actuar con urgencia», rememora Herrojo, quien agrega que «aquello fue angustioso, porque además un día se cayó una campana».

Entretanto, el presupuesto de recimentación del edificio ya se había calculado con más exactitud: 1,7 millones de euros. Pero «obtuvimos acogida por parte del Presidente del Principado, Álvarez Areces, y se logró firmar un convenio de colaboración a tres partes: Administración regional, Ayuntamiento y Arzobispado». En este punto, Herrojo quiere precisar que en tal acuerdo «no hubo ninguna cláusula oculta que nos obligara a retirar las placas del atrio». Dichas placas habían sido instaladas tras la guerra civil, mediante sufragio de las familias afectadas, y contenían los nombres de quienes sufrieron prisión en la Iglesiona en la etapa del Gijón frentepopulista y después fallecieron, en su mayoría fusilados. «Nunca hubo imposición oficial de retirar las placas, sino que fue un idea mía después de consultarlo con muchas personas: no había que destruirlas, sino trasladarlas, y del arquitecto Alejandro Miranda fue la ideas de rehacerlas en vidrio». En efecto, las placas fueron trasladas a la girola del templo y se les añadió la frase «Amad a los que os odian y rogad por los que os persiguen».

Antes, en junio de 2006, se habían iniciado los trabajos de compactación del subsuelo, a cargo de la firma Geocisa, mediante 170 perforaciones a un profundidad media de 13 metros. Geocisa también se hizo cargo de la reconstrucción de la cubierta del templo, pues las humedades eran también un problema muy serio. La empresa gijonesa VIR emprendió después el «cosido» de la grieta de la fachada, mediante la reconstrucción de los sillares afectados, y también restauró el ábside exterior. Más tarde, en enero de 2008, la Fundación Caja Madrid aceptó la petición de 492.000 euros -de un total de 782.000- para la restauración del interior de templo y de sus pinturas. La obra sería ejecutada por al UTE Batea-Artes Demol. Finalmente, la Iglesiona volvía a abrir sus puertas el 22 de noviembre de 2009, en una misa presidida por los obispos Raúl Berzosa y Atilano Rodríguez.

Herrojo echa hoy la vista atrás y quita méritos a su evidente esfuerzo al frente de todo aquello: «Tuve detrás al ecónomo diocesano, José Ramón Garcés, y delante al aparejador Agustín Cidón, de VIR, y al arquitecto Alejandro Miranda, además del apoyo de muchas personas y la unanimidad de los partidos políticos». El montante de la obra había sido, en números redondos, de «tres millones de euros, de los que 480.000 procedieron del Principado, otro tanto del Ayuntamiento y 900.000 del Arzobispado». Pero «lo más reseñable es que 670.000 euros fueron aportados por los fieles; no creo que haya caso igual en España en el que una feligresía haya aportado una cantidad semejante», sentencia Herrojo. Hoy sólo quedan por pagar 17.500 euros.

El próximo septiembre, cuando Herrojo iba a cumplir diez años en la Iglesiona, su nuevo destino será la Parroquia del Santo Cristo de las Cadenas, en Oviedo. Sin embargo, en Gijón ha quedado el legado de su década de trabajo titánico.

A la izquierda, abajo, esquema informático de las deformaciones de la Iglesiona por los problemas de cimentación. Encima, proceso de reforzamiento del subsuelo. En las fotos superiores, muestras de la restauración de las pinturas. Bajo estas líneas, a la izquierda, el arzobispo Carlos Osoro, con Rafael Spottorno, entonces presidente de la Fundación Caja Madrid y hoy jefe de la Casa del Rey; en el centro, Herrojo, con Areces y Paz Felgueroso, durante una visita a las obras finalizadas, y a la derecha, nuevo emplazamiento de las placas de la Guerra Civil.