Párroco jubilado de San Miguel de Pumarín

J. MORÁN

El sacerdote Eduardo Berbes, de 80 años «cumplidos el 10 de mayo», se jubila como párroco de San Miguel de Pumarín. Se despedirá en septiembre, después de 21 años de trabajo en este templo del popular barrio gijonés, «en el que he sido muy feliz».

-¿Qué recuerda de su llegada?

-Llegué el 29 de septiembre de 1991, precisamente el día del patrón, San Miguel. La parroquia se había creado hacia 1970 y no tenía templo, sino que utilizaba el de la Purísima, en Nuevo Gijón. A continuación se construyó el edificio del colegio y de la parroquia. Aquí no había entonces ningún colegio y el Ayuntamiento pidió dos aulas para colegio público, que se le cedieron. Cuando vine en 1991, la etapa infantil era de pago, pero luego se consiguió concertar, y ahora es concertado en todas sus etapas. Y la parroquia había comenzado a funcionar en este templo en 1972.

-¿Cuál era su biografía antes de llegar a Pumarín?

-Nací en Ribadesella, en 1932, en el muelle, porque mi padre tenía un taller de embarcaciones que arreglaba motoras de Lastres, Llanes y Ribadesella, y hacía botes y chalupas. Ingresé en el Seminario con 12 años, en Tapia de Casariego. El segundo y tercer curso los hice en Valdediós y desde cuarto estudié en Oviedo, en el Seminario de Prau Picón. Me ordené en 1957 y fui coadjutor en Grado, en Candás y en Pumarín de Oviedo. Después fui párroco en Belmonte de Miranda y a continuación en Carbayín Bajo, en la cuenca minera, en el pozo Pumarabule.

-Corren malos tiempos para los mineros.

-Llegué a Carbayín hace 40 años, y estuve allí 19. Aquello fue una experiencia muy positiva y guardo un gran recuerdo. Era una parroquia nueva porque se había desgajado de Valdesoto. Nació alrededor del pozo Pumarabule, que tenía muchos trabajadores y tres turnos. Allí habían nacido dos barriadas y cuando yo llegué no había ni iglesia ni casa parroquial, así que durante once años estuvimos utilizando la capilla de la mina, que estaba a lado de la báscula y de la bajada al tren Gijón-Laviana y de las tolvas para los camiones.

-¿Cogió muchas huelgas?

-Pocas. Aquello era tranquilo y fuimos nosotros los que organizamos una huelga para que nos hicieran un puente sobre la vía del tren, que dividía el pueblo, y el que había estaba cayéndose. El Ayuntamiento no hacía nada y Hunosa había dado palabra, pero no acaba de hacerlo. Fueron dos días y dos noches de protesta y ayudaron mucho los mineros, que cerraron los accesos por Valdesoto y por Carbayín Alto. «El caso es que se haga el puente», me decían. Me ayudaron mucho y quedé muy, muy agradecido. Los mineros son muy buena gente y los quiero mucho.

-¿Accidentes?

-A los pocos días de llegar me avisan de que sacan a un minero y no se sabía si saldría con vida. Fui corriente al botiquín con el médico, Gaspar, y traen al minero muerto. Le puse la santa unción y el médico dijo que le quitaran la funda, para examinarle. Yo creía que los mineros se manchaban sólo la cara y las manos, pero estaba todo el cuerpo negro. Quedé impresionado. Sólo hubo ese fallecido en mis años, pero accidentes muchos, y yo les esperaba en la boca del pozo. Los mineros me ayudaron a hacer el complejo parroquial; prácticamente fueron ellos los que lo hicieron. Todo fueron facilidades con ellos y quedé encantado. Ahora mismo me da mucha pena lo que está pasando con la minería.

-Y después, a Pumarín.

-Me llamaron del Obispado y me dijeron que si quería venir a San Miguel. Era ya la segunda mitad de septiembre y me decidí a venir. La parroquia iba con el colegio, ya que el párroco es el titular, aunque hay un director del centro. De aquella tenía menos de 500 alumnos y hoy son 618. Hay 43 profesores y todos los años no pueden entrar todos los niños que lo solicitan. Se presentan sesenta y pico solicitudes y la Consejería admite cincuenta.

-¿Cuál es el territorio y población de la parroquia?

-Abarca desde el Instituto Doña Jimena, en línea recta, hasta el Hipercor y su territorio está a continuación de la Milagrosa y San Vicente hasta la Sagrada Familia de Contrueces. Cuando vine, la estadística del Obispado decía que 27.000 habitantes, pero yo creo que ahora hay más, por todo lo que se ha edificado por debajo del Hipercor, que antes eran praos. Ahora, el número de feligreses ha descendido. Al comienzo había 90 bautizos al año y ahora hay unos 50, pero tenemos dos cursos de catecismo con unos 100 críos cada uno.

-En 1999 usted fue acuchillado por un feligresa.

-Una pobre infeliz, feligresa a la que yo no conocía. Había un funeral y yo estaba en el altar encendiendo las velas. Sube ella, coge una flor del florero y me la da. «No, gracias», le dije. Eso fue todo. Saca un cuchillo de una bolsa de la compra y me llena de cuchilladas en el pecho, en el mentón o en la mano, cuando traté de defenderme. Dicen que tuvo un trastorno mental. En seguida caí al suelo y no había nadie en la iglesia porque aquí la gente acostumbra a entrar detrás del féretro. Sólo estaba el organista, arriba en el coro que no debió de ver lo que estaba sucediendo.

-¿Y después?

-Recuerdo que caí y que perdía sangre. Sé que vino gente a atenderme y recuerdo como medio en sueños que me sacaron en camilla y me metieron en una uvi móvil. En Cabueñes los médico me dijeron que no me preocupara, que no era demasiado grave. Tuve la suerte de que actuaron dos mujeres que intenté averiguar quiénes eran y no lo logré. Eran dos chicas que pasaban por la parroquia y vieron las ambulancias; entraron e hicieron los primeros auxilios. Eran una médica y una enfermera, pasado el tiempo las busqué y las busqué para agradecérselo y no fui capaz de dar con ellas.

-¿Y qué paso con la mujer que le agredió?

-Sé que recibió atención especializada. Después, cuando me dieron el alta y volví a la parroquia me citaron en el Juzgado y fui con mi coadjutor, Luis Muiña, que fue quien me cuidó todo el tiempo y ahora va a ser el párroco de Somió. En el Juzgado se me presentó un señor que era el abogado de la chica. «Encantado de saludarle», le dije. Entramos a la sala y yo le dije tres cosa al juez: «No la denuncio, no quiero ninguna indemnización y la perdono». El juez pareció asustarse. «¿No tiene más que declarar?». «Nada más». Al salir, el abogado me dice: «Oiga, nunca he tenido un juicio en el que oyese a un señor decir lo que usted ha dicho».

-¿Y experiencias agradables?

-Todas y todos los días. Gracia a Dios, incluso aquel suceso acabó bien. Notas que la gente te quiere, prueba de ello es que están tristes y me pregunta por qué me marcho. Ha sido muy agradable estar aquí, los feligreses te invitaba a comer a sus casas, a sus fiestas, disfrutaba en las primeras comuniones y celebraciones. Muchas personas se mueven en torno a la parroquia: catequistas, scouts, profesores y personal del colegio, los niños... Fui feliz, muy feliz. ¿Qué más quieres? Doy gracias a Dios.

-¿Y en septiembre?

-Iré a vivir a la residencia de San Pedro, con Javier Gómez Cuesta, y le echaré una mano en la parroquia. Allí estuve 20 días hace poco recuperándome de una operación de pólipos en el colon. Javier me dijo: «No se te ocurra ir del hospital a la parroquia; tienes que descansar unos días». Ahora me ha dicho que me vaya con él. Javier es un tipo genial. Somos muy amigos; él es muy bueno, muy servicial y da gusto con él. Y aparte de lo subjetivo u objetivo que yo sea, es un cura extraordinario.