Ignacio PELÁEZ

«Nací un día como hoy, a las dos de la mañana de hace cien años», dicta emocionado el hermano capuchino Balbino Láiz momentos antes de la misa homenaje celebrada en la mañana de ayer en la iglesia de San Antonio de Padua.

Le acompañaban familiares, amigos y feligreses, y también religiosos y sacerdotes llegados de distintos puntos de la geografía española para concelebrar la eucaristía con el hermano Balbino, natural de Ferral del Bernesga, en León, un hombre de lucidez sorprendente para haber alcanzado el centenar de veranos, y con una extensa biografía por medio mundo. Estuvo en Francia, Venezuela, 18 años en Cuba, y regresó a España para continuar su apostolado. «Donde he estado, he quedado bien y me he sentido querido, no tengo remordimiento de no haber cumplido con mi obligación, creo que eso es lo más importante», dijo el centenario.

El hermano Balbino cumplirá el próximo 16 de agosto veinte años de permanencia en Gijón, donde guarda «muy buenos recuerdos, y donde he conocido gente muy buena aquí». Muchos recuerdos jalonan la existencia de este religioso, algunos de ellos amargos. «Un día me quisieron fusilar porque me negué a insultar a Dios, como ellos me pedían. Les llamé ignorantes por mentarle sin quererlo. Yo que creía en Él, no me podía permitir blasfemar», explicó.

Apartado desde hace un año de los preparativos de celebraciones religiosas en la parroquia, Balbino no puede dejar a un lado su labor de servicio a los demás: aún continua ayudando a organizar el comedor para su comunidad, preparar la oración nocturna y mantener limpia y dispuesta la capilla del cuarto piso de la parroquia.

El veterano religioso hace un recorrido por sus vivencias y señala, con el peso de los años, que a lo único a que ya aspira es a «no ser la carga de la comunidad y de la orden. Pido a Dios que me ayude para que no tengan que encargarse de mí, porque ahora más o menos me voy defendiendo».

Durante la celebración religiosa, que el homenajeado presenció detrás del altar acompañado de diez sacerdotes, fue solemne el momento de las lecturas, y la música elevó los rezos de la comunidad en acción de gracias por esta vida dedicada al prójimo.

Durante la homilía se proyectaron fotos de toda un vida que sirvieron para hacer balance de esos 100 años de servicio. «Ojalá el Señor me tenga en sus manos para que desde el cielo pueda pedir por todos vosotros», expresó el hermano Balbino, siempre preocupado por todos los que le rodean, como aseguran quienes le conocen y le tratan. Los mismos que ayer celebraron el centenario de este capuchino humilde, de barba blanca y corazón enorme.