El 22 de mayo de 2011, tras ocho meses jugando sin cobrar, el preparador físico Nacho Sancho recibió una curiosa indicación. Ese día, el Rayo Vallecano tenía la oportunidad de consumar el ascenso a Primera con dos jornadas de adelanto. Recibían al Xerez y su entrenador le pidió que el calentamiento terminara diez minutos antes de lo previsto. Cuando los futbolistas y los auxiliares volvieron a la caseta, José Ramón Sandoval Huertas (Humanes de Madrid, 2 de mayo del 68) había transformado el vestuario en un cineclub. Todos se sentaron y el proyector comenzó a emitir un vídeo rodado a espaldas de los futbolistas. En pantalla se sucedían las mujeres y los hijos de cada uno de ellos diciéndoles lo orgullosas que estaban del enorme sacrificio que habían hecho durante todo el año y de la hombría con la que habían competido. Para ellas ya eran futbolistas de Primera. El vídeo se cerró con la mujer del propio Sandoval, quien vivía un calvario personal, apoyando al máximo a su marido. Las cámaras de Canal Plus, a las que nada se les escapa, captaron cómo lloraban los futbolistas del Rayo mientras esperaban para saltar al campo. Salieron, y claro, se comieron al rival.

Así es el nuevo entrenador del Sporting. Sandoval atiende tanto a la persona como al futbolista y se gana fidelidades indestructibles que le permiten sacar un rendimiento óptimo de sus equipos. La motivación es un aspecto crucial y lo primero que echó de menos en el autocar del Sporting fue la música. Sandoval grabará un cd con canciones que identifiquen al grupo, como hizo en Vallecas, y a la llegada al estadio atronará siempre «La fiesta pagana», de El Mago de Oz. En el Rayo convirtió la rabia de una situación crítica en energía positiva. Técnicos y futbolistas vivían en precario, tras ocho meses sin cobrar y escapando de los problemas que esto les generaba en su vida doméstica. El propio Sandoval, que había dejado el próspero negocio familiar de hostelería para alimentar el sueño de ser entrenador, había fundido ya sus ahorros y había tenido que pedir dos préstamos para sobrevivir. La ansiedad le hizo sufrir problemas de salud, muchos de los cuales digirió en solitario, y hasta tuvo que comenzar un tratamiento para el corazón. Ahora que ha cumplido el sueño que siempre tuvo de entrenar al Sporting, está convencido de que todo mereció la pena.

Quienes lo conocen de hace tiempo aseguran que el interés de Sandoval por el Sporting viene de siempre. Mucho antes de que el club gijonés se plantease su contratación. Según confesión previa, el técnico descubrió al Sporting a través de la mirada de José Luis Garci en la película «Volver a empezar» y se quedó fascinado. Desde entonces ha bombardeado a preguntas sobre el club, El Molinón, la afición y Mareo a todo sportinguista que se ha cruzado en su camino. Lo primero que te cuenta Sandoval cuando te acercas a él, es la primera vez que pisó Mareo. Fue en la temporada 2004-05, cuando dirigía la selección de fútbol de Madrid y acudió a Gijón para disputar un torneo de selecciones UEFA. En esta época vivió una anécdota que se le ha quedado grabada para siempre. En aquel combinado tenía a Álvaro Negredo, que aún estaba en el Rayo, que marcó seis goles en la primera parte de un amistoso y le preguntó: «¿Ya me ha visto, míster, o quiere que siga jugando?».

En las distancias cortas, José Ramón Sandoval es una personalidad arrolladora. O te subes al tren o te atropella. Sus profundos ojos claros desbordan ilusión por la nueva etapa que inicia en Gijón y su discurso, de una locuacidad apabullante, gira siempre en torno a dos pilares básicos: su familia y el fútbol. En ese orden. Todo lo demás son temas menores.

Sandoval tiene mujer y tres hijas y siente devoción por ellas. Su familia es un concepto amplio y sólido, como corresponde a quien se ha criado con tres hermanos más. Su admiración por sus padres y por sus suegros es bien conocida en todo su entorno. Este verano ha sido duro por la enfermedad de su madre, que estuvo ingresada. La muerte repentina de su padre por un infarto aceleró su maduración. José Ramón, junto a sus hermanos, tuvo que hacerse cargo del restaurante Coque, que hoy ilumina una estrella Michelín gracias al talento de su hermano pequeño, Mario. La familia cuenta también con una finca para organizar eventos. José Ramón, que no tenía ni idea de pelar patatas, se metió de lleno en faena porque la familia necesitaba subsistir. La cocina es hoy, junto con los toros, una de sus grandes aficiones, aunque dicen sus allegados que se ha reorientado hacia la repostería.

Como todo entrenador que se precie, Sandoval lleva un futbolista dentro. Lo fue hasta los dieciocho años. Era un delantero tanque, sin mala leche, que solía llevarse la peor parte en los choques. En un lance con un portero la rodilla se hizo añicos y un doctor de dudosa pericia se la reventó. El costurón está ahí, a la vista de todos. Sandoval llegó a jugar en las categorías inferiores del Real Madrid, pero la falta de recursos de sus padres para llevarle a los entrenamientos le obligó a regresar al Humanes, hasta que fue fichado por el Ciempozuelos, un equipo de renombre en Madrid del que salió Juan Señor, y allí se acabó todo.

Mientras ayudaba a sacar adelante el restaurante, Sandoval decidió que quería ser entrenador. Y así, con el libro de recetas a un lado y el de técnica y táctica al otro, fue sacando ambos proyectos adelante. Cuando la cosa futbolística se fue poniendo seria, dejó el restaurante y se dedicó al otro negocio familiar, que le dejaba más tiempo libre.

Los primeros pasos fueron, cómo no, en la escuela de Humanes, hasta que le ofrecieron dirigir al Parla y lo ascendió a Tercera. Luego, con el Pinto jugó el play-off de ascenso a Segunda B. Nunca el equipo madrileño había llegado tan alto. Pasó por la selección de Madrid y llegó al filial del Getafe, con el que de nuevo alcanzó las eliminatorias de ascenso a Segunda B. Un encontronazo con Ángel Torres le sacó del club.

José Ramón Sandoval se había mudado a Vallecas con su familia para atender de cerca a su suegra, que atravesaba un problema de salud. Así que no dudó en aceptar la oferta del Rayo para dirigir a su filial. Era el mes de diciembre y el Rayo figuraba cuarto por la cola en Tercera. Ese año acabó décimo, en la segunda temporada jugó la final de la Copa Federación y al siguiente consiguió que le dejaran hacer el equipo y lo ascendió a Segunda B por primera vez en su historia.

La crisis ya había estallado en la calle del Payaso Fofó y cuando fue llamado a renovar su contrato con el filial (a pesar de que nunca había entrenado en Segunda B), exigió el banquillo del primer equipo. Encontró rechazo, pero el puesto seguía vacante y tanto insistió que uno de los hijos de Ruiz Mateos le pidió que le explicara su proyecto. Luego fue su mejor aliado para convencer a su madre.

El resto es una historia conocida, que trata de superación, honestidad y compromiso. José Ramón Sandoval logró, firmó un primer contrato de novato por seis semanas en el Rayo. Acabó ascendiendo a un equipo que estuvo toda la temporada sin cobrar y luego logró mantenerlo en Primera. Sandoval tiene fama de ser un entrenador que analiza muy bien a los rivales y que sabe buscarles su punto débil. También es un hombre supersticioso, aunque no suele compartir sus talismanes. Ahora llega al Sporting con su buen nombre por bandera y el respeto del fútbol nacional, para intentar otra proeza de las suyas. Lo primero ha sido recuperar la alegría. Lo próximo será la música en el autocar.