A. RUBIERA

José es el nombre de pila de un alto ejecutivo gijonés afincado en el País Vasco que está dispuesto a ceder su piso familiar en pleno centro de Gijón, en las inmediaciones de la plazuela de San Miguel, a alguien que lo necesite. Piensa en alguna de las muchas familias en las que la crisis económica se haya cebado en los últimos años hasta llevarles a una situación de verdadero apuro.

Su vivienda, de dos dormitorios, totalmente amueblada y en condiciones impecables, la ofrece José gratis durante un año «sin contrapartida alguna», asegura. Por medio habrá un contrato legal y también una pormenorizada valoración de la necesidad de las familias; además, dependiendo de la respuesta que tenga su ofrecimiento, se plantea dar prioridad a quienes tengan al cuidado uno o dos niños y que hayan sido víctimas de desahucio.

A José esta singular iniciativa, que quiso tramitar de forma anónima a través de un anuncio publicitario que hoy se inserta en LA NUEVA ESPAÑA de Gijón (página 3 de la edición local), le sale sincera y con un discurso muy meditado. Asegura que lo hace como «un gesto honesto de ayuda» que parte «de una familia que se siente en la obligación moral de compartir su suerte con quien más lo necesite».

Porque José -no es cierto que ese sea su nombre de pila, ya que quiere mantener un absoluto anonimato- es un trabajador de éxito de 40 años, que salió de Asturias hace más de dos décadas en busca de un futuro profesional que le ha resultado muy exitoso. Formado en la Universidad de Oviedo, con másteres internacionales y una proyección profesional que le llevó por momentos a vivir en Japón, Londres y Estados Unidos, este gijonés de raíces, de familia y donde aún conserva muchos amigos, se sintió desolado cuando en verano pasó por Asturias y vio el azote de la crisis. «Sentado en la terraza de una cafetería de Begoña, viendo la cantidad de comercios cerrados y la tónica general de la ciudad, pensé que esta región se está hundiendo», cuenta. «Y que de esta situación sólo podemos salir ayudando entre todos», añade.

Reflexivo como es, terriblemente crítico con los políticos, descreído de la acción de los sindicatos, con reticencias ante la «profesionalización» de algunas asociaciones de apoyo social, y con experiencia en otras colaboraciones filantrópicas voluntarias y anónimas que prefiere no especificar, decidió que tenía que hacer algo por Gijón. «Y debía hacerlo, en la medida de mis posibilidades, con un gesto que quizá anime a otros; de hecho, ya estoy intentando que algunos más se sumen», cuenta.

Lo que se le ocurrió, la cesión de su vivienda familiar que ahora sólo ocupa en verano o vacaciones, es algo que no ha visto nunca antes experimentado en ningún sitio, pero reconoce que tiene mucho que ver con «una frase que leí y que para mí ha resultado inspiradora, por lo tremendamente real que me parece. Una frase que advertía de que España iba a ser, de aquí a unos años, un país de casas sin gente y de gente sin casas». A esa reflexión sobre la realidad inmobiliaria española se suma que a él y a los suyos -porque José es padre de familia- su privilegiada posición económica, el hecho de disponer de cinco casas repartidas por España y de seguir teniendo un buen puesto de trabajo como alto ejecutivo con una remuneración importante, le hace mella frente a la situación de desolación general. «Que quede claro que soy un trabajador, no soy ningún millonario, ni hijo de millonarios. Pero soy consciente de que las cosas nos han ido bien y hemos tenido suerte. Gano mucho dinero y eso, hoy en día, es un triunfo. Y en cierta medida, este éxito me hace sentir mal porque si de algo estoy convencido es que no soy mejor que muchos otros», expone.

A José le pesa ser consciente de que «hay muchos hombres y mujeres de mi edad, con formaciones excelentes, muy cualificados, en situaciones penosas y con la vida que se les ha torcido muchísimo. Y pienso que eso mismo me podría estar pasando a mí, que no hay tanta diferencia entre lo que yo he luchado y lo que han luchado otros», expone.

Esa declaración de intenciones es la que, de forma sintética, ha llevado al anuncio que hoy publica LA NUEVA ESPAÑA: «Cedemos gratuitamente piso a familia necesitada en Gijón. Porque hoy más que nunca no podemos cerrar los ojos a las desgracias de nuestro alrededor. Porque algunos podemos contribuir a aliviar el sufrimiento que están sintiendo muchas familias. No pertenecemos a ningún colectivo o movimiento político, religioso, sindical o de otra índole, sólo somos personas con conciencia», ha dejado escrito.

Esa conciencia a la que alude es también la que le lleva a ser crítico con quienes, a su juicio, son los artífices o cómplices de que España esté en una situación tan penosa. «Siento vergüenza de lo que está pasando y culpo a muchas personas, con nombre y apellidos. Empezando por todos los que han ejercido la política en las últimas décadas sin ninguna cualificación. Por mi trabajo he conocido a gente con altos cargos de responsabilidad, alguno de ellos en el Gobierno de España, que no tenían ni idea de nada y que tomaron decisiones que cualquiera podía ver que tendrían una repercusión laboral enorme», cuenta.

También es crítico con quienes han vivido de los subsidios, con los profesionales del subempleo y quienes se aprovecharon de la inercia de unos años de gran crecimiento económico para vivir muy bien a costa de no dar nada a la sociedad. Por eso, quien quiera disponer del piso de José tendrá que demostrar «fehacientemente» la situación de desamparo, y también cómo llegó a ella. José quiere evitar que algún jeta profesional acabe beneficiándose de lo que él ha concebido como un bonito sueño que sirva de ayuda y dé tranquilidad a alguien que lo sepa aprovechar. A los aspirantes se les va a pedir «la fe de vida laboral de los últimos años», para comprobar que cuando había trabajo de sobra en España, esa persona o esa familia estaban trabajando «y que si ahora no lo están es porque las circunstancias han cambiado mucho y se les ha venido encima una situación de la que no son culpables», argumenta.

También quiere que los aspirantes acrediten su versión de por qué llegaron a la situación en la que están, «a través de, al menos, dos personas moralmente solventes de su entorno». Quiere saber cuándo y por qué dejaron de pagar la hipoteca, si es que lo hicieron. Cuando tenga las cosas claras y seleccionado al beneficiario, se firmará un contrato de cesión en precario que tiene preparado «una abogada, persona de mi confianza, que también trabajará en esto de forma altruista», explica. Pasado un año, se decidirá si se renueva o no el contrato de cesión: «Aún no lo tengo claro, porque para entonces quizá pueda ser yo el que lo necesite», dice con enorme realismo José. Sabe que se expone a tantas alabanzas como críticas. «Puede sonar a utópico, pero me duele ver cómo padres de familia como yo están metidos en un pozo que no entienden ni ellos. Si con esta iniciativa una familia puede tener una tranquilidad temporal, me sentiré satisfecho».