El mar es el hábitat de los peces y de las tortugas marinas, el mar es donde se baña la gente en verano. ¡Qué guay!

Yo a veces voy a pescar peces. Es muy divertido, porque nunca sabes qué vas a encontrar. Puedes descubrir cosas geniales sobre el mar. Los peces se divierten mucho en el mar. Menos cuando los comen. Los peces se alimentan de algas. Algunos peces son muy pequeños, por ejemplo, las sardinas, etcétera. Y algunos peces son muy grandes, por ejemplo, los tiburones, etcétera.

El marqués, precioso. A veces el agua está muy fría, pero da igual. Son muy guays las olas del mar. Las saltas. ¡El mar es fenomenal!

Lucía Malnero González 9 años. Colegio La Corolla

Joaquín era un niño al que le gustaban los ríos y los mares. Él iba todos los días del verano a la playa, pero el último día que fue a ese sitio ¡se encontró el mar azul convertido en un mar verde! Hizo todo lo que pudo, reunió ayudas, pero no fue posible salvar el mar. Al día siguiente vio una ballena enferma y herida, llamó, gritó para salvarla. Se dio cuenta de que eso era culpa de todos, incluso suya. Recicló y uso los tres cubos y fue siendo mejor. Sus amigos ayudaron y la situación cambió, yendo a mejor. Pasaron tres meses y lo recuperaron casi. Viajó con su familia a Málaga y pasó lo mismo que en la playa de Albacete. A lo largo del tiempo Joaquín se hizo llamar el «detective de las aguas». Los alcaldes de casi toda España le encargaron resolver los casos «marinos». A su familia y a él les llamaron la «familia océana», pero eran los Ruiz ya en el caso de Joaquín, el señor Océana.

Se hizo oceanólogo. Y hay varios detalles: 1.º: esta historia se puede hacer real.

2.º: esto no iba incluido en la historia. Joaquín encontró perlas a lo largo de sus casos.

3.º: de ser un oceanólogo nacionalmente famoso pasó a ser un oceanólogo mundialmente famoso.

4.º: montó festivales famosos.

Moraleja:

Tu mundo debes cuidar para disfrutarlo. Así será más limpio.

Luna Bueno Macías 7 años. Colegio Martínez Blanco

Me quedé mirando aquel montón de libros que se encontraban enfrente de mí encima del escritorio. No me podía creer que a pesar de que fueran las vacaciones de verano y hubiera sacado unas notas excelentes, mis padres aún me mandaran estudiar. Estaba harta del estrés y de asomarme a la ventana y ver cómo todos los chicos de mi edad se divertían y yo estaba aquí, encerrada en mi casa sin poder salir ni sentir el cálido sol. Me llamó Lucía. En mi casa los días eran muy monótonos, siempre iguales.

Para empezar, el desayuno siempre se da a la misma hora, nunca podía levantarme más temprano o dormir más tiempo. Éste tenía que ser siempre hecho por mi cocinera, y nunca podía hacerlo yo. Mi cocinera era muy antipática e infundía respeto. Nunca era muy cariñosa y ella se llamaba Marga. Nunca desayunaba con mis padres debido a que éstos comían en sus respectivos despachos. Yo desayunaba sola y apenas tenía compañía en la casa durante el día. No podía salir de mi casa, mis padres eran excesivamente sobreprotectores, y aunque éstos estuvieran absortos en su trabajo y nunca se dieran cuenta de lo que hacía, Marga controlaba continuamente por orden de mis padres y si me acercaba un solo milímetro a la puerta, está ya me ponía tareas.

Sólo veía a mis padres a la hora de comer y a la hora de cenar, así que ellos pensaban que estaban muy unidos cuando en realidad era todo lo contrario. Tampoco tenía amigos, porque a mí me daban clases en casa. Además, mi profesora era muy estricta y severa conmigo. Así eran los días en mi casa, todos exactamente iguales.

Habían pasado ya dos semanas y ya no podía más. Miré por la ventana, el día era soleado y alegre, perfecto para dar un paseo. Tenía que dar el paso y hacer lo que debería haber hecho mucho antes. Era el momento perfecto, mis padres estaban trabajando y Marga había salido a hacer la compra. Podría volver en cualquier momento, así que tenía que apresurarme. Cogí mi bolso y antes de abrir la puerta pensé si era correcto lo que estaba haciendo, luego recapacite, tan sólo era un paseo, qué podía suceder. Di un paseo por el parque tranquilamente, cuidando de que no me viera Marga o de no cruzarme con ella. Aunque eso sólo eran los primeros minutos, porque luego ya me daba igual. Estaba maravillada con el paisaje que tenía alrededor. De repente, vi correr a una chica de mi edad con unos patines, y parecía divertirse. Se me ocurrió que podría comprarme unos, por qué no. Fui una tienda y me compré unos, menos mal que había traído dinero.

Me senté en un banco y me dispuse a ponerme los patines. De repente me acordé de cuando era pequeña y andaba en patines, así que me levanté. Di un paso, pero tropecé un poco, luego iba ya un poco más despacio, pero de pronto ya estaba un poco más estable con ellos y empecé a correr. Sentía que no podía parar, algo maravilloso que no había experimentado antes.

Realmente se me daba bien. Miré al frente y las dos chicas con patines de antes se estaban acercando a mí.

Se acercaron y me sonrieron, en ese momento me sentí bastante intrigada.

Se llamaban Clara y Lena, me contaron que había sido increíble la velocidad que tenía con los patines y cómo me movía con ellos. Me preguntaron desde cuánto tiempo lleva practicando, y en ese momento se quedaron estupefactas cuando les dije que ésta era la primera vez después de siete años. En ese momento las dos se miraron a la vez y me llevaron a un sitio.

Era un estadio, allí se hacían carreras de patinaje. Ellas me dijeron que pertenecían a un club y competían en diferentes carreras. Por lo visto, y para sorpresa mía, la velocidad que tengo no se ve todos los días. Las pruebas para entrar al club eran al día siguiente, y sin pensarlo ni un segundo acepte la propuesta de hacerlas. Cuando volvía a casa Marga me estaba esperando. Su mirada fría daba mucho miedo, y pregunté:

-¿Has avisado a mis padres de que me escapé?

El tono de mi voz era muy inseguro, la verdad, estaba bastante nerviosa, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.

-Sí, se lo he dicho.

No dije nada, me quedé quieta mirándola fijamente, quería decirle algo, pero no podía. Sentía que no podía.

De repente vinieron mis padres, y Marga se marchó a la cocina. Ambos estaban furiosos conmigo, no entendían por qué me había escapado. Así que antes de que me dijeran nada y empezarán a gritarme les dije que necesitaba libertad y me fui a mi cuarto. No sé qué decían, aunque tampoco me importaba. No baje a cenar, me dediqué a mirar el folleto que me habían dado Lena y Clara en el estadio. Tenía muy claro lo que iba a hacer.

Al día siguiente me levanté muy temprano y me escapé por la ventana de mi habitación para que no escucharan ningún ruido. Desayuné en una cafetería cercana y más tarde me dirigí al estadio. En mi mochila estaban los patines que me iban a ayudar a tener el pase a la libertad. Quería ser patinadora y lo supe sobre todo cuando hice las pruebas y me aceptaron. Nunca había sentido tanta velocidad y alegría como cuando me puse los patines y empecé a correr.

Estuve otras dos semanas escapándome por la mañana sin que nadie se diera cuenta, sólo para sentir aquello que me hacía feliz, y luego volví a la hora justa para meterme en la cama y que Marga me despertara.

La relación con mis padres no había cambiado, todo era igual que antes, a pesar de haberme escapado. Ahora por las tardes tenía más vigilancia de Marga y tareas por la tarde. Mis padres seguían trabajando toda la tarde y al comer o cenar sólo hablaban de los deberes que tenía que hacer o había hecho.

Llegó un torneo muy importante, no sería mi primera competición, ya que había participado en otras tres y en todas había quedado en primer lugar.

Tenía una idea para poder hacer que mis padres supieran la verdad. La verdad es que yo se lo ocultaba. El día del acontecimiento les mande un e-mail diciéndoles que estaba viendo a una amiga hacer ballet y que si podían venir. Éstos, como tontos, picaron y fueron al estadio. Entraron a las gradas con la intriga de por qué los había mandado allí.

Vi cómo ellos estaban expectantes, de pronto salió el presentador y comenzó la carrera. Yo iba en primer lugar y pude oír como el presentador decía mi nombre. No podía mirar a mis padres para saber cómo estaban, sólo podía concentrarme en ganar la carrera.

La carrera ya se había acabado y yo quedé en primer lugar. Subí a las gradas y fui a buscar a mis padres, pero no los encontré. Me fui a casa y encontré a mi madre llorando y a mi padre furioso. Él no me dirigió la palabra, pero ella me dijo que no lloraba porque le disgusta lo que yo había hecho, sino porque no sabía cómo pude haberle hecho tan poco caso durante tanto tiempo.

A partir de ese momento mi madre aceptó lo que yo hacía y me ayudaba como podía, pero a mi padre le costó mucho aceptar. De hecho, nunca lo ha aceptado, pero sí ha logrado acostumbrarse. Pero yo estoy feliz porque he descubierto qué voy a hacer, y en ello encontrado mi libertad.

Laura Buznego Rodil 13 años. Instituto Montevil