Los periodistas acaban de celebrar la fiesta de su santo patrón, San Francisco de Sales, obispo de Ginebra que con su fina pluma y con su amable y convincente palabra hacía frente a las doctrinas calvinistas. Escribía con facilidad populares folletos, pasquines y hojas volanderas que se fijaban en las paredes de los edificios de la ciudad, como hacían los romanos fijando las «acta diurna» en el Foro para informar de las acciones del gobierno de Julio César. He visto que alguno de los buenos escribientes cotidianos de este diario de LA NUEVA ESPAÑA, de esos que escriben poco y bien y sugieren mucho, se ha acordado de él suplicando unas gotas de dulzura para atemperar «el grado de acidez» que la profesión pueda producir. Necesaria es la protección del santo doctor de la Iglesia, porque este gremio que nos pone al día de lo que sucede y de lo que se dice -añadiendo, si la noticia lo requiere, sal, canela o guindilla- en tu ciudad o en el amplio mundo, a veces con sobredosis de política absurda, sufre los recortes dramáticos del paro y necesita la inspiración y clarividencia del patrón para informar de las desavenencias y agresividad con que se tratan los que se tienen por representantes de la paciente ciudadanía. La prensa, que hizo su aparición en el siglo XVII, es considerada ya en el XVIII «el cuarto poder». Hoy se debate entre las seculares ediciones en papel y las nuevas tecnologías o redes sociales, cuyo tránsito está amortizando tantos puestos de trabajo en una profesión que ilusiona a muchos jóvenes, porque escribir y contar es un arte. Sinceramente, prefiero el papel. Lo que sale en la pantalla del ordenador o de la tableta induce a tomarlo y valorarlo todo como más efímero y fugaz, te queda menos en la mente y en el corazón. Ésa es mi experiencia.

El Papa Benedicto está en Twitter. Todo un acontecimiento mediático. Es una perplejidad ver a este sabio anciano, que dicen que sigue escribiendo a pluma, utilizar este adelanto, naturalmente asesorado por un experto. Cuenta con amplio número de seguidores. Se acerca a los tres millones, en las ocho lenguas que utiliza. Los más son de habla inglesa, duplican a los de español. Ahora, atrevido, va a utilizar el latín en esa red. Ya le ha buscado la traducción al invento: el Twitter es el «breviloquentis». Muy expresiva la locución, como todas las latinas.

Con motivo de la fiesta del santo patrón, ha hecho público su mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones, que se celebra cada año el día de la Ascensión del Señor, creada precisamente por el Concilio Vaticano II. Va por la 47ª. Aunque los padres conciliares se percataron de que se entraba, hace cincuenta años, en la era de las comunicaciones, en la que el progreso en este campo iba a ser sorprendentemente rápido, trataron el tema sin muchas consideraciones. Fue un debate-relax después del tsunami que desbarató el organigrama y los planes previstos para el desarrollo del evento conciliar. El material de la comisión de medios y los datos aportados podían facilitar el hacer una buena reflexión y tomar decisiones para su empleo en la evangelización. Por aquellos documentos podemos saber que en el año 1962 se publicaban ocho mil periódicos que sumaban una tirada de trescientos millones de ejemplares diarios; que la radio contaba con seis mil emisoras cuya voz llegaba a cuatrocientos millones de oyentes, y que emitían mil canales de televisión que veían ciento veinte millones de espectadores. Se calculaba que con esta comunicación se podía llegar a 18.000 millones de personas al año. Ése fue el cálculo que hizo público el obispo francés de Sens, presentador del documento «Inter Mirifica», que iba para constitución y se quedó en decreto. Hoy el número de usuarios de las redes modernas es incalculable, no aguanta ninguna comparación con esos números. No digamos los millones de «twitts» diarios que se redactan.

Benedicto XVI, este año, vuelve a insistir en la importancia para la Iglesia de las redes sociales, haciéndonos ver que pueden ser un buen instrumento de evangelización. Lleva varios años alertando sobre el extraordinario potencial de las nuevas tecnologías «cuando se usan para favorecer la comprensión y la solidaridad humana». Ésta es la cuestión. He leído que el jesuita director de la prestigiosa revista «La Civiltà Cattolica» le apoya subrayando que «hoy los mensajes no pueden ser simplemente transmitidos, deben ser compartidos». ¿Cómo han de ser entonces las homilías dominicales? Se está configurando «el planeta digital» y con él una nueva antropología. Aquí está el problema: ¿cómo se plantearán en este universo digital los interrogantes sobre los grandes problemas del hombre y cómo el mensaje de Jesús podrá aportar una palabra de vida y de sentido?