Pablo TUÑÓN

«Tiene unas manos de oro» y, ahora, además tiene escaparate. Eva Maseda, 46 años, lleva toda su vida diseñando y cosiendo. Lo tiene en la sangre. Ahora, en mitad de una crisis que azota con especial virulencia a los comercios de Gijón, se ha atrevido a trasladar con mucho esfuerzo su taller, antaño en un altillo, a un bajo comercial a pie de calle junto al Mercado del Sur. Regenta de esta manera una de las escasas tiendas de ropa infantil en Gijón que comparten instalación con el taller de costura. Sus manos cosen, sus manos venden. Y, además, el escaparate que ha montado con mimo y orgullo a dosis iguales no pasa desapercibido para ninguno de los viandantes.

«Hacer la propia ropa que vendes tú misma no sale demasiado rentable. Mi hora de trabajo no sale ni a un euro», asegura Maseda. Pero le da igual, le vale para vivir, junto al sueldo de soldador de su marido, y, además, satisface su carácter de costurera de pedigrí. «Mi madre, a la que no llegué a conocer, bordaba a mano para la famosa tienda Balcázar. Llevo su sangre, sin duda», explica con orgullo Maseda. Sin embargo, sus dos hijas se escapan, por el momento, a la tradición familiar porque «no cosen ni un botón».

Además de vestidos y prendas varias para niños y niñas, Maseda vende trajes de comunión y hasta ropa para carritos de bebé y muñecas. «Es ropa de precio, pero aguanta varios años. Está preparada para que, aunque crezcan los niños, con pequeños retoques les pueda seguir valiendo», explica la costurera, que empezó en el sector hace veinte años. Primero regentó una tienda, aunque no vendía prendas hechas por ella. «Deshacía lo que no me gustaba de lo que me enviaban las modistas», recuerda.

Después decidió coser desde casa por encargo para, más tarde, montar su propio taller casero, que ahora ha trasladado por fin a un bajo con escaparate.

Aunque lo de enhebrar no va con su marido e hijas, todos colaboraron, además de amigos, en el traslado del negocio. No contrataron a ninguna empresa llevando al extremo la filosofía de «todo hecho en casa». Y, por supuesto, para ahorrar.

«Lo montamos todo nosotros y aprovechamos los muebles del otro taller», cuenta la experta costurera, que se pasa casi todo el día, y parte de la noche, en su local. Ahora que lo tiene con escaparate y entra más gente, le ocupa mucho más tiempo el mostrador y tiene menos para coser los encargos. De ahí que aunque haya caído el sol y ya no haya luz en la tienda, sí suele haber actividad en el taller, donde Eva Maseda cose, a menos de un euro la hora, acompañada por una necesaria máquina de café restando horas de su sueño.

El cambio ha supuesto un gran esfuerzo en estos tiempos. «Precisé hasta de ayuda económica de mis hijas», cuenta Maseda. En apenas diez días cumplieron con el traslado del negocio. El nuevo local fue inaugurado, con presencia de muchos de los clientes de la tienda, hace dos semanas.

Ahora luce un escaparate que muchos se paran a ver. Porque la labor de «las manos de oro», como dicen sus amigas que tiene Eva Maseda, se aprecia a simple vista.

Unas manos capaces de reciclar el vestido de comunión de una hermana mayor para que lo utilice una hermana pequeña, o de adaptar el carrito del primer hijo de una familia para la segunda, aunque sea hija. «No tanto por ahorro, sino por capricho de muchos a los que les hace ilusión que sus hijos hereden estas cosas», razona Eva Maseda. Una mujer que trabaja sin mucho rédito económico, pero sí en lo personal, para mantener la tradición textil local huyendo del «made in China». Ni la crisis puede con sus «manos de oro».