A. RUBIERA

Cuando Daniel Rodríguez se autoeditó, en el año 2010 y con una pequeña ayuda municipal, el libro «Cordones para las zapatillas», la biografía de su vida como alumno de integración en las aulas asturianas desde EGB hasta la Universidad, poco imaginaba la que iba a montar. «Cordones para las zapatillas» dio a este joven gijonés titulado en Trabajo Social, que nació con una lesión cerebral, una fama con la que no soñaba, un dinero que no esperaba y mucho aliento para reafirmarse en lo que ya era: protagonista de una historia de diversidad funcional -a lo suyo jamás lo llama discapacidad- que en nada se parece a las más clásicas.

«La demanda del libro y de ejemplares me desbordó y me impactó. Y también me impactó ver la cantidad de gente que acudía a cada presentación, la enorme cantidad de familias que tienen a su cargo un niño o un joven con limitaciones funcionales y descubrir la impotencia y la soledad que sienten frente a tantas barreras de todo tipo: sociales, institucionales...», relata Daniel, que reconoce que también lo pasó mal con «la cantidad de gente que se dirigía a mí intentando que les diera las claves para cruzar esas barreras».

Con su historia de tesón y superación personal lleva ya vendidos 20.000 ejemplares, una cifra de vértigo para muchos escritores consagrados; firmó libros en la Feria del Libro de Madrid, en el parque del Retiro; dio conferencias de superación personal en tiempos de crisis a un auditorio de directivos; dirigió un proyecto de formación para trabajadores sociales en el ámbito de la diversidad funcional, y fue convocado para dar testimonio en múltiples foros nacionales e incluso internacionales. La Fundación Mapfre le invitó a colaborar con ellos en programas de inserción laboral y aún lamenta, sostiene, haber renunciado a dar una charla en México, pero «tenía demasiado que organizar; y, además, movilizar a mi hermana para que me acompañase».

La última conferencia la dio este sábado Daniel Rodríguez en la Casa del Pueblo de Gijón, donde los socialistas gijoneses tuvieron que escucharle proclamar «lo poco que se garantiza en España el principio de igualdad de oportunidades». Le escucharon quejarse, pero también dar las gracias por permitirle llevar a más auditorios «las nuevas tendencias y paradigmas en torno a la diversidad funcional. Me hace mucha ilusión que también en el ámbito político escuchen un discurso que no se oye demasiado. Porque las instituciones políticas son las que pueden dar respuesta a tantas necesidades, incrementadas hoy por la crisis generalizada, pero que está golpeando con especial dureza a un colectivo de más de cuatro millones de personas que se están viendo abocadas a la exclusión y a la dependencia», explica Daniel Rodríguez.

Porque si algo descubrió en estos dos años de vértigo este inesperado autor de un libro superventas, que soñaba con ejercer como trabajador social, es que «donde yo quería estar era en el ámbito de la diversidad funcional, pero ofreciendo nuevos puntos de vista. Partiendo de un lenguaje positivo e informando del nuevo marco legal y teórico que nos dio la Convención de la ONU de 2006. Mi interés es que se hable mucho más de la filosofía de vida independiente para las personas diverso funcionales».

Ese punto de vista parte de la descorazonadora realidad que golpea a Daniel Rodríguez y a muchos miles que, como él, tienen unas limitaciones físicas o psíquicas por las que se niegan a que les definan. «Hay que normalizar mucho más la vida de las personas con limitaciones, y aspirar a proyectos de vida independiente», insiste. Esa lucha le llevó, en su caso, a renunciar incluso a un empleo como trabajador social en una residencia de ancianos. Le da vergüenza reconocerlo porque no están los tiempos para esos gestos, pero sostiene que «quería ser coherente con lo que pienso y lo que digo, y creo que aún tengo cosas que aportar en el ámbito de la diversidad funcional». Algunos de sus proyectos, como poner en marcha una Oficina de Vida Independiente en el Principado, como ya tienen otras comunidades españolas, seguirán en la agenda política mientras a Daniel Rodríguez no se le gasten las zapatillas. Y queda suela para rato.