«Salvo que no nos dejen salir, desfilaremos», manifestaba Laura Caicoya, disfrazada de submarinista, antes de partir junto a la carroza «submarina» de «Los Cilúrnigos». Su espíritu lo compartieron los cientos personas que participaron en la colorida cabalgata del Antroxu gijonés. El mercurio descendió hasta los cero grados y, una vez en marcha, el granizo golpeó con violencia sobre Gijón. Pero ni lo uno ni lo otro pudieron con las ganas de cachondeo de un Carnaval que está más que consolidado en la ciudad. Para corroborarlo sólo hacía falta a todas las personas que se agolparon en las aceras de la avenida de la Costa pese a las inclemencias del tiempo.

Apenas tres agrupaciones de las cincuenta que estaban programadas para el desfile se echaron para atrás. El resto, cantaron, bailaron, silbaron y provocaron estruendo con su percusión. Algo que ayudaba a mantener el calor en el cuerpo. «Una vez que bailen se les pasa el frío», comentaba René Arnez, un boliviano, en referencia a sus compatriotas mujeres que lucían trajes folclóricos con faldas cortas. Tanto ellos como otra agrupación del país andino exhibieron sus bailes, el «Caporales» y el «Tinku». «Es un orgullo, a pesar de que estamos lejos, representar algo de nuestro país y darlo a conocer», contaba Arnez. Asimismo, dos grupos de ecuatorianos hicieron lo propio.

Pero no fueron la única nota exótica. Trajes como los que lucían la comparsa «O Culo Moyáu» o la charanga «Os Brasileiros do Xixón» hacían las delicias de los asistentes. «Me gustaron mucho por sus disfraces», decía Maite Álvarez, de 13 años. «A mí casi me meten sus plumas en la boca», apostillaba su prima, Yaiza Álvarez, de 6 años. Cada una asistió al desfile vestida de un animal diferente, al igual que los mayores de la familia. «No tuvimos ni gota de frío porque llevamos chaquetas y de todo bajo el disfraz», confesaba uno de los adultos, Gustavo Álvarez. «Yo sí tuve frío, en los pies y en la nariz», matizaba la pequeña Yaiza.

Otros se atechaban como podían bajo unos soportales, como Mireia Fernández y su hijo Izan Karuk, de 5 años, y ambos disfrazados de osos. «Pasé frío. No mereció la pena pasar tanto frío», decía el pequeño con el rostro casi congelado. Su madre opinaba diferente. «Por el niño, como si llueve o truena», aseguraba.

El grupo «Xente Xoven» de Serín sorprendió con una gran carroza y 75 tiroleses. Su montaje incluía agua y un enorme reloj con dos cucos asomando cada poco. «Llevamos desde octubre preparando todo: carrozas, disfraces, bailes... Hay que salir porque es mucho tiempo de trabajo e ilusión. Es una vez al año y salvo que haga tanto viento que ponga en peligro a los espectadores...», explicaba Luis Cuervo, presidente de la agrupación, que pasó algo de frío con sus pantalones cortos de tirolés. «Tiene tirón el Antroxu en Serín. Es un momento para juntarse todo el pueblo, no sólo en el desfile, sino durante meses para prepararlo todo», señalaba Cuervo.

El grupo «Tapaday» apostó, como ya hiciera el año pasado, por la crítica al poder. Esta vez, su carroza simbolizaba el naufragio del Estado del bienestar con Merkel, la Iglesia, los bancos y Rajoy como tiranos. Este último iba repartiendo sobres a los espectadores. «Otras veces hacíamos algo más de cachondeo, pero con estos tiempos esto es lo que toca», comentaba Fidel García, miembro de «Tapaday». A lo largo del recorrido se vio a algún que otro Rajoy con más sobres en mano.

El humor tampoco falló. La Asociación Juvenil San Nicolás representó a «La cocina de la güela» con un montón de disfraces de comida e, incluso, de una mesa con mantel, platos y cubiertos. Cerraba su espectáculo un inodoro portátil con un cartel: «Lo que cocina la güela pol agujero se cuela». Charangueros hippies, piratas o golfistas; pavos reales, pollitos e incluso gallinas de verdad, entre otros, completaron un desfile muy variado. Al llegar a El Humedal, algunos satisficieron sus necesidades fisiológicas con urgencia y se tomaron un culín de sidra. Bien merecido lo tenían por ser los mantenedores del Antroxu contra frío y granizo.