Si el tiempo no lo impide, hoy volverá a recorrer las calles gijonesas la imagen del Santo Cristo de la Misericordia y de los Mártires, casi setenta años después de su primera salida procesional, en un lejano Jueves Santo 22 de abril de 1943.

Han pasado décadas, pero el titular de la Hermandad de la Santa Misericordia continúa siendo, por derecho propio, el protagonista del Jueves Santo local, concitando a su paso, con su expresión dulce y serena, la emoción y devoción de los fieles.

La tradición arraigada marcará la pauta de este cortejo. Sus pausas servirán para meditar las catorce estaciones del vía crucis; el exorno floral del paso será completamente rojo, evocando la sangre vertida en la Cruz; el fuerte olor a incienso precederá a la sagrada imagen; y las notas de la Banda de Música de Gijón, dirigida por David Colado, que hoy interpretará marchas como «Cristo de la Lanzada», de Rafael Márquez Galindo (¡curiosa paradoja para un Cristo como el de la Misericordia que no luce lanzada en su costado!), o «Jerusalén», de José Vélez, serán el fondo musical con el que los porteadores de la hermandad mecerán a su Cristo sobre los hombros.

Álvaro Armada, conde de Güemes y descendiente de Carlos Ramírez de Jove, uno de los más ilustres fundadores de la Misericordia, será un año más el encargado de dar la orden de salida del paso.

Todo dispuesto ya para renovar está tradición gijonesa con la que se cierra el Jueves Santo, después de los oficios religiosos celebrados en nuestros templos, que habrán acogido la llamada «Misa in Coena Domini» (Misa de la Cena del Señor), en conmemoración de la institución de la Eucaristía, que finaliza con el traslado o reserva al Monumento, donde el Santísimo será adorado por los fieles hasta el inicio de los oficios de Viernes Santo. Este año además con la peculiaridad, en el caso de la parroquia Mayor de San Pedro que aglutina el sentir gijonés en la Semana Santa, de hacerlo por primera vez en la capilla «Panis Vitae», obra del P. Marko Rupnik, hijo, como el nuevo Papa Francisco, de la Compañía de Jesús.

Tal vez, a primera vista, pudiera parecernos que Gijón se anticipa en la tarde del Jueves Santo a venerar la Cruz de Cristo, centro del Viernes Santo, en lugar de retirarse, como en otro Getsemaní, en oración eucarística.

Pero ésta sería una apreciación errónea si ahondamos en el auténtico sentido de la Eucaristía. Con acierto se ha dicho, tantas veces, que las procesiones penitenciales, tan queridas en toda la geografía nacional y también en nuestro Gijón, sólo tienen sentido si son capaces de prolongar o trasladar a la calle los misterios vividos y celebrados estos días, con toda la Iglesia universal y a través de su liturgia, en el interior de nuestros templos.

Tal vez hoy hemos preterido en exceso la auténtica naturaleza sacrificial de la Eucaristía, eso que con tanto acierto llamaban nuestros mayores «el santo sacrificio de la Misa». Recuperando esa auténtica dimensión sí podemos comprender bien como tanto los oficios litúrgicos de hoy, centrados en la institución de la Eucaristía, como la veneración pública al Cristo de la Misericordia y de los Mártires en nuestras calles no son, en efecto, más que dos caras de una misma moneda.

Sin duda lo expresa con mejores palabras nuestro querido Papa emérito, Benedicto XVI, en su obra «Jesús de Nazaret»: «Lo que la Iglesia celebra en la Misa no es la Última Cena, sino lo que el Señor ha instituido durante la Última Cena, confiándolo a la Iglesia: el memorial de su muerte sacrificial». Y no cabe duda, podríamos añadir, que el Cristo de la Misericordia no es más ni menos que una acabada y bella expresión plástica de ese sacrificio supremo.

Hoy, cuando la Iglesia inicia una nueva etapa tras la reciente elección de un nuevo Pontífice, tal vez sea el momento de poner a los pies del Cristo de la Misericordia y de los Mártires esta bella oración con la que Benedicto XVI concluía su homilía de Jueves Santo en el año 2011: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros. Señor, tú tienes deseos de nosotros, de mí. Tú has deseado darte a nosotros en la santa Eucaristía, de unirte a nosotros. Señor, suscita también en nosotros el deseo de ti. Fortalécenos en la unidad contigo y entre nosotros. Da a tu Iglesia la unidad para que el mundo crea».