Al fin, se despejó la densa cortina de nubes, para dejar paso a un sol espléndido, que adornó la fiesta mayor de la cristiandad, el Domingo de Resurrección. Las cofradías penitenciales de la ciudad pudieron sacudirse la humedad y también las lágrimas que a lo largo de la semana de Pasión les había provocado aquélla, con su obstinación en obligarlos a suspender las procesiones.

Ya asomaba el paso de Cristo Resucitado por la calle de Ventura Ávarez Sala para doblar al Muro. Iba a hombros de los cofrades de la Santa Misericordia, seguido de la banda de gaitas «Noega». Entre las aguas de la bahía de San Lorenzo y los edificios consistoriales se alienaban a su espera todos los miembros de las cofradías, con sus hermanos mayores, un numeroso grupo de manolas ataviadas de mantilla blanca, los diez voluntarios de Protección Civil y el sacerdote de la basílica del Sagrado Corazón, José Miguel Marqués Campo.

Al fondo, bajo los árboles del Campo Valdés, aguardaban los pasos de la Virgen de la Alegría y de San Pedro Apóstol, cargados por penitentes del Santo Sepulcro, y de la Santa Vera Cruz, respectivamente.

El momento que iba a vivirse era de suma emoción. Se adelantó el Cristo, y María dio varios pasos hacia Él... El imaginario abrazo palpitaba en el corazón de todos los presentes, mientras el saludo se repetía tres veces. La imagen de la Virgen se hizo a un lado, para que el Señor recibiera a San Pedro, que otras tres veces se hincó de rodillas ante Cristo resucitado. Es encomiable el esfuerzo que los portadores de este paso han de hacer para postrar la figura del Apóstol.

El sacerdote, José Miguel Marqués cantó: «Quita, María, ese manto, y revístete de gala, que viene resplandeciente el que por muerto llorabas». Volvió a entonarlo otras dos veces mientras caían los lutos María, y una voz gritaba: ¡Descubrirse! Despojados de los capuchones, allí estaban los artífices de esta hermosa conmemoración de la Semana Santa gijonesa. El rezo del «Regina Coeli laetare» cerró la ceremonia. Al fin se había logrado efectuar una procesión.

Toda la concurrencia se dirigió a la iglesia de San Pedro para asistir a la misa solemne, oficiada por el párroco, Javier Gómez Cuesta, en un altar bellamente adornado con profusión de flores blancas y amarillas. Casullas blancas. El cirio pascual, a la derecha. «Es la gran fiesta de la vida», dijo el sacerdote. El Coro de San Pedro interpretó la «Misa asturiana», de Mateo Bullón, y el «Aleluya» de Haendel. Lecturas de los «Hechos de los apóstoles» y de «San Pablo a los colosenses». Evangelio de San Juan. Las palabras que Javier Gómez Cuesta pronunció en su homilía se remataron con un grato presagio: «Con este Papa la Iglesia entra en una nueva etapa, y nos invita a ser levadura de un mundo nuevo». Sus felicitaciones cerraron la gran fiesta de Pascua de Resurrección.