C. JIMÉNEZ

Desde pequeño siempre quiso ser inventor. Tener una idea feliz. Será por eso que el gijonés Jesús Muñiz decidió estudiar una ingeniería. Lo intentó primero con Telecomunicación, pero acabó en la especialidad de electrónica de la Ingeniería Técnica Industrial. Desde pequeño iba anotando en un cuaderno todas aquellas ideas fascinantes con potencial comercial que le rondaban la cabeza. «Muchas veces salían nada más despertarme», explica. «O en mitad del sueño», prosigue. Por eso decidió continuar el ciclo superior de Industriales en la especialidad de Mecánica. «Quería aprender algo nuevo». Y se convirtió entonces a uno de los perfiles más demandados: la mecatrónica. Así llegó a uno sus proyectos más ambiciosos, a finales del año pasado: patentar un mecanismo de cometa que permite crear música gracias a los movimientos que se realizan con los mandos mientras se dirige el vuelo.

Su visita al Salón Internacional de Inventos de Ginebra le permitió, hace unos días, obtener el impulso que necesitaba para llegar a la industria. Fue premiado con la medalla de bronce en deportes. Se la jugaba junto a otros 700 inventores, aunque en su categoría sólo eran 20. La suya, dice, es «la mayor innovación tecnológica en dos mil años en el mundo de las cometas. Siempre se había mejorado la vela pero nada de los mandos», reflexiona.

Los controles electrónicos, que no ocupan mucho más que los tradicionales de plástico, incluyen un sensor para detectar la fuerza que hay en las cuerdas durante el vuelo de la cometa y ésta «baila» al son de la melodía generada. Si uno ejerce toda la presión sobre el control de la mano derecha estará produciendo sonidos agudos mientras que los graves se reproducen al manejar el control de la mano izquierda. «Es como un violín volado», explica Jesús, un entusiasta de los inventos, que siempre quiso «ejecutar» aquellas ideas que tenía desde niño. «¿Por qué no sacar beneficio de ello?», se preguntaba. Y decidió solicitar la patente nacional.

Opté por un modelo de utilidad que es «más sencillo y rápido de obtener» y que protegerá su desarrollo durante diez años. Completado este proceso, ahora está pendiente de obtener la licencia internacional, que podría llegar a costarle hasta 40.000 euros si se asegura la protección en los principales países europeos y Estados Unidos. «El inventor siempre se lleva la peor parte», se lamenta.

Aunque fue muy valorado su proyecto, ninguna empresa nacional mostró interés por dar forma comercial a la cometa musical. Ha sido una firma suiza del sector de la energía la que ha iniciado contactos con el gijonés tras pasar por el Salón de Inventos de Ginebra.

Los mandos que desarrolló con apoyo de su novia -«estuvimos casi un mes soldando piezas»- pueden modificar el sonido que emite el sistema permitiendo tocar música como si se tratase de un instrumento musical volador. Además, tiene muchas variantes: la que habla con niños, la que graba voz y hace una distorsión divertida también para el público infantil, la que cuenta cuentos o la que permite tocar la música preferida de cada uno. «Puede haber hasta 30 posibilidades distintas», indica. «La verdad es que gustó mucho. Había gente que lo quería comprar y los niños estaban extasiados», recuerda sobre su experiencia en el Salón de Ginebra. «Me tuve que gastar casi 5.000 euros para estar allí», subraya.

Para el anecdotario quedará el desmontaje de los mandos en el aeropuerto, cuando localizaron en su equipaje los controles electrónicos de la cometa musical. «Es triste que tengas una idea y no te den facilidades para sacarla adelante», critica sobre la falta de apoyos a este tipo de iniciativas. Ni desde la Universidad ni desde la empresa. «Te cuidan más en otros países. En España hay cabezas muy buenas que no se están aprovechando», concluye.