Ahora que la principal preocupación del ciudadano español es conseguir un trabajo y conservarlo, conviene que tengamos la sensibilidad de reconocer a un trabajador allí donde lo hay. Hemos asumido que la doctora, el maestro, la cajera, el periodista o el conductor de autobús son profesionales que cobran por lo que hacen para construir paralelamente un proyecto de vida personal. Pues de igual manera el actor o la actriz que nos conmueven sobre las tablas de un escenario aspiran a dar de comer a sus hijos, pagar la hipoteca o cotizar confiando en una hipotética pensión, como el resto de mortales. Y junto a ellos, aunque no se los vea, la autora, el director escénico, la regidora, el técnico de iluminación, la de sonido, el figurinista, la escenógrafa, el coreógrafo?

Vale que son extraños seres arrebatados de lo suyo, extravagantes unos, tímidos patológicos otros, bellamente amanerados, besucones, expresadores de emociones hasta en estado de reposo, adorables en suma y envidiados en secreto por el resto de la Humanidad. Vale, sí, pero como el arrebato nunca ha sido moneda de curso legal, pues para lo que viene siendo el puro sobrevivir han tenido que aprender a crear una empresa, contratar, pagar impuestos...

Si ya nos cuesta entenderlo a quienes los contemplamos fascinados desde la platea, no les cuento lo que han tardado ellos mismos -la bohemia en general y el teatro en particular- en pasar por el aro de ser industria. El cine, invento escasamente centenario, aprendió a hacerlo desde sus comienzos y hoy es un oligopolio que va devorando a quienes tratan de ofrecer alternativas al discurso oficial; el ejemplo más reciente es el anuncio de cierre de Alta Films, productora, distribuidora y exhibidora española comprometida con el cine no estrictamente comercial y de producción europea. Malísima noticia.

Pero al teatro le ha llevado años por miles aceptar que debía ordenarse como sector, profesionalizar su gestión, aprender a ser industria. Desde las administraciones se ha empujado en esa dirección fundamentalmente exigiendo a las compañías que fueran empresa para acceder a ciertas subvenciones o ser contratadas en circuitos teatrales. Como la mayor parte de los espacios escénicos de nuestro país son públicos, estas políticas han sido determinantes. Hoy por hoy, en Asturias hay alrededor de medio centenar de compañías profesionales, o sea, empresas puras y duras, con todos sus derechos y el peso de sus obligaciones.

Por su parte, las compañías amateurs, es decir, el teatro aficionado o «preprofesional», hacen el papel de cantera de nuevos talentos, creación de públicos o espacio de experimentación, pero sin apenas riesgos. Asociaciones culturales, vecinales, sociales? están detrás de estas compañías que no tienen que asumir coste alguno por hacer teatro, más allá de la habitualmente modesta inversión en escenografía y vestuario. Hasta la SGAE tiene una consideración especial para quienes se entiende que no buscan lucrarse.

Sin embargo, ocurre que la fina línea entre ambos modelos se está borrando con prácticas como las de profesionales sacando adelante montajes desde compañías amateurs para luego girarlos en teatros que los contratan como si de empresas escénicas se tratase. Los costes para todos son inferiores, claro, pero empujan al cierre a quienes están pagando por cada día que se levantan a ganarse la vida con la cultura. Además, la Administración regional y algunas locales, como el Ayuntamiento de Langreo, han hecho fuertes apuestas de subvención al teatro amateur frente a la exigua y menguante inversión en teatro profesional. En tiempos de escasez, hay que ser exquisito en el reparto.

La crisis ha agudizado esta situación encareciendo la cultura, sembrando el territorio de impagados y reduciendo a mínimos la acción cultural de las cajas de ahorros. Así que el tejido empresarial escénico que con tanto esfuerzo se había ido configurando en Asturias se encuentra hoy en literal estado agónico.

Comprendo la desesperación de nuestros cómicos profesionales y creo que la Consejería de Educación, Cultura y Deporte no puede desoír por más tiempo los razonables argumentos de estos trabajadores, agrupados en la plataforma «Yo apoyo al teatro profesional asturiano», que estos días han iniciado acciones de protesta. Después de haberles exigido que concilien su capacidad creativa con la economía de mercado y sus leyes terrenales, ahora no podemos dejarlos tirados. Son nuestros cómicos y es nuestro teatro.