Juntar conocimientos de diferentes disciplinas e, incluso, de diferentes continentes para fabricar un robot de matrícula de honor. Es el reto al que tuvieron que hacer frente los alumnos del máster «Erasmus Mundus» en Ingeniería Mecatrónica. «Tienen que hacerlo todo: diseñar, construir, ensamblar y hacer funcionar un robot sencillo, de tres grados de libertad», explica Álvaro Noriega, coordinador de la asignatura del máster en la que tienen que aprobar el proyecto del robot. Para lograrlo, sus creaciones deben superar tres pruebas.

«El objetivo es buscar la integración de disciplinas, tanto de Ingeniería Mecánica como de Tecnología Electrónica. Para ello construyen un robot en grupo. En cada grupo de alumnos del máster obligamos a que haya un ingeniero mecánico y uno electrónico, así como un alumno de erasmus», explica Noriega. El hecho de que sea un curso «Erasmus Mundus» propicia que haya varios alumnos extranjeros, muchos de ellos de Latinoamérica. «El robot nos ha salido bien. Hace todo lo que nos pidieron que haga», señalaba ayer Pedro Arévalo, estudiante ecuatoriano, antes de enfrentarse con su equipo al examen de su robot ante un tribunal de profesores.

Cada autómata, ante el tribunal, debía ejecutar tres pruebas: escribir en modo automático una trayectoria de espiral, integrarle un mando de Play Station, y cumplir con características de precisión, haciendo repetidamente puntos en los mismos sitios. Pero los alumnos del máster no se conformaron con eso. «El nuestro hace mucho más. Tienen un controlador interno básico que, a su vez, está conectado con el ordenador, con el que se puede manejar. Y el ordenador, a su vez, puede conectarse con otros dispositivos móviles», explicaba ayer Arévalo.

Igual de satisfecho se mostraba ayer con su creación el equipo de Vanesa Gallego, natural de Ponferrada y una de las pocas chicas en un máster de claro predominio masculino. «Me integro muy bien, aunque es cierto que hay muchos más chicos. Pero se aprende muchos y hay bastante nivel en el máster», expresaba Gallego. Su compañero de equipo, el gijonés Pablo Zapico, confiaba plenamente en el éxito de su robot. «Pasará las pruebas seguro. Nos llevó tres meses a media jornada de trabajo. El nuestro se puede manejar desde el ordenador con unos potenciómetros», contaba orgulloso. Pocos dudaban antes del examen de que sus robots eran de matrícula.