Es igual que un vaso que se va llenando a lo largo de la vida hasta que, en algunos casos, una gota más lo desborda. La sensibilidad química múltiple es una enfermedad ambiental de las llamadas emergentes, que está llamada a afectar a cada vez más personas en los próximos años por la acumulación de sustancias tóxicas en el organismo, fruto de un ambiente cada vez más contaminado. Lo sabe bien Desirée López, alumna del colegio La Asunción, quien ha sufrido episodios agudos de la enfermedad, y desde ayer también sus compañeros de clase, de la mano de la doctora Pilar Muñoz- Calero.

La médica ha sido la encargada de tratar a la estudiante cuando «nadie sabía ya qué podían hacerle», y después de pasar por diagnósticos erróneos como el de la anorexia. Porque en el caso de Desirée, la sensibilidad química múltiple se manifestó de forma virulenta, hasta el punto de que «todo lo que comía le hacía daño». Tras un largo periplo llegó a la consulta de Muñoz- Calero, y entonces llegó la luz al final del túnel. A Desirée le hacían daño los perfumes, los productos de limpieza, el aire contaminado, los suavizantes, los alimentos con aditivos y conservantes... Un largo rosario de productos que llevan tóxicos incorporados, que se van acumulando en el organismo y que un momento dado hacen que el cuerpo reaccione. «Ella es una centinela de vida, porque con su enfermedad nos da a todos un toque de atención sobre la necesidad de tomar medidas antes de que sea demasiado tarde», apuntó ayer su doctora antes de impartir una charla sobre la dolencia a los alumnos de Bachillerato.

Los datos incitan a la reflexión. En los últimos años se han lanzado al mercado, incorporados a productos de uso habitual e incluso a alimentos, más de 100.000 tóxicos sin demostrar su inocuidad. Hay más de cuatro millones de compuestos químicos nocivos, de los que 60.000 se producen comercialmente, y 700 van a parar directamente al agua potable. El resultado es el de un 15 por ciento de la población afectada por la sensibilidad química múltiple, «una incidencia igual a la de la diabetes», en diversos estadios. En el caso de Desirée se manifestó de forma contundente: le impidió ir a clase en dos años, obligó a toda su familia a cambiar hábitos, a lavar la ropa con bicarbonato, suprimir las colonias e implantar los alimentos ecológicos en la dieta diaria. Junto con un adecuado tratamiento médico, los niveles de tóxicos en su organismo han vuelto a la normalidad, y la estudiante ha dejado atrás la mascarilla para volver a las aulas.

Pero la alarma está presente, «y deberíamos concienciarnos, porque nadie ha sumado la cantidad de partículas tóxicas a las que nos exponemos de forma diaria». Desde el humo de un cigarro hasta los productos de limpieza, las barras de labios que contienen plomo o ciertas fibras en la ropa que se absorben por la piel. Cambiar de hábitos puede ser una buena alternativa, para «que cada uno, haciendo un esfuerzo en la medida de sus posibilidades, pueda hacer más limpio el espacio en el que habitamos», indicó la doctora Pilar Muñoz-Calero. Y sólo así se podrá evolucionar hasta el aire limpio, el agua limpia, los productos naturales y los alimentos sin pesticidas, conservantes ni colorantes que hagan la vida mejor para todos.