El jazz es improvisación y lidiar con los contratiempos. Con estos argumentos Jorge Pardo buscaba sobreponerse a los reveses de última hora en su formación; el avión de Javier Massó (piano) no llegó a tiempo y Tino di Geraldo (batería) tuvo que ser sustituido por Kiki Ferrer por motivos de salud. La dirección del Jovellanos ofreció la oportunidad de devolver las entradas, pero fueron pocos los que abandonaron el teatro. La mayoría permaneció en sus butacas para disfrutar de un concierto que, desde ese momento, contaba con el valor añadido de comprobar cómo el trío salía airoso de esta situación de última hora.

El piano del escenario permaneció en penumbra, y la iluminación empequeñeció la escena creando un ambiente íntimo en torno a unos músicos muy agrupados. La atmósfera era más de club de jazz que de teatro, pero esa cercanía física parecía necesaria para sacar adelante un repertorio adaptado en el último momento. La comunicación funcionó y dio lugar a improvisaciones y diálogos que hicieron disfrutar a los asistentes. La ausencia del piano hizo que los temas sonaran más desnudos y dieron mayor protagonismo al contrabajo de Javier Colina, que tuvo oportunidades para demostrar su maestría.

Comenzaron con un tema inspirado en del "Dexterity" de Charlie Parker. El arranque de Pardo en el saxo fue seguido por el contrabajo y la batería, encargados de asentar un patrón de aire caribeño sobre el que se desarrollaron varios solos que arrancaron los primeros aplausos del público. Con el timbre ronco de la flauta travesera Pardo nos llevó más al Norte, al terreno de un blues estadounidense que se delataba especialmente en la estructuración armónica sobre la que la melodía discurría a placer. Sin embargo, su sello personal lo empezamos a ver en la interpretación por bulerías de la "Danza ritual del fuego" de "El amor brujo" de Falla, en la que hizo sonar la flauta con innumerables matices y colores. El sonido de la digitación, los ataques violentos como ráfagas de viento o la simulación de la percusión del cajón flamenco fueron sólo algunos de los recursos con los que Pardo creó un paisaje sonoro lleno de embrujo y misterio.

De vuelta al caribe, Colina nos introdujo en los aires del bolero con un solo plagado de citas que acabaron recalando en la melodía de la popular "Historia de un amor" y que Pardo retomó al saxo para deconstruir el fraseo con adornos, variaciones y contratiempos. A estas alturas de concierto el trío ya había convencido al público de su capacidad para sobreponerse a los problemas con la formación, y significativamente llegó el momento de interpretar "Lo logramos", un jaropo venezolano de Antonio Soteldo "Musiquita" con un ritmo vivo en el que los músicos demostraron su virtuosismo. La recta final del concierto discurrió por aires flamencos, con piezas como la taranta en la que Pardo supo combinar de nuevo la intensidad y la dulzura con la flauta.

No hubo bises, pero el público quiso agradecer con sus aplausos la entrega de unos músicos que ofrecieron en el Jovellanos un concierto nada convencional en la gira de Pardo. Fueron dos horas en las que el flamenco y la música afroamericana convivieron a la perfección y fluyeron con naturalidad en los diálogos que estos tres músicos mantuvieron sobre el escenario.