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Las pufistas y su boda de postín

Las implicadas en la estafa a hosteleros liaron a una veintena de negocios en los preparativos de una boda y la decoración de pisos de ensueño para el novio

Las pufistas y su boda de postín

A. RUBIERA

La boda iba a ser de postín y campanillas. En el altar mayor de la catedral de la Almudena, donde solo se casan los príncipes, con la más rica decoración floral imaginable, con un vestido de novia de ensueño obra de un creador asturiano y presupuestado en más de 6.000 euros.

Al menos tres diseñadores y modistas participaron sucesivamente de ese sueño nupcial, a medio camino entre el delirio, el disparate, o una supuesta estafa, que tenía en mente una gijonesa, A. B. O. C., de 42 años, y en el que estaba totalmente volcada su madre J. C. I., de 80 años. Las mismas mujeres que a principios de mes fueron denunciadas por varios hosteleros, acusadas de impagos en comidas y cenas por valor de casi 6.000 euros. La mujer llegó a estar detenida en Comisaría mientras su madre, por su edad y condición, no consta como acusada.

Hasta llegar a la posible estafa, consumada en al menos cuatro negocios de comidas que se han unido en la denuncia policial, detrás quedan varios meses de seguimiento del grupo de Delitos Económicos del Cuerpo Nacional de Policía de la Comisaría de El Natahayo a lo que parece ser "un sueño" de vida y estatus social. Una ilusión que, con variaciones pero con las mismas ínfulas de grandeza, contaron por medio Gijón madre e hija, y en el que llegaron a involucrar en mayor o menor medida a más de una veintena de negocios y profesionales: decoradores, floristas, arquitectos, agentes inmobiliarios, modistas, confiteros, banqueros, hosteleros, joyeros, casas textiles, de moda, empresas de catering... casi todos de "caché" y prestigio, ya fuera para organizar la ceremonia o para montar, sin restricciones presupuestarias, el piso de la pareja en alguno de los mejores inmuebles de la ciudad.

En la práctica totalidad de los negocios el trastorno se quedó en tiempo perdido, catálogos encargados, bocetos o una expectativa de un negocio que nunca se concretó. Hay muy pocos casos de perjuicio económico. En cuanto había que dar las primeras señales para el vestido, las telas, el piso o los encargos de muebles, el proyecto se desvanecía.

En toda esta historia, ideada y relatada por doquier por las dos gijonesas, la identidad del novio fue variando con los meses. Tan pronto era el político socialista José María Pérez, diputado en la Junta General del Principado, como un empresario de nombre Alejandro Á., o un ingeniero de Duro Felguera. Y las más de las veces era una mezcla de ambos, un gijonés con influencias, que siempre estaba de viaje por trabajo, que consentía los caprichos de la novia y que debía pasar desapercibido porque, dada su notoriedad, lo mejor era que dejara hacer a las dos mujeres sin darse demasiado a conocer.

Fue en febrero de este año cuando el fabuloso relato de los preparativos de su supuesta boda llega a oídos del diputado gijonés José María Pérez, que pone el hecho en conocimiento de la Policía. Ni conoce a la "novia", ni sus andanzas le han supuesto ningún perjuicio económico, pero en buena lógica teme el uso que puede estar haciéndose de su nombre y su imagen para lograr un posible trato de favor. Y teme que esa fabulación acabe costándole dinero a alguien. La denuncia la ratificó tiempo después en el juzgado, y aún está pendiente de resolución.

La reciente denuncia de los hosteleros es la que vuelve a la actualidad aquella de febrero. Porque varios de los afectados relatan que si se llegaron a fiar de las mujeres era por su apariencia de seriedad, por las maneras educadas que demostraban y porque contaban una historia con la que daba visos de realidad a sus necesidades de manutención.

Lo normal es que la hija intentara convenir un menú diario con los hosteleros. Les daba la excusa de que ella viajaba mucho, que estaban en obras en casa -en el chalé de Somió o en un piso en la calle Corrida, según el día- y lo que quería era que la mujer estuviera bien alimentada. Y para más inri estaba el lío de los preparativos de una boda, que la tenían desbordada. Al final no sólo comía la madre, también la hija, y a veces también cenaban.

Cuando algún hostelero desconfiaba, o algún decorador veía que el negocio y sus explicaciones no cuadraban, siempre había un regalo o un gesto espléndido con el que volver a las apariencias. Y los ejemplos son múltiples: en una tienda de moda infantil dejó encargados regalos por valor de más de 500 euros para el hijo de una hostelera donde comían casi a diario. Como no estaban en stock se pidieron a la firma. A la propia hostelera le llegó a regalar unos zapatos caros, y otros también para el hijo. Mientras, la deuda en el comedor seguía en ascenso hasta llegar a 4.000 euros.

Los zapatos del niño que constan como un generoso regalo han motivado una nueva denuncia por impago. Costaban 66 euros y formaban parte del paquete de obsequios que iban a hacer llegar a la hostelera para su niño. Cuando la buena relación revienta por la cuantía de la deuda en comidas, también se deshace el encargo de "ropita", pero quedan los zapatos, que un buen día se llevaron A. B. O. C. y J. C. I. para una prueba y nunca volvieron al expositor. La dependienta sigue a día de hoy reprochándose el haberse fiado de unas clientas que parecían muy serias, que todos los días pasaban por la tienda, a las que creía que debía de atender con deferencia por el monto tan importante de sus encargos, y porque un buen día agradecieron su amabilidad llevándole una pulsera Viceroy.

Un reloj de la marca Guess y otros complementos caros son los regalos que obtiene, por su dedicación y su esfuerzo, una decoradora gijonesa que pasó con madre e hija horas y horas de su tiempo profesional viendo hasta tres pisos para amueblar íntegramente. Tanta enjundia tenía el encargo que cuando le pidieron dos lámparas por valor de casi 600 euros para un regalo, no lo dudó. Aún las deben, aunque en regalos casi las pagaron.

En cuestiones inmobiliarias Las miras de estas mujeres estaban puestas en Corrida, en Los Moros, en San Bernardo... siempre edificios singulares y algunos que rondaban el millón de euros. Entraban en ellos con llave propia, que no se sabe bien cómo conseguían, y se dio el caso de coincidir varios decoradores de negocios distintos, a la misma hora, en el mismo piso. Una circunstancia que provocaba que todo tuviera aún mayores visos de realidad. Pero al final el encargo no llegaba. Y poco a poco, con los días, se fue extendiendo el rumor de que había dos mujeres por Gijón que te enredaban en una historia fabulosa. "Un delirio de grandeza", coinciden muchos comerciantes. "Una fantasía que se iba cayendo poco a poco", dicen otros. "Un problema que está en su cabeza", siguen más. Cuando se supo del agujero económico que habían dejado en algunos locales hosteleros, la historia dejó de tener tanta gracia.

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