Isabel Menéndez Benavente lleva desde 1978 entregada a ayudar a las familias. Aunque haya quien la identifique como psicóloga infantil, a ella lo que de verdad la "apasiona y me hace sufrir" es la familia. Y precisamente en los retos, los problemas y los cambios que ha sufrido esta institución ha centrado un ciclo del Ateneo Jovellanos que dio comienzo ayer con su propia intervención, titulada "Un reto: educar en la familia del siglo XXI".

-¿La familia interesa?

-Totalmente. De hecho, actualmente está considerada por los españoles como un soporte básico. Está en el escalafón más alto de lo que hay que defender y proteger como base de la sociedad.

-¿Proteger de qué?

-Pues, por ejemplo, de los problemas que vienen derivados de esos modelos de otras sociedades, como la americana, que se está implantando cada vez más aquí. La familia nuclear, convencional, la del matrimonio con unos hijos, con abuelos y tíos, se mantiene en nuestro país, pero se está viendo desequilibrada por otros tipos, como las familias ensambladas o multiparentales, que son generadoras de más problemas y complicaciones. Me refiero a esas familias en las que se unen divorciados con hijos de uno y otro lado, abuelos de uno y de otro, que son un lío para los niños y nos identifica con otras sociedades que siempre hemos visto más desequilibradas.

-¿Qué le dice la experiencia profesional respecto a los niños de esas familias ensambladas?

-Que hay que tener mucho más cuidado con ellos. Aunque parezca que todo va bien, puede no ser así. Todos los estudios del mundo dicen que los hijos de padres divorciados tienen muchísima más predisposición a tener trastornos de ansiedad, depresión, de conducta... Es un hecho objetivo, y es lógico. Porque lo que los niños quieren es tener una estabilidad que no se consigue en las familias ensambladas. Pero frente a eso, que es incuestionable, lo que yo veo en la consulta es que muchos padres en esas situaciones se niegan a ver la realidad. No es lo mismo que un niño crezca en una familia estable, me da igual cómo sea esa familia, que en otra que pasa por varios procesos diferentes de divorcios, uniones, convivencias... Son líos que vuelven locos a los niños.

-¿Por qué les cuesta a las familias identificar esos problemas?

-Porque es mejor no ver nada que reconocer las implicaciones que tiene un fracaso familiar en los hijos. Muchos padres prefieren pensar que los niños lo asumen todo perfectamente, cuando no es así en absoluto.

-¿El gran reto de educar en la familia del siglo XXI es esa disparidad de modelos que existen?

-Sí. Y yo aquí abogaría por repensar con mucha mas sensatez los divorcios. Hoy en día hay un 500% más de divorcios que hace veinte años y ni antes se debía aguantar todo, ni ahora se puede desmontar un proyecto familiar porque ya no hay la pasión o la ilusión del principio. Un matrimonio es una travesía y cuando uno tiene hijos hay que entender que necesitan un proyecto de verdad, que no esté sujeto a vaivenes. Pero no estamos acostumbrados a las frustraciones y nos está pasando factura. Siempre que haya un mínimo de amor se puede y se debe recurrir a mediadores, psicólogos o hacer esfuerzos personales de acercamiento.

-¿Lo que se ve es lo que más educa?

-Sí. Los niños no hacen lo que tú les digas, sino lo que ven. Y si ven que no eres capaz de tener un proyecto medio normal de familia, sin ninguna renuncia ni al ocio, ni al trabajo, ni a nada... pues los niños serán iguales.

-¿Cuáles son los factores que más influyen en la familia del siglo XXI?

-Los hay de todo tipo: sociales, ambientales, escolares, tecnológicos... Empezando por los sociales está el tema de los abuelos. Hoy ya no son la referencia que eran antes, a veces una figura ideal de alguien con experiencias y al que se respetaba; hoy son los canguros, los que van de la ceca a la meca para llevarles a los niños a tiempo a todas las extraescolares... Otra influencia fundamental es la introducción de las nuevas tecnologías. Si un padre, una madre o unos abuelos no sabe manejarse en las nuevas tecnologías no puede educar en una familia del siglo XXI; así de claro.

-¿Ha pasado ya la moda de que los padres y los educadores deben ser buenos amigos de los hijos y alumnos?

-No, por desgracia. Y todo porque la palabra autoridad sigue sonando a retrógrada, mal identificada con autoritarismo. Los padres siguen siendo demasiado colegas de los hijos, y nunca deberían serlo; jamás. Porque tenemos otro rol diferente. Y el profesor, igual, ya que es una persona que está ahí para intervenir en el aprendizaje, pero no para hacerse amigo del alumno. La cercanía afectiva no debe implicar falta de autoridad. Es más, los niños se sienten más seguros ante figuras con autoridad, que marcan límites pero que son afectivas. Eso es lo que debe ser un buen padre y un buen profesor.

-¿Los retos de la educación están ahora más ligados a la falta de identificación de autoridad, a la mala gestión de las influencias sociales o libertades mal entendidas?

-A todas esas que cita y alguna más. Por ejemplo, la "adultización" que hay ahora de los niños. Los hacemos mayores porque nos interesa, lo mismo en su forma de vestir que en su ocio, o en las tecnologías que usan; y en cambio, la adolescencia cada vez dura más. Lo cual me lleva a reclamar la recuperación de la infancia, toda una revolución.