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Crítica de arte

Dibujos de Toño Velasco

Un arte de compromiso social, lúdico y alegre, capaz de arrancar la sonrisa del visitante

"Caballo de Troya".

Hace un año llegaba al Museo Barjola de Gijón el proyecto "Ensayo sobre la burla" del pintor y dibujante Toño Velasco (Valladolid, 1970), iniciado en su estudio de Oviedo el año 2010. Con ayuda de las redes sociales recibió fotos de muchas personas sacando la lengua, haciendo burla. Y con estos anónimos ciudadanos aprendió a pintar con la lengua afuera a Angela Merkel, Nicolas Sarkozy, Iñaki Urdangarín, Emilio Botín y Luis Bárcenas. (Faltan en esta lista Zapatero, Rubalcaba, Cándido Méndez, Narcís Serra, los políticos que arruinaron las cajas de ahorros y un largo etcétera). Porque con la lengua fuera la gente tiene otra cara, contrae músculos faciales, explota en sonrisa, se burla de sí misma y de otros, exhibe un órgano oculto, que no todas las lenguas son iguales. Y según como el pintor considere al personaje, le hará un retrato de tonos fríos o cálidos, que rezume admiración o desprecio, tonos con los que habrá que armonizar el color de la lengua. Aquella iniciativa tuvo mucho eco en los medios de comunicación, que hablaron de la burla como terapia, como relajación necesaria, como invitación al optimismo y la alegría, "porque no nos queda otra" en medio de la crisis de la que somos víctimas. Y la burla es una provocación, una explosión liberadora.

Ahora presenta en El Arte de lo Imposible unos 225 dibujos bajo el título de "Cruzando la línea: dibujines y borratajos". Los "dibujines" los hace sin levantar el rotulador del papel, "cruzando líneas" hasta obtener el resultado que tiene en la cabeza. A menudo ha de romper varias veces el dibujo y empezar de nuevo. Termina con unos toques de color rojo para dar viveza y profundidad a la escena. Los "borratajos" tientan aún más a la suerte y al inconsciente, pues según va dibujando y al "de repente", surge una cosa inesperada, como ese hombre al que le brota una mujer de la nariz, de modo que su bigote se convierte en melena. En ambos casos estamos ante obras tan surrealistas como netamente figurativas, porque el arte de compromiso social que practica Toño Velasco ha de ser lúdico y alegre, capaz de arrancar la sonrisa del visitante partiendo de un planteamiento popular, figurativo y entendible a la primera, "porque hay que dárselo masticado todo a la gente". Y porque "el arte, la música, la literatura, tienen que cambiar el mundo".

Hay a la venta un libro para niños sobre la música, "El alma de la melodía. Un viaje a través de la música" (Imprenta Narcea, Oviedo, 2013), con texto de David Serna y 45 ilustraciones de Toño Velasco. (El libro cuesta 14,50 euros, cada una de sus 45 ilustraciones va a 200 euros y el resto de los dibujos a 70 euros). Se trata de una adaptación o versión novelada del musical producido por la empresa asturiana Cronistar. Los personajes llevan nombres musicales (Presto, Fuga, Estacato, Ritmo, Diapasón, Compás, Vivace?) y viajan por el mundo a recuperar "el alma de la melodía" que ha sido robada. El ejercicio es muy loable, pues cada uno de los estilos musicales hoy en boga se sitúa en su lugar y tiempo, a la vez que los dibujos sugieren cierta idea de ambiente, instrumentos o circunstancias sociales. El dibujante es muy bueno. Por aquí pasan los valses vieneses, el tango argentino, el jazz de Nueva Orleans, el rock and roll norteamericano, los derviches de Turquía, el flamenco andaluz o la samba de Río.

El resto de los 180 dibujos (llenan las paredes) van en la línea lúdica y reivindicativa de Toño Velasco, a quien no se le puede negar el mucho trabajo invertido. Transmiten ideas o valores progresistas, de los que se llevan "en los países de nuestro entorno". Ningún visitante que sonría ante ellos se va a sentir carroza o retrógrado. Antes bien, todo lo contrario.

Hay uno que me gusta especialmente: el caballo de Troya, que mira con asombro lo que llevaba dentro de su barriga y ha bajado por la escalera. Y me gusta porque siendo el caballo muy grande, según reza la "Ilíada", como cualquiera de nosotros, porque todos nos sentimos grandones, víctimas de la crisis y superiores a los demás, resulta que un día descubrimos, como los troyanos, que llevamos el enemigo dentro. Ciertamente, el enemigo capaz de destruirnos vive dentro de nosotros mismos.

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