Después de los fracasos de los últimos años al fin el buen tiempo permitió que el viernes se celebrara con toda solemnidad la procesión del santo Entierro de Cristo.

Todo estaba preparado para dar inicio al desfile más numeroso, por el número de pasos, de participantes y de afluencia de fieles. Al fondo de la explanada que antecede a la iglesia de San Pedro, de espaldas al mar se mantenía la Banda de Cornetas y Tambores de Jesús Cautivo de Oviedo, encargada de emitir todos los toques de oración por los caídos. EL cofrade del Santo Sepulcro, José Ramón Fernández Costales, sosteniendo su Libro de las Reglas, dijo: "Cristo Yacente, tu procesión está dedicada a Cáritas de San Pedro, Cáritas de España, y Cáritas mundial. También a los enfermos de la cofradía del Santo Sepulcro".

La hermandad de la Santa Misericordia abrió la marcha seguida de catorce manolas, elegantemente ataviadas, mientras la Banda de Música de Gijón interpretaba la marcha "Santo Sepulcro" obra del compositor gijonés Vicente Cueva. La letra de la primera estrofa dice así: "Supo ser la piedra fría / dulce cuna, tibio seno / y, en amoroso regazo, abrigar al Nazareno".

La imagen de la Virgen Dolorosa, vestida de terciopelo azul marino se situó en el atrio. Los doce costaleros de la Santa Misericordia que iban a llevarla tras el toque de oración gritaron ¡Al cielo con ella!, y todo el dolor de una madre, con aquel cuchillo atravesándole el pecho, se puso en alto para iniciar el camino del Calvario. Campo Valdés, Paseo del Muro, calle Ventura Álvarez Sala... El gentío se apretaba para verla.

Un nuevo toque de oración dio salida al gran paso de La Piedad, obra del escultor sevillano Martín Nieto. Rodeada de flores blancas, la llevaban veinticuatro cofrades de la Santa Vera Cruz. Iba escoltada por otras doce manolas, más la banda de tambores de su cofradía. Y al fin, se formó el sequito que habría de acompañar el impresionante sepulcro con la imagen de Jesús Yacente. Lo precedían varios cofrades portando la corona de espinas. Sonó el Himno Nacional, los doce reservistas de los tres ejércitos españoles se cuadraron antes de formarse a ambos costados del Santo Sepulcro. Éste inició su patético recorrido rodeado por los cofrades de su hermandad y seis manolas, entre ellas un preciosa niña.

Pero... Cuando todos creíamos que era el final de la procesión sonó de nuevo la corneta que señalaba otro toque de oración. Salía la Virgen de la Soledad, preciosa con sus encajes, sus terciopelos negros bordados en oro, sus cofrades del Santo Sepulcro.

Un toque de campana y al grito de ¡al hombro! la Virgen se puso en movimiento. Tras ella iban los sacerdotes, Javier Gómez Cuesta, párroco de San Pedro, su coadjutor Constantino Hevia, y Eduardo Berbes. Por último, hermanos de las tres cofradías acompañaban al pregonero de esta Semana Santa, Paulino Tuñón Blanco.

Y es aquí donde alguno de sobrada formación y experiencia comentó que era el Santo Sepulcro quién debería haber cerrado el desfile, ya que después de la muerte del Señor llega el vacío total, hasta las iglesias se desnudan de sus simples manteles, ya no hay nada en la Tierra para venerar.

De cualquier modo, recogemos el apunte como lo que fue, un apunte menor sin ninguna duda; lo definitivamente hermoso de estos días ha sido vivir la Semana Santa gijonesa entre tanto fervor popular, y entre tanta belleza.