"¿Cómo consolar a unos padres que han perdido a su hija de cinco años?". La pregunta quedó ayer suspendida en el aire, ahogada por el dolor, tras la fatídica muerte de Mireia Asenjo Fernández, la niña que fue atropellada en el barrio de El Coto en la tarde del viernes y que, finalmente, no pudo superar la gravedad de sus lesiones. La pequeña murió de madrugada, tras ser derivada desde el Hospital de Cabueñes al Hospital Central de Asturias, ante lo crítico de su situación. Falleció pasadas las tres y media de la madrugada, y con ella se fueron "la alegría y la sonrisa perpetua" de una pequeña que "nunca podremos olvidar", como apuntaban ayer entre lágrimas sus profesoras del colegio Gloria Fuertes, donde cursaba estudios de tercero de Infantil en el grupo de "las águilas".

Toda la comunidad educativa se trasladó al tanatorio para acompañar a una familia rota, inconsolable e incrédula por la fatalidad que se llevó "de la manera más tonta" la vida de la niña. "Los chicos que la atendieron lograron reanimarla, pero luego ya no se pudo hacer más, se la llevaron muy malina en la ambulancia", relataba ayer con asombrosa entereza el abuelo paterno, Julio Asenjo, que presenció el accidente de primera mano, junto con la madre y el hermano de la niña. Nadie se puede aún explicar cómo se produjo el suceso, cómo uno de los coches estacionados en la calle Tirso de Molina número 8 accionó el motor, cómo saltó la acera y cómo arrolló a la pequeña y a otra compañera de 11 años, que sufrió una contusión en la cadera, cuando salían de la clase de kárate. Los primeros comentarios apuntaban a que el conductor, un hombre de 49 años, había arrancado el vehículo con la primera velocidad metida, un extremo que deberá ser aclarado por los investigadores.

Nada pudieron hacer los sanitarios desplazados hasta el lugar de los hechos, ni las personas que la atendieron en los primeros momentos: un joven que se encontraba dentro del centro deportivo, el propietario del gimnasio y un policía local fuera de servicio que también se encontraba haciendo uso de las instalaciones en esos momentos. Y tampoco fue posible hacer más por Mireia en Cabueñes, donde cuatro equipos diferentes de cirujanos de otras tantas áreas trataron de salvarle la vida en una operación de urgencia.

Su madre, Ana María Fernández, también fue trasladada al hospital gijonés tras sufrir un ataque de ansiedad. Ayer se aferraba a un osito de peluche en la sala del tanatorio, mientras el padre de la niña, Francisco de Borja Asenjo, no podía dejar de mecer una muñeca, otro de los juguetes de la pequeña. "¡Ay mi niña, ay mi niña!" fue el lamento repetido de una de las abuelas, rodeada de decenas de familiares y amigos, todos embargados por el dolor, en el tanatorio en un mar de lágrimas. "No se puede creer", señalaba con los ojos arrasados de lágrimas el párroco de San Nicolás de Bari de El Coto, Fernando Fueyo, uno de los primeros en llegar a la sala. Porque, como él mismo señalaba con un hilo de voz, "era una familia muy asidua de la parroquia, siempre implicada en las actividades, monitores de los campamentos, al igual que su hermano". Sergio, de nueve años, aún desconocía por la mañana la trágica noticia. Las escenas de dolor se repitieron durante toda la jornada en el tanatorio de Cabueñes, donde se velarán los restos mortales de la pequeña hasta mañana, lunes. Y hasta Cabueñes se ha desplazado un amplio equipo de psicólogos de la Cruz Roja, un apoyo para ayudar a las familias a sobrellevar tan duro trago.

También intervendrán los especialistas con el equipo docente del colegio Gloria Fuertes, otro de los puntos donde el dolor golpeó ayer con fuerza. Las profesoras del centro pasaron buena parte de la jornada "acompañando a la familia, que es lo único que podemos hacer en estos momentos tan duros". El equipo de Cruz Roja les dio las pautas para enfrentar la pérdida de una alumna en tan difíciles circunstancias, la manera de hacer llegar a los demás niños de la clase el mensaje de que Mireia ya no les acompañará más.

Una información demasiado difícil de asumir cuando el centro ya se encontraba inmerso en la preparación de los festejos de fin de curso, con la ilusión que siempre despierta en los más pequeños. "Es durísimo, ojalá estas cosas no existieran, porque no sabemos cómo lo podremos manejar", apuntaban las profesoras, aún consternadas porque "ayer mismo Mireia nos contaba entusiasmada sus planes para el fin de semana". Les ha quedado la pena y el vacío, la falta de consuelo y las preguntas sin respuesta. A cambio, saben que han ganado "un ángel en el cielo".