La leucemia le pudo la batalla y, tras dos trasplantes de médula ósea, el arquitecto gijonés José María Cabezudo Fernández falleció ayer a los 60 años en Oviedo, donde estaba ingresado desde hacía varias semanas. De su larga lucha contra la enfermedad sabían todos su entorno, sus compañeros y sus amistades, pero su entereza, su buen ánimo y fuerza interior había logrado que muchos pensaran que era imbatible. "Ha sido una sorpresa. Muy mala. Como profesional era muy serio pero sobre todo era una gran persona", indicaba, afectado, el decano presidente del Colegio de Arquitectos de Asturias, Alfonso Toribio.

El sentir por su fallecimiento tuvo infinitas réplicas en Gijón y en toda Asturias, pero sobre todo se hizo patente entre la comunidad jesuita de la región y de fuera de las fronteras donde este alumno del colegio de la Inmaculada -decía que la suya era "la gloriosa promoción de 1971"- tenía una legión de amigos. Los cosechados en sus 19 años como presidente de la asociación de Antiguos Alumnos del centro educativo gijonés, como presidente de la Federación Española de Asociaciones de Antiguos Alumnos de la Compañía de Jesús y de la Confederación Europea de Antiguos Alumnos de Jesuitas.

De hecho, para la Compañía de Jesús Chema Cabezudo, como se le conocía popularmente, era uno de sus puntales en Asturias. Aunque él se definía sólo como "un fiel colaborador". En la actualidad coordinaba la Red Ignaciana Asturiana y era consejero de la Consulta Apostólica de Asturias. Era su labor, que cumplía a diario con dedicación increíble, la de propiciar el contacto y el conocimiento de cuanto aconteciera en Asturias y fuera de la región y concerniera a los colegios de la Compañía, los jesuitas o colaboradores. En ese sentido Inocencio Martín, delegado de los jesuitas en Asturias, señaló ayer que "era tal su identidad con los valores y el sentir de la Compañía que me resulta difícil distinguir entre el laico Cabezudo y un jesuita cualquiera. En el tiempo que llevo en Asturias siempre conté con su ayuda inestimable; su grado de generosidad y servicio era enorme. Era un hombre de unos valores tan grandes que no sé cómo voy a cubrir el vacío que nos deja el bueno de Chema".

Nacido en Gijón en 1954 en la calle Hermanos Felgueroso, hijo y nieto de militares -su padre, Diego, fue coronel de Infantería y empresario-, Chema Cabezudo estaba casado con la oftalmóloga Iciar Onzain y era padre de dos hijos, José María -arquitecto como su padre y su tío, Diego Cabezudo- y Javier. Su otro hermano, Agustín, es médico psiquiatra.

Los estudios de arquitectura los realizó en la Universidad de Sevilla y en el ejercicio de su profesión distinguía tres etapas. Una primera (1978-1982) en la que compartió estudio con su hermano; una segunda (1982-1995) en la que trabajó de arquitecto en el Ministerio de Hacienda, lo que le llevó a conocer Gijón "como la palma de mi mano", decía, porque fue responsable de la implantación del catastro urbano de Gijón y también de Carreño; y una tercera, a partir de 1995, en la que se dedicó a su estudio, el Taller de Arquitectura Cabezudo.

Prácticamente tocó todos los palos de la actividad profesional y entre los edificios singulares que llevan su firma de buen gusto, sobriedad y seriedad está el Edificio Social del Real Sporting de Gijón en Mareo, el edificio social de la Fundación San Eutiquio o el conjunto parroquial del Buen Pastor en Gijón. Algunas de sus ideas se quedaron sin ver la luz, como el museo del Azabache en Villaviciosa, o el conjunto parroquial de Santa Olaya. Y obras singulares suyas son, también, la Discoteca Tik o la capilla Panis Vitae en la iglesia de San Pedro. Desplegó ilusión en un proyecto que se trastocó, el Ecobarrio de Jove, y estuvo en diversas etapas en la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Arquitectos. Logró reconocimientos del sector por algunos de sus trabajos aunque decía que "mi mayor satisfacción es haber podido contribuir a la felicidad de los usuarios de los espacios por mi diseñados". Y con ese espíritu se acercó a todo lo demás en la vida. Buscando siempre la felicidad de los otros, entregando con generosidad máxima su tiempo y sus saberes en los más diversos campos para el bien común y el progreso de Asturias.

Decía Chema Cabezudo que sus hobbies eran cultivar la amistad, la conversación, la lectura, la música, la bibliofilia de temática asturianista y caminar por la montaña, aunque lo hiciera menos de lo que le gustaría. La enfermedad le dio la oportunidad de pelear activamente por la mejora de la sanidad pública asturiana, desde el reconocimiento de la grandeza y la excelencia de muchos de sus profesionales. Ayer sus amigos, como el jesuita Antonio España, recordaban sobre todo su alegría y su risa. "Me lo he pasado muy bien con él. Era servicial, de mente abierta, dialogante, se implicaba con todos y sobre todo disfrutaba de todo". El funeral por su descanso tendrá lugar en la iglesia de San Pedro mañana lunes, a las 13.00 horas.