La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alimento de vida

Adolfo Mariño, párroco de San José, reconoce que el ayuno "no está de moda, ha perdido su valor espiritual"

Adolfo Mariño, en la cueva de la Santina de la iglesia San José. JUAN PLAZA

La Basílica del Sagrado Corazón acogió ayer la última de las conferencias cuaresmales que se han celebrado durante este tiempo penitencial. Se titulaba "Alternativa cristiana ante la civilización del consumo". Fue impartida por el párroco de San José, Adolfo Mariño, y escuchada por un numeroso público. El rector de la Basílica, Álvaro Iglesias, y el párroco de San Pedro, Javier Gómez Cuesta, se hallaban entre la audiencia.

Antes de de dar inicio a su alocución, Adolfo Mariño invitó a todos a cantar, "El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra..." rematado con una plegaria a la Santina. Sus palabras fueron para referirse al ayuno, una práctica que la mayoría de los cristianos ha olvidado, "en nuestros días no está de moda, ha perdido su valor espiritual", dijo, y añadió que no consiste únicamente en reducir los alimentos sino que puede entenderse como una privación voluntaria de muchas cosas, pero todas ellas nos ayudan a crecer en la amistad con Dios, a dominar nuestro afán de suficiencia, y nos impulsa a darnos a los demás. El ayuno no es un invento de la Iglesia, ya aparece en las Sagradas Escrituras como una hoja de ruta para crecer interiormente.

Ayunar no tiene sentido si no va unido a un cambio de vida; la tradición dice que el ayuno es un antídoto contra el pecado. Según ha dicho Benedicto XVI el primer ayuno tuvo lugar en el Paraíso al ordenar el Señor que Adán se abstuviera de probar el fruto prohibido. El ayuno significa expiación y mortificación. Y puede entenderse como un medio de dominar nuestro egoísmo. Merced a él descubrimos que somos dueños de nosotros mismos y nos abre los ojos ante las privaciones que sufren nuestros hermanos.

Debemos ayunar de aquello que Dios no bendice, como vivir a sus espaldas como si no existiera, y mantenernos ajenos a los sacramentos, o considerarlos una obligación penosa. "Los sacerdotes estamos hartos de escuchar que hay una Iglesia de arriba, que son los poderosos y otra de abajo, la de la calle. La Iglesia no está dividida. Debemos verla como madre y maestra", comentó Adolfo Mariño.

Ayunar, concluyó, es no abstenerse ante la injusticia, no murmurar, no enquistarse en un fundamentalismo religioso, no explotar al trabajador. Hay que ayunar del abuso en la familia, de las horas de televisión, de ordenador o de móvil; de las cartas del tarot, de los juegos de azar. "Sin ayuno no conseguiremos librarnos de los demonios de nuestro tiempo", había dicho Benedicto XVI.

Compartir el artículo

stats