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el callejón de las fieras

David González después de los 50

Guerras de la poesía española - De Cimadevilla a la consciencia - El malditismo como fidelidad

David González, en la noche de Cimadevilla.

Hace años escribí, no sin un cierto tono enfático, que los versos de David González resonaban como un látigo en los templos que custodian los sacerdotes del canon, o algo así. Me refería tanto a la singular dicción del poeta de San Andrés de los Tacones como a los asuntos de sus textos, tomados con las manos del pozo de las realidades cercanas y de la misma biografía. Hubo quien me reprochó aquellas palabras, como si uno estuviera todo el día de hinojos en el reclinatorio de las páginas de Pessoa, Vallejo, Cernuda y otros bardos de alto voltaje lírico; como si uno, en fin, viviera en la realquilada torre de marfil a la que no llegan las voces y los ecos de sus contemporáneos.

"Me gusta mucho lo que escribes, menos cuando hablas bien de David González", me llegó a decir un temido crítico, acostumbrado a preceptuar quiénes son buenos y malos poetas. La guerra de taifas que padeció la poesía española en los años ochenta y noventa, con unos y otros tirándose los endecasílabos a la cabeza y amenazándose con epigramas, fue dañina y ridícula. Y sin embargo, buena parte de la historia de la literatura es la crónica de los enfrentamientos entre banderías hostiles. Hay quien ya no se acuerda cómo se las gastaban, por ejemplo, Quevedo y Góngora, por recordar a dos de los mejores. Al final es el tiempo, ese lector sin amigos, el que dicta sentencia y acierta o se equivoca.

Me desagradan los sectarismos y leo sin prejuicios. Nunca he visto en esta actitud un inconveniente para defender mis ideas, más bien al contrario. Y estoy convencido de que hay quien rechaza los poemas de David González desde la ignorancia, sin haber leído un solo verso del autor gijonés. Últimamente tenía algo perdida la pista al poeta de Cimadevilla, al escrutador de los días y las noches (más estas últimas, me parece) del barrio alto. Así que me llevé una alegría cuando, tras arribar a mi empapelada mesa en el periódico (yo, pobre de mí, ni siquiera tengo piscina a la que arrojar la mucha letra que me llega todas las semanas), me encontré dos libros de la blanquinegra editorial Origami (volúmenes como vencejos, muy americanos), firmado uno por David González ("Campanas de Etiopía"), y el otro por una muchacha madrileña, ya filóloga, que ha escrito un muy oportuno e interesante estudio sobre el autor de "Reza lo que sepas" y "Algo que declarar".

Natalia Salmerón Suero, que así se llama la risueña investigadora (lo digo por la foto de la solapa, muy simpática), hace trizas otras fichas sobre los poemas de David González (que si poesía de la conciencia, que si realismo sucio y otras zarandajas) para afirmar que el gijonés se inscribe en lo que ella llama "poética de la consciencia". Puede ser, pero son ganas de clasificar y de matizar lo que el poeta viene repitiendo desde hace años con término también discutible, que lo suyo es poesía de no ficción. Este ensayo se completa con una amplia entrevista en la que autor estudiado nos ofrece algunas útiles opiniones y confesiones. Mientras leía "Campanas de Etiopía" (poemas y textos en prosa narrativa) me he dado cuenta de que su autor, que nació en 1964, arrastra ya medio siglo a sus espaldas sin que esos cincuenta años largos afecten a la idea y la rabia de sus versos. Sigue siendo el poeta que escribe desde los márgenes del cuaderno de la actual poesía, ateniéndose a sus ritmos y sus invenciones formales. Yo no sé si uno es escritor maldito por vocación o imposición social. Tampoco importa. Es siempre una posición moral ante el mundo. Y mantenerse fiel a uno mismo después de cumplir los cincuenta es tan duro como ser adolescente toda la vida.

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