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La obra de arte que cambió la imagen de la ciudad | La obra de arte que cambió la imagen de la ciudad

El "Elogio del horizonte" cumple 25 años

El tiempo y la belleza de la escultura de Chillida han convertido la monumental pieza del cerro de Santa Catalina en un icono de la transformación de Gijón

La escultura de Chillida desde otra perspectiva, en una imagen tomada ayer. JUAN PLAZA

El próximo nueve de junio se cumplirá un cuarto de siglo de la inauguración del "Elogio del horizonte". A la monumental escultura de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002) le han bastado veinticinco años para convertirse en uno de los símbolos gijoneses más potentes y en el icono, quizás, de las transformaciones sociales y económicas que ha experimentado en estos años la mayor ciudad asturiana.

Los estudiosos del carácter local coinciden en que el playu tiende a la hipérbole y a la ironía expresionista. De ahí que el "Monumento a la madre del emigrante" se haya convertido para la voz popular en la "Lloca del Rinconín" y que las tan elegantes "Sombras de luz" se nombren como "Les chapones". Y de ahí que el "Elogio", una de las obras más queridas por Chillida y pieza que evoca una cierta espiritualidad de índole cósmica, fuera denominado aun antes de su inauguración, en la primavera de 1990, como "El váter de King Kong". La ingeniosidad ha ido cayendo en el olvido y casi nadie la utiliza. Ha influido posiblemente la fuerza estética de la escultura, la lograda armonía espacial y que los gijoneses sienten que forma parte de uno de sus lugares más queridos. Y también la repercusión nacional e internacional de una pieza que fue incluida pronto en las más prestigiosas publicaciones de arte.

El "Elogio del horizonte", hecho en hormigón armado, tiene 10 metros de altura y un peso de 500 toneladas. Emplazada frente al mar Cantábrico, traza una elipse sobre dos pilares en un promontorio natural. Hubo que excavar a más de 20 metros de profundidad para encontrar roca sobre la que cimentar una pieza que, pese a su peso, parece de una sutil ligereza. Entre sus brazos, el visitante puede escuchar las músicas del viento y del océano. Su coste no llegó a los cien millones de las viejas pesetas. Chillida percibió tan sólo el 5 por ciento de esa cantidad.

Fue casi un regalo para la ciudad, aunque entonces -tiempos difíciles- la percepción fuera otra. Gijón sufría con todo rigor los efectos de la crisis industrial que se había desencadenado la década anterior con la entrada en barrena de los astilleros asentados en la bahía, mientras sobre la gran empresa siderúrgica estatal, Ensidesa, se cernían los negros nubarrones de su viabilidad, como así se constató años después con su privatización. El tejido industrial gijonés nacido al calor, en buena medida, del desarrollismo de los años sesenta del siglo XX, amenazaba con hacer crisis y arrastrar, en su caída, a un formidable número de pequeñas y medianas empresas. La Corporación municipal estaba en manos de un gobierno de izquierdas encabezado por el socialista Vicente Alberto Álvarez Areces. El PSOE, con 11 de los 27 concejales de la Corporación, gobernaba con la muleta de los tres ediles que tenía Izquierda Unida (IU). Es decir, 14 concejales de la izquierda por los 13 de la derecha representada entonces en el Pleno por los 7 ediles de Alianza Popular (AP) y los 6 del Centro Democrático y Social (CDS). Nada nuevo en el mapa político local.

Hace un cuarto de siglo se acababan de implantar en las calles de la ciudad los parquímetros de la ORA, es decir, el pago por aparcar vehículos, y la villa vivió una de esas polémicas tan locales, a tenor de la instalación, en el cerro de Santa Catalina, de la gigantesca escultura de Chillida. En aquel 9 de junio se esperaba, en el campo municipal de El Molinón, a la estadounidense Tina Turner, en el que fue el primero de los grandes conciertos que se vieron en Gijón durante aquella "década prodigiosa" de música internacional en ciudad. La política local se enfocaba, entonces, a parar socialmente los efectos de la crisis con un cambio de rumbo, intentando que Gijón tornase a ciudad turística fomentando, como cataplasma de los empleos que se estaban perdiendo en el sector industrial, los que se podían generar en el sector servicios. El "Elogio" fue como el faro guía de ese intento de transformación.

Areces, alcalde durante tres mandatos (fue también presidente del Principado durante otros doce años), recuerda aún aquel contexto socioeconómico de pesimismo y desasosiego: "Accedí a la Alcaldía en 1987, cuando la ciudad estaba muy castigada por la crisis, bajo un clima de pesimismo ante el futuro". Un cuarto de siglo después, el ahora senador sigue pensando que se necesitaba "valor político", dadas las condiciones del momento, para hacer aquel encargo a Chillida. La escultura, que multiplicó su precio inicial por los sondeos obligados para su cimentación, fue sufragada por el Ayuntamiento, el Principado, Cajastur y El Corte Inglés. Areces recuerda que Chillida, enamorado de la atalaya del cerro de Santa Catalina al primer golpe de vista, llegó a barajar tres variante del diseño original: "Eligió la más sencilla".

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