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Crónicas gijonesas

Festejos de estío y forasteros

Del despegue en el último tercio del siglo XIX de las atracciones veraniegas en la villa para fomentar el turismo o "cuando el comercio gijonés quiso, echábase el resto"

El primer tramo de la calle Corrida, en una imagen tomada una mañana del verano de 1928. Una línea de los tranvías (uno de ellos al fondo) recorría la calle. ANTÓNIO PASSAPORTE (FOTOGRAFÍAS DE LOTY)

Dejó escrito el periodista y entonces Cronista Oficial de Gijón, Joaquín Alonso Bonet, en un artículo publicado en el diario local "Voluntad" del 15 de agosto de 1962, que fue el catedrático e historiador Juan Junquera Huergo (San Andrés de los Tacones, Gijón, 1804-Oviedo, 1880), quien tuvo la visión de futuro de fomentar los festejos veraniegos para que sirviesen de acicate a los forasteros que elegían la costa gijonesa durante la temporada de baños, que tradicionalmente se iniciaba cuando el párroco de la iglesia parroquial Mayor y Principal de San Pedro Apóstol bendecía las aguas cantábricas locales, en la festividad de San Juan Bautista, el 24 de junio.

Pero lo que desde hace décadas se considera normal, es decir, que Gijón se convierta en la capital veraniega de Asturias, con una formidable profusión de actividades lúdicas entre "les fogueres" de San Juan y los vientos nordestes septembrinos, en el último tercio del siglo XIX costó en poner en marcha.

Al menos es lo que se puede leer en las páginas del diario local "La Prensa" del domingo 19 de junio de 1932, en la sección "Minucias trascendentales", que firmaba Pachín de Melás, seudónimo de Emilio Robles Muñiz (Gijón, 1877-1938). Bajo el título de "Festejos antiguos y modernos", Pachín de Melás esgrimía que "se habla en la actualidad de festejos veraniegos. Deséase, al parecer, organizar un programa digno de nuestra ciudad", pero, prosigue, "esos que ellos mismos se llaman 'espíritus selectos', tachan de antiguallas, de cosas pueblerinas, las fiestas veraniegas, y apenas salen de su 'pueblín' se pasman de todo, todo les choca y hasta son capaces de lanzar el clásico ¡Ah! ¡Ah! ante un cohete de luces. El pueblo tiene sentimientos y alma de niño. Acude y se entusiasma con toda suerte de festejos públicos por ingenuos que sean. ¿Por qué no dárselos?".

Al parecer, 1932 no era un año muy propicio para que en Gijón hubiera grandes festejos de verano "por falta de numerario" (dinero efectivo). Pero Pachín de Melás recordaba los modestos programas de festejos veraniegos de los años 1881 y 1888, para que "no se desanimen los jóvenes que componen la Comisión municipal de Festejos".

Con la vista puesta en el programa de festejos de 1881, Pachín de Melás relató: "Dieron comienzo el 10 de agosto y terminaron el 18. Nada más que ocho días de jaleo", en los que se inauguró la iluminación de gas del paseo de Begoña, hubo "corridas de patos" en el puerto local y el día 14 "grandiosa iluminación que los comerciantes gijoneses dedican a los forasteros, y fuegos artificiales por los Hijos de Alonso, de Palencia". También se repartieron "dos mil libras de pan a los pobres". Tenía entonces el casco urbano de Gijón 15.900 habitantes.

Playa iluminada

Siete años después, en 1888, el programa de festejos descrito por Pachín de Melás se extendía del 15 de julio al 15 de septiembre, si bien el articulista aclaraba que "la verdad es que sólo señalaban festejos del 10 al 20 de agosto", entre ellos carreras de velocípedos, "iluminación en la playa, con un combate naval", inauguración, el 12 de agosto, de la plaza de toros de El Bibio, carreras de caballos en la playa de San Lorenzo y regatas de traineras. Y es que, leemos a Pachín de Melás, "cuando el comercio gijonés quiso, echábase el resto".

Casi agonizando el siglo XIX, en su número extraordinario publicado el 15 de agosto de 1897 y dedicado a la "colonia veraniega", el entonces republicano diario local "El Noroeste", baluarte periodístico de la nueva burguesía industrial y comercial de la villa, mostraba la "musculatura" lúdica de Gijón, al explicar que "ocho Sociedades de recreo tiene Gijón, en todas las cuales puede entrar el forastero durante un mes, previa presentación de uno de los socios: la más antigua es el Casino de Gijón, fundado en 1850 (...) Nuestra villa cuenta además, tres teatros: el de Jovellanos, muy elegante, situado en la calle del mismo nombre e inaugurado en 1852, tiene cabida para unas 800 personas; en el de 'Obdulia', o sea el de los Campos Elíseos, pueden colocarse hasta 3.000 personas; es, sin duda, uno de los mejores de España en este género; el Teatro Cómico, situado en el Paseo de Alfonso XIII (Begoña), fue inaugurado en 1893; es poco espacioso; pero su propietario, don Manuel S. Dindurra, se propone introducir en él grandes reformas, a fin de que en el próximo año pueda prestar servicio en mejores condiciones de comodidad". Luego estaba la plaza de toros de El Bibio, "es capaz para 12.000 personas".

Para los baños de mar nada menos que cuatro balnearios: Las Carolinas, "magnífico edificio construido el año 1887 bajo la dirección del arquitecto don Atilano Rodríguez (...) La Favorita, propiedad de don Leandro Suárez Infiesta (...) La Sultana fue fundado en 1887 (...) La Cantábrica, situado detrás de la iglesia de San Pedro, es el balneario más moderno de los cuatro que tiene Gijón". Y remataba el gacetillero: "En los cuatro establecimientos se sirven baños medicinales, duchas, etc. y tienen establecidos precios análogos para todos los servicios. Con lo dicho, se comprenderá que Gijón no tiene nada que envidiar a otras poblaciones por lo que a balnearios se refiere".

En las mismas páginas del extraordinario de "El Noroeste", el comerciante Benigno Piquero, establecido en los Cuatro Cantones, pagaba una plana entera de publicidad para, entre otras cuestiones, explicar a los "señores forasteros" que "Gijón encierra muchas cosas buenas (...) sus importantes centros fabriles, su creciente comercio y el extraordinario movimiento de su puerto, le dan tal preponderancia mercantil, que con razón y en justicia figura al frente de las poblaciones más trabajadoras de la Nación".

Y como ahora, las buenas comunicaciones eran esenciales para atraer forasteros a la villa en verano -y con ello acrecentar el Producto Interior Bruto local-. Lo escribió Fernández del Humedal (José Manuel Lorenzo Fernández) en las páginas de "Voluntad" del 15 de agosto de 1955, refiriéndose al verano de 1910: "En aquel mismo año, ya las corrientes turísticas se estimulaban con buenos medios de comunicación. Y así, los días 24 de julio y 10 de agosto, se organizaron dos trenes especiales entre Madrid y Gijón. Los billetes de ida y vuelta costaban 25 pesetas en segunda y 15 en tercera".

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