Permítame, señor director, que haga desde estas líneas una encendida defensa del medio rural. Partiendo del hecho de que Asturias se puede considerar media docena de ciudades en medio del campo, conviene no olvidar de dónde venimos: venimos de la aldea. ¿Quién no tiene descendientes en los municipios del extrarradio, de las alas regionales?

El despoblamiento del medio rural asturiano y la pérdida de todas aquellas actividades tradicionales que durante siglos modelaron el paisaje que aún disfrutamos es un drama para esta región al que los políticos no acaban de buscarle un final feliz, tal vez por comodidad, tal vez por incompetencia. O por ambas cosas a la vez, lo cual es doblemente grave.

Todos somos responsables de esa pérdida de identidad de Asturias que sobreviene a causa de la incesante crisis del medio rural: cada vez más asturianos se manejan en internet, en los smartphone y en las redes sociales, pero cada vez menos saben hacer sidra o elaborar queso al modo artesanal de nuestros ancestros. Si las vacas dejan de subir al monte, los accesos al monte que utilizan los senderistas de fin de semana acaban sepultados por el matorral, de manera que los domingueros dependen también en gran medida de la actividad rural, para su disfrute de fin de semana. Hay que volver a pensar Asturias como si fuéramos aldeanos. Aldeanos somos y al final del camino nos encontraremos. Si es que hay camino al final, sepultado por el matorral.