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El rostro más hermoso cumple un siglo

El 17 de octubre de 1915 se inauguró la Escuela de Comercio, una de las piezas más destacadas de la arquitectura local, obra de Manuel del Busto

El rostro más hermoso cumple un siglo

El 17 de octubre de 1915 se inauguraba con todos los honores el nuevo edificio de la Escuela de Comercio. Cobraba así vida una de las piezas esenciales de la arquitectura local del primer tercio del siglo XX, obra de Manuel del Busto, y también se culminaba entonces el epicentro cultural de la ciudad. La llamada Atenas gijonesa, germen del actual campus universitario, quedaba formada por tres establecimientos docentes públicos -Instituto y escuelas de Artes e Industrias y de Comercio-, levantados sobre los terrenos que Jovellanos había designado como el nuevo núcleo de la villa en su Plan de Mejoras de 1782 en el que la educación y la cultura eran el centro de la ciudad de la Ilustración.

Si el edificio fue simbólico entonces, también tuvo gran repercusión como referente a nivel nacional ya que fue la primera construcción realizada ex profeso para una escuela de este tipo en España. Busto trazó las bases del proyecto en 1909, atendiendo a dos cuestiones clave: su uso educativo y su fácil mantenimiento. Para lo primero fue fundamental introducir entramados metálicos en la estructura, una importante novedad técnica a nivel local que permitía dotar al edificio de grandes vanos y de diáfanos espacios internos. Para lo segundo realizó una sabia elección de materiales de manera muy similar a como luego se resolverá con idéntico fin la Universidad Laboral, por lo que igualmente las azulejerías cobran un protagonismo esencial en las dependencias del centro.

La vanguardia técnica liberó a los muros de gran parte de su función portante, permitiendo así destinar la mitad de la superficie de las fachadas a ventanales. De hecho, en su inauguración este hecho no pasó desapercibido bautizándose oficiosamente al inmueble durante sus primeros meses de actividad como el palacio de cristal.

La casualidad también contribuyó a que este arquitecto, cuando diseña del edificio entre 1909 y 1910, se encontrase en el mejor momento de su etapa modernista -culminada tras este proyecto con la sede del Banco Herrero en Oviedo (1911) y Villa Excélsior en Luarca (1912)-, lo que imprimió a esta construcción un aire vienés tan elegante como compatible con sus fines. Busto hizo el proyecto como arquitecto del Ministerio de Instrucción Púbica y Bellas Artes en Asturias, cargo que también le llevó en 1911 a abordar mejoras en el edificio del Instituto de Jovellanos -de entonces data el actual salón de actos- con motivo del centenario del fallecimiento del prócer gijonés. Sin embargo, en 1915, cuando se inaugura la Escuela, ya había abandonado el lenguaje modernista, habiendo retornado a una línea de diseño historicista bajo la que se concebirá este mismo año el proyecto del Teatro Robledo.

En cuanto a la inauguración, la solemnidad fue compatible con las habituales singularidades locales. En ella faltaron sus protagonistas esenciales ya que ni Faustino Rodríguez San Pedro, ministro que impulsó la obra, ni Melquíades Álvarez, diputado que logró su puesta en marcha, ni el arquitecto autor del proyecto pudieron asistir. La comidilla fue el evidente boicot hecho por toda la Corporación municipal al entonces alcalde, Fernando Galarza, al negarse a acompañarle al acto. Y la anécdota fue la petición en su discurso de Valentín Escolar, director del centro, de eliminar los exámenes dentro del proceso formativo por el negativo impacto que a su entender suponían para el alumnado.

Desde aquél día la Escuela se imbuyó en el devenir de la historia de la ciudad: su actividad implicó sucesivas reformas y adaptaciones, sufrió importantes daños alcanzada por las bombas durante la guerra, acogió temporalmente los restos de Jovellanos y cumplió con creces con su función durante nueve décadas llegando incluso a ser una de las sedes de la Universidad de Oviedo en la ciudad.

Quedamos ahora a la espera de comprobar que el carácter que el edificio mantuvo hasta su cierre hace un lustro permanezca tras la actual obra de rehabilitación, deseando que allí sigan las carpinterías originales, las azulejerías, las molduras... Y, sobremanera, que vuelva la alegoría de la gran vidriera de la escalera principal. Esa visión de la ciudad como una robusta mujer en plenitud, con su escudo heráldico, rodeada por hornos altos, el puerto trasatlántico, la industria y el comercio que eran el sustento de la villa hace un siglo. Un retrato de una ciudad que ya no existe, pero que no deja de ser el rostro más hermoso con el que se ha representado a Gijón.

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