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El callejón de las fieras

Los muros y los sentimientos

Españoles que siguen pensándose - De Rocroi al abandono del Sahara - La frase del Rey y el sentido común

La Reina, el pasado jueves, en el paseo de Begoña. ÁNGEL GONZÁLEZ

El filósofo Fernando Savater recordaba ayer en un artículo en "El País", a propósito de una reflexión de su encarecido Cioran, la afición de los españoles -compartida con los rusos- a preguntarnos por la existencia de nuestra patria. España como proyecto inacabado, como problema, como enigma histórico, como drama colectivo también. Madrastra España, han proferido algunos poetas de tono desgarrado y metáfora dickensiana. Tenemos a veces la impresión de que España es, en realidad, un género literario inventado por los escribidores de las frustraciones nacionales o los demagogos de los intereses personales. España como otro capítulo de las ilusiones perdidas.

Supongo que esa propensión a hacer de lo español (palabra, por cierto, de origen provenzal) un tema de permanente debate viene, creo yo, de nuestra inseguridad por el desmoronamiento imperial, cuando Dios dejó de ser ibérico y los franceses mostraron en Rocroi, a mediados del siglo XVII, que nuestros tercios habían dejado de ser invencibles y que aquella monarquía universal urdida por los Austrias era vulnerable. Todo pasa, es fugitivo. En realidad, la identidad española se ha ido decantando por oposición o rechazo a otras (la mora, la judía) y desde un afán por dar homogeneidad (política, religiosa?) a los territorios hispánicos y sus diversos intereses a partir de la unión de los reinos de Castilla y Aragón.

La quiebra de aquel mundo supuso una larga decadencia, a la que contribuyeron las sucesivas derrotas de las corrientes reformistas o liberales. Y un desastre colonial que se alargó hasta hace cuarenta años, cuando el último Gobierno de Franco abandonó vergonzosamente a su suerte a los saharauis tras la "marcha verde" orquestada por el entonces rey marroquí, Hasán II. La transición a la democracia fue, entre otras muchas cosas que ahora hay quien olvida, un intento de entendimiento entre distintas tradiciones políticas y una búsqueda de la convivencia desde la superación de la guerra civil como argumento último. Un adiós al duelo a garrotazos que pintó Goya.

Felipe VI hizo el pasado viernes, en la entrega de los premios "Princesa de Asturias", un discurso en el que llamó a los españoles a no levantar "muros con los sentimientos". Una referencia (así se ha entendido desde todas partes) a la vía secesionista que ha emprendido el nacionalismo catalán de derechas y de izquierdas, con amplio apoyo social. No seré yo quien discuta esa interpretación, pero sería un error ver en la frase que ha sido materia de todos los titulares un alegato contra la Cataluña que se siente cada vez menos española. O contra los españoles que la misma tarde del discurso, en la plaza de la Escandalera, manifestaban sus ideales republicanos y su convicción de que mientras Amancio Ortega, el zar de Zara, se convertía en el hombre más rico del mundo, la pobreza se ha multiplicado en nuestra España.

Los sentimientos son estados de ánimo. Y, como ha señalado el Rey, construir empalizadas sobre sensaciones mudables, sujetas a la mera coyuntura, es mala política. A mí me gusta más ver en la frase del monarca una llamada a abrir otro período histórico, como el que inauguró la Transición, en el que sea posible el diálogo y se aliente la empatía. Sin esa capacidad de ponernos en el lugar de los otros, la democracia pierde viveza, contenido, profundidad.

Contra los muros, todos los muros. Podría ser la conclusión de la entrega de unos galardones que aún cumplen la necesaria función de honrar el talento y la generosidad con los demás. Que la mayor ciudad asturiana participe en esa fiesta es sólo sentido común, el menos común de los sentidos.

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