Durante más de cinco años, Mario García Antuña (Moreda de Aller, 1940) estudió los accidentes mineros ocurridos en Asturias durante casi un siglo. Hasta 425 muertos, en gran parte por explosiones de grisú, dejaron su vida mientras trabajaban. Mario García Antuña, extrabajador de HUNOSA, que se prejubiló en 1993, recoge esas tragedias en "Catástrofes mineras asturianas".

-¿Cuántas historias ha recogido en su libro?

-Son 63 catástrofes del periodo moderno. Desde 1889, en Boo (Aller), hasta 1995, en el Pozo Candín en Langreo. Es un libro que recoge catástrofes que tienen de cuatro fallecidos para arriba. Aparte hay dos capítulos más, dedicados a la primera catástrofe mortal que hubo en las minas de Teseo en Riosa, donde un ingeniero descubrió 16 esqueletos en septiembre de 1888, y después accidentes relacionados con el siglo XVIII y XIX. Y de forma independiente hablo de la Brigada de Salvamento, fundamental en todas las catástrofes mineras. También del Sanatorio Adaro, que es donde iban los lesionados a curarse. Y el último apartado trata sobre el grisú, que fue el mayor causante de las muertes.

-¿Qué cifra de muertos hubo por el grisú?

-El 64% de los fallecidos en estas 63 catástrofes, en las que hubo un total de 425 muertos, fue por culpa de las explosiones de grisú.

-¿Cuál fue la mayor catástrofe?

-La de Boo, en Aller, el 2 de enero de 1889. Fallecieron 30 mineros, 28 en el acto y los otros dos por consecuencia de las gravísimas lesiones que sufrieron. La explosión de grisú salió por la parte inferior de la galería, por un colador, y arrasó con todos los que pasaban por allí. Parte de los gases subieron a la parte superior, y también a una chimenea, y los cuatro que estaban allí también allí cayeron.

-¿Y la más curiosa?

-Una catástrofe en Ciaño, en Cardiñuezo, el 1 de mayo de 1920, día del trabajo. Se da la circunstancia que no es un accidente minero, porque no estaban trabajando ninguna función propia dentro de una empresa. Allí cayeron seis personas, entre ellas un padre, un cuñado, el suegro del cuñado y tres hijos suyos. Estaban en una chimenea que daba al exterior de una mina que estaba abandonada. Había unos críos jugando con un antifaz, que les cayó a la chimenea, el chavalín de nueve años bajó a por ella y quedó muerto, el hermano bajó después y le ocurrió lo mismo. Y una hermana lo mismo, por culpa del monóxido de carbono. Cuando se enteró el padre, se asomó a la chimenea, y le pasó lo mismo, y así a los otros dos adultos. Hicieron lo que nunca hay que hacer, pero es normal, por la tensión del momento. El único superviviente fue el que utilizó unas ramas para limpiar y poder acceder.

-¿Qué papel juega la Brigada de Salvamento?

-Era la única que estaba preparada para acceder a una atmósfera viciada de gases tóxicos. Por eso acudían a ella. Lo bueno es que están permanentemente en actividad, porque trabajan quince días en la mina y quince en la brigada. La brigada empezó en 1912, y desde entonces ha cambiado en personal y medios.

-¿Cómo ha evolucionado la seguridad en las minas?

-Por suerte, la mina es muchísimo más segura por los medios que se aplican y por una normativa específica que existe y antes no. Antes la gente trabajaba, y no es que todos fueran ignorantes, pero eran pobres. Ahora se marca la pauta de cómo debes trabajar y cómo lo debes utilizar

-¿Cómo ve el ocaso de la minería?

-Las prejubilaciones fueron malas porque a la mejor edad profesional se marchaban para casa. En la empresa y en la región se necesita trabajo y rendimiento productivo. Y marchar para casa con 42, 43 o 48 años, la mejor edad profesional para rendir, porque nadie es viejo para trabajar a esos años, es una pena. Nos dieron ese caramelo, fue cosa de los políticos, y hoy en día manda Europa y si dice que en el 2018 se tiene que cerrar pues se tendrá que cerrar.