Es el único director asturiano que estrena película en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde el año pasado obtuvo el premio que concede la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) por "Equí y n'otru tiempu". El gijonés Ramón Lluís Bande (1972) vuelve con "El nome de los árboles", que se verá mañana en la sección "Resistencias" del certamen hispalense, sobre los pasos de los guerrilleros asturianos.

-¿Por qué esta película?

-Es el contracampo de "Equí y n'otru tiempu" y se rodaron a la vez. Yo quería separar una y otra. En "El nome..." están las historias que nos fuimos encontrando, así que es como un registro documental de la otra.

-¿Tenía ya el planteamiento de hacer dos películas?

-No, pero me pareció muy interesante filmar también esos encuentros. Después, al trabajar con todo ese material, descubrí que ahí había otra película. Tenía que hacer una cosa: borrar la sombra de "Equí y n'otru tiempu" y hacer una obra que planteara una reflexión sobre la pervivencia de la memoria. Es una reivindicación de la narración oral de la historia, de cómo ésta se construye al margen de las instituciones oficiales. y se mantiene en el pueblo. Ahí está el tema de la película. "En "El nome de los árboles" no es tan importante lo que se cuenta de cada caso como el coro de voces que se construye, el relato del plan de exterminio de la guerrilla.

-¿Y el título?

-Era el nombre inicial de todo este proyecto cinematográfico. Para la otra película preferí "Equí y n'otru tiempu", que expresa mejor lo que quería contar. Bueno, la película está llena de árboles y entre ellos vivían los guerrilleros, cuyos nombres van saliendo. Me gustaba el símil, la relación con la naturaleza.

-Uno y otro son filmes con estéticas muy distintas. ¿Teme que "Equí y n'otru tiempu", muy contenida y de gran limpieza visual, pueda desdibujar "El nome de los árboles"?

-Estoy de acuerdo en que son casi antagónicas en cuanto a la factura estética. Una de las guías de "Equí y n´otru tiempu" era el rigor formal, ser muy estrictos con la forma; no hay nada gratuito y los encuadres son los necesarios. Ésa era la propuesta porque la idea era hacer algo así como un monumento. Aquí, sin embargo, he optado por lo contrario, Quería que el lenguaje fuera el de la urgencia. Es como un cuaderno de apuntes, hecho con gentes que vamos encontrando en el monte, a la puerta de sus casas... Si encuadras mucho corres el peligro de perder parte de la verdad del testimonio. Esta película combate con la otra, quizás, en la reivindicación de la narración; es decir, no sólo lo que se cuenta, también quiénes lo cuentan y cómo ese conjunto se convierte en un coro.

-La mayoría de los protagonistas son personas que superan los setenta años. Y uno se da cuenta, por esos testimonios, de cómo las lagunas van difuminando una parte importante de nuestra historia reciente...

-De ahí la importancia de compartir esta película con los espectadores. Es cierto que esos testimonios se están borrando. Me di cuenta de que al principio te cuentan la versión oficial, pero, cuando tu introduces algún otro dato, ya te dicen: "Bueno, fue así, como lo explicas". Hay casos que fueron archivados como suicidios y sin embargo, aquí, en pantalla, se dice el nombre del asesino. Está el relato oficial, y si rascas, pues surge el que ellos recuerdan.

-Y parece, más allá de esas versiones oficiales, que existe ese relato compartido en distintos territorios de Asturias...

-Sí, y es lo que muestra la película: la memoria colectiva tal y como la construye el pueblo. Son los recuerdos, sin una construcción por encima. Y cómo pervive ese relato pese a los años de silencio. También me gusta definir la película como un acto político, por lo que supone de ir a hablar con vecinos y escuchar una historia de la que nadie parece querer saber nada. Hablamos de crímenes que nunca fueron juzgados. Escuchar y transmitir sin manipulación tiene algo, entonces, de acto político radical.

-¿Por qué ese insistente interés suyo en poner el foco sobre la guerrilla asturiana, los llamados "fugaos"?

-Han sido historias ocultas, que estaban ahí. En mi interés fue crucial, seguro, tratar a Manolín el de Llorío (guerrillero que falleció el 16 de septiembre de 2011). Yo vengo de una militancia en la izquierda, así que he creído que debíamos contar estas historias aunque sólo fuera como acto de justicia histórica: recuperar unos nombres que han querido que olvidáramos. Y, además, creo que estas dos películas están políticamente cargadas de presente: plantean preguntas sobre la Transición y miden la calidad democrática de los consensos de 1978. Quieren abrir debates colectivos a partir de una pregunta: ¿Qué democracia podemos construir desde el olvido? Esta película demuestra que hubo, durante el franquismo, una campaña de exterminio contra estas gentes.

-¿La historia de los "fugaos" está ya bien contada después de estas dos películas suyas o de libros como los de Gerardo Iglesias y Ramón García Piñeiro?

-Bueno, en comparación a cómo estábamos... Los dos libros de Gerardo recuperan muchos nombres. Y luego está la magna obra de Piñeiro. Nos podemos hacer ya una idea cabal de lo que fue la guerrilla y de lo que significó. Lo que falta ahora es el reconocimiento político. Y espero que mis películas y esos libros ayuden. Creo, por ejemplo, que la revolución de 1934 está contada sólo regular. Me ha llamado siempre la atención el porqué la gente no conoce a un presidente (del Consejo de Asturias y León de 1936 a 1937) como Belarmino Tomás. La FSA debería reivindicar esa figura, que les ayudaría a entender mejor este país.

-Prefiere, por segundo año, estrenar película en Sevilla y no en Gijón. ¿Por qué?

-Se repite la cuestión: las películas van a los lugares donde las tratan bien y reciben cariño. Y lo más importante, donde pueden establecer diálogos con otros títulos del festival. Sé que en Sevilla habrá ocho o diez títulos que dialogarán directamente con "El nome de los árboles". A partir de ahí se establece una reflexión común, algo que para mi cine es importante. Al de Gijón se traen muchas películas, pero no existe ese diálogo y tampoco se genera un relato del festival. Mis propuestas quedan, por eso, un poco lejos.

-El año pasado usted y Marcos Merino, con "ReMine", cosecharon importantes premios en Sevilla. ¿Podemos hablar de un nuevo cine asturiano?

-Creo que sí. Hace años llegó a tener repercusión crítica fuera de Asturias, pero se fue frenando por la falta de un hábitat adecuado. Ahora estamos en un buen momento. Hay una mirada común sobre lo real, comprometida. Resulta que las propuestas culturales asturianas reciben más respaldo fuera que aquí; es como si tuvieran que ser validadas fuera.