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El hombre que alumbró el Ateneo Jovellanos

Torcuato, rector de la Universidad, se pone al frente de los gijoneses que hace más de medio siglo fundan una institución señera

Torcuato, a la derecha, en el Club de Regatas, con los entonces Príncipes.

F. GARCÍA

Si Gijón le debe el mar a Dios y el resto a Jovellanos, convendría incluir en esta hipérbole la aportación al desarrollo intelectual de esta ciudad que partió de otra de las figuras señeras de la historia de España, siquiera la más reciente: Torcuato Fernández-Miranda, de cuyo nacimiento se cumplen hoy cien años.

Fernández-Miranda y Hevia nació en Gijón el 10 de noviembre de 1915 y era el sexto hijo de una familia de diez hermanos, de los cuales seis fueron varones y cuatro mujeres. Su padre era empleado del Ferrocarril de Langreo y su madre, maestra nacional. Desde bien joven despuntó en los estudios, obteniendo el Premio Extraordinario de Bachiller, en el Instituto Jovellanos, y posteriormente el correspondiente a la licenciatura de Derecho, que cursó en la Universidad de Oviedo, de la que llegó a ser rector. El rector más joven de España.

De su aportación al tránsito de la dictadura a la democracia todo está dicho y escrito. En estas líneas lo que cabe es lo que Torcuato Fernández-Miranda hizo por su ciudad natal desde los puestos de responsabilidad que ostentó, que fueron muchos y muy relevantes. Desde donde estuvo, casi siempre lejos de Asturias, ayudó a impulsar instituciones señeras del ámbito local, como el Real Club Astur de Regatas, el Real Grupo de Cultura Covadonga o el Club Natación Santa Olaya. A él se deben el parador nacional del Molino Viejo, los primeros pasos del Campus, la municipalización de El Molinón y, sobre todo, la creación del Ateneo Jovellanos, hace ya más de medio siglo.

Corría el año 1953 cuando desde ciertas sensibilidades de la burguesía liberal gijonesa parte la idea de crear una nueva sociedad cultural que se convirtiera en faro intelectual de una villa huérfana entonces de iniciativas. Dos años antes, Torcuato Fernández-Miranda había sido nombrado rector de la Universidad de Oviedo. Conocedor de esas inquietudes, el personaje decide liderarlas y llevarlas a buen puerto, con el apoyo de otros prohombres del Gijón de la época.

Manos a la obra, la firma de Fernández-Miranda aparece en la lista de los primeros socios promotores del nuevo Ateneo, cuyo reglamento fue sometido al Gobierno Civil para su aprobación el 5 de febrero de 1953. El artículo primero señalaba que "con el nombre de Ateneo Jovellanos se constituye en Gijón una sociedad que tendrá como fin suscitar y fomentar toda actividad de naturaleza cultural". Y se establecían tres secciones: conferencias, cursillos y formación popular, biblioteca y bellas artes.

La primera junta directiva la preside Pedro González Coto y en la lista de socios aparecen notables de la talla de Julio Paquet, Eladio de la Concha, Luis Adaro, Avelino González o Nicanor Piñole. Pero en los dos primeros centenares de inscritos se detecta una notable y heterogénea representación de la sociedad civil, con gijoneses de bien distinto pelaje y condición social.

Con Jovino como faro, los estatutos ya aprobados por la autoridad, el siguiente paso era dotar a la institución de una sede social apropiada. Se acondicionaron los antiguos talleres de la Escuela de Peritos con salas para actividades culturales y reuniones. Los trabajos comenzaron en marzo de 1953, pero tardaron más de veinte años en completarse.

El solar y el edificio fueron cedidos a la Universidad de Oviedo por el Ministerio de Educación, que financiaría casi por completo las obras. El Estado aportó casi cuatro millones de pesetas. El Ayuntamiento de Gijón, 322.000.

La intervención de Fernández-Miranda para la agilización de los trabajos, encargados a los arquitectos Del Busto y Díaz Negrete, fue determinante, desde su cargo posterior de director general de Enseñanza Universitaria.

Mientras duraron las obras en la sede oficial, el Ateneo Jovellanos desarrolló sus actos principales en los cines Albéniz y María Cristina. También, en ocasiones, en el salón de actos del Antiguo Instituto Jovellanos.

La cuota inicial de socio se fijó en diez pesetas al mes. Se pidió ayuda económica al Ayuntamiento para la convocatoria de un premio de novela corta y para la celebración de una Semana nacional de teatro.

Torcuato Fernández-Miranda, que se había casado con la gijonesa Carmen Lozana Abeo, hija del dueño de la confitería El Negrito, de la calle de Los Moros, pronunció un breve discurso en el primer acto oficial del Ateneo recién conformado, en el teatro Albéniz, en el que Julián Marías habló de "La novela como método de conocimiento". Dijo quien habría cumplido 100 años hoy que la fundación del Ateneo "viene a llenar un vacío cultural que desde hace muchos años se hace notar en Gijón". Era rector universitario entonces y como tal defendió ese día un alma máter abierta a la sociedad, no encastillada en sus claustros. "La Universidad", dijo, "no puede ser algo encerrado entre cuatro paredes, sino un centro vivo de cultura en el distrito al que pertenezca, y tomar contacto con la vida provincial, ofreciendo soluciones de tipo cultural a los problemas".

Torcuato, que ideó este Ateneo como "una nueva manera de hacer cultura, haciendo partícipe de ésta a la provincia", recibió años después la primera medalla de oro de la entidad.

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