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Periodista

Las mujeres reivindicaron un buen bulevar en "Corrida street"

En el Gran Café Colón actuaba un pianista al que le faltaba un dedo en una mano y cuando tenía que dar diez notas a la vez utilizaba su nariz

Las mujeres reivindicaron un buen bulevar en "Corrida street"

A finales de los años setenta del siglo XIX, la ciudadanía clamaba por la potenciación de lo que era considerado como "el corazón de la villa". No se había olvidado todavía la reivindicación hecha por las mujeres que tuvo su eco en la "Crónica gijonense" para que la calle Corrida fuese convertida en un idóneo bulevar "para acallar los clamores de nuestras bellas gijonesas, que se lamentan y con sobra de razón, de la falta de un paseo donde puedan lucir sus atractivos".

Las dos aceras de la calle Corrida se denominaban del tacón y de la chinela. El Cronista Oficial de Gijón Joaquín Alonso Bonet ha dejado escrito en su "Biografía de la Villa y Puerto de Gijón" que la calle Corrida era hasta entonces un paseín con dos aceras por las que se seleccionaba automáticamente al personal: a una de ellas se la denominaba del tacón y a la otra de la chinela. Ya se sabe que la gente es muy observadora y de esa manera cada uno marcaba sus diferencias a fin de que no cupiera duda al respecto sobre su situación social. Aquel bulevar quedaba limitado al tramo que va desde la calle de la Trinidad a la de Munuza y estaba peatonalizado, por lo que se podía pasear tanto por las aceras como por la calle, sin riesgo de accidentes de tráfico, ya que el tráfico de vehículos se cortaba con cadenas para evitar su tránsito. A lo largo del bulevar fueron instalados bancos curvados y dos hileras de tilos sustituyeron a las antiguas espineras. Como colofón en la acera de la esquina con la calle de Munuza se colocó sobre una airosa columna un reloj al estilo de París y/o de Nueva York.

La inauguración del Gran Café Colón fue un revulsivo para la hostelería gijonesa. No faltaban ya cafeterías en la calle Corrida, pero la inauguración del Gran Café Colón -en el edificio en cuya primera planta se encontraba la sastrería Casa Masaveu y donde posteriormente tendría su sede social el Círculo de la Unión Mercantil e Industrial- fue todo un revulsivo para la hostelería gijonesa. La iniciativa empresarial fue del industrial Ramón García Fernández, quien tuvo la feliz idea de contratar al arquitecto Ignacio Velasco para que adornase aquel elegante escenario de conciertos y demás con medallones en el techo que, a modo de símbolo, honrasen a: la industria, el comercio, la agricultura, la arquitectura, la escultura, la pintura, el día, la noche y, ¡cómo no!, a Cristóbal Colón.

Cuando abrió sus puertas el sábado 11 de enero de 1879 deslumbró con su poderío a la ciudadanía. El Cronista Oficial de Gijón, Patricio Adúriz, en su libro "Crónica de la calle Corrida", rememoró aquellos tiempos con estas palabras: "El local, lujosamente decorado tenía inmejorables condiciones para el establecimiento a que se dedicaba, siendo de esperar que su dueño, bien acreditado por cierto, pusiese en armonía con la elegancia del local, la calidad de los géneros que en él se iban a expender. En aquel Gijón poco menos que en miniatura, tal empresa era como poner una pica en Flandes. Pero los vientos del desarrollo obligaban a todos en igualdad de condiciones. Un desarrollo que, con la mano en el corazón, se vivía y se palpaba a lo largo de los fastos veraniegos... No serían muy grandes los festejos, no serían fastuosas las iluminaciones ni los fuegos de artificio, pero ¿qué importaba si lo animaba todo la gente? Esa que da luz, vida y calor al cuadro que Gijón les ofrecía. Esa que, como una corriente fluvial andaba y desandaba el céntrico curso de la calle Corrida. La por excelencia. La que, en uno de sus instantes, vive las caricias de la grava y la arena que afirman su personalidad... La calle Corrida es todas esas cosas y otras muchas más. Y evoluciona a su aire. Y ahí, por la noche, en el bulevar, los comerciantes gijoneses, un año sí y otro también, preparaban unas grandes veladas en obsequio de los forasteros, con fantásticas iluminaciones y el Orfeón Gijonés cantando varias piezas de su repertorio musical. Y un año sí y otro también, las bandas más prestigiosas de toda España que amenizaban el popular paseo del calidoscópico acontecer...".

La música en vivo era toda una realidad en aquellos tiempos y en las cafeterías más prestigiosas había siempre actuaciones para distraer al personal. En el Gran Café Colón había espectáculos con orquesta dirigida por Fidel Maya con actuaciones de tiples, tenores y barítonos que ofrecían recitales de ópera a pelo, ya que todavía no se habían inventado ni micrófonos, ni amplificadores y tampoco había llegado a Gijón la luz eléctrica.

El pianista Ramiro Romo recurría a su nariz para dar diez notas a la vez. Uno de los más prestigiosos pianistas, Ramiro Romo, nacido en Daimiel, pero que muy pronto se enamoró de Gijón y de su fenomenal ambiente, además de ofrecer conciertos de piano -con la curiosidad de que al faltarle un dedo de una de sus manos recurría a su nariz cuando precisaba dar diez notas a la vez- también daba clases a las señoras de las familias bien de toda la vida de Gijón. Vamos, que a lo largo del día en el Gran Café Colón había tiempo para todo y, de esa manera tan original, se lograba sacar el mayor rendimiento a sus instalaciones a todas horas.

Años después el Gran Café Colón pasaría a ser propiedad de Margadant, Zala y Compañía, quienes ya eran propietarios del antiguo hotel Colón y que, posteriormente, pasaría a denominarse hotel Suisse. Entre las novedades que aportaron a la carta fueron los helados, refrescos, así como aguardientes y licores. Las comidas eran servidas a las doce y media y a las ocho de la tarde. La cocina se anunciaba como selecta y el precio del cubierto era de tres pesetas.

En el Gran Café Colon hablaban cuatro idiomas y tenían periódicos extranjeros para que sus clientes estuviesen bien informados. El universalismo de sus nuevos propietarios era exhibido con carteles donde se anunciaba que se hablaba alemán, inglés, italiano y francés; con periódicos en todos esos idiomas para sus reputados y cosmopolitas clientes, a fin de que siempre estuviesen bien informados de todo lo que pasaba por el mundo mundial. Indudablemente, semejante despliegue periodístico dejaba bien a las claras que el turismo de altos niveles -de eso algo sabían ellos, ya que tenían la experiencia de su hotel- empezaba a florecer a finales del siglo XIX, gracias a los balnearios.

Los balnearios fueron fundamentales en la vida gijonesa, no solamente para atraer turistas con poderío económico, sino también para canalizar la vida social -con paseos domingueros por la arena y todo- en torno a lo que hoy es La Escalerona. La Sultana, La Favorita, La Cantábrica y Las Carolinas mantuvieron un nivel muy alto a la hora de solazarse con los baños de ola y también, por supuesto, comer bien.

En aquel ambiente próspero y festivo, por ejemplo, en el balneario Las Carolinas creado por Justo del Castillo y Quintana -a quien tanto le debe Gijón- funcionaba un elegante y prestigioso restaurante que ofrecía -desde el mediodía hasta las tres de la tarde- un "Menú del día" compuesto por: huevos a la portuguesa, patatas Naisets, langosta en salsa mayonesa y postres variados. Aquel fue un renovador restaurante que trató de romper con el afrancesamiento de los restaurantes de lujo de la ciudad, cuyas cartas estaban escritas en un mal francés para darles un toque de finura.

No es de extrañar que aquel ambiente afrancesado -si Jovellanos levantase la cabeza por haber muerto huyendo de tropas gabachas, se hubiera sentido muy decepcionado de las costumbres de entonces de los gijoneses- motivara al genial Luis Fernández Valdés, "Ludi" -quien en 1915 lograría un éxito espectacular con su libro "Un kilo de versos"- a escribir sus magníficas coplas satíricas tan excelentemente musicadas décadas después por Jerónimo Granda.

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