La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El remolino del Nobel

Severo Ochoa abrió su pensamiento en sus últimos años a un peluquero gijonés, al que acudía con frecuencia para peinarse y hacerse la manicura

Luis Vega, con utensilios de peluquería en las manos, sentado en una silla de su barbería de Gijón.

A mediados de la década de los ochenta la cabeza de un Nobel pasó por primera vez por sus manos. "Hay un hombre que me suena, pero no sé quien es", le comentó la chica que recibía a los clientes de la peluquería de la que era encargado, sita en Marqués de San Esteban. "Nada más que le vi le reconocí, era 'El Profesor'", recuerda Luis Vega, peluquero con 43 años de profesión a sus espaldas. Desde aquel día, y durante más de siete años, cortó el pelo y peinó a Severo Ochoa de Albornoz en decenas de ocasiones. "Era un fenómeno, de las personas con las que querrías estar conversando durante horas. Todo un caballero", cuenta Vega.

El asturiano se convirtió en peluquero de Severo Ochoa durante los últimos años de su vida. Cuando el Premio Nobel de Medicina regresó de Nueva York a España depositó en las manos de Luis Vega la confianza de un genio que miraba por su estética. "No es que fuese presumido, sino que le gustaba lo bien hecho", asegura el peluquero, que ahora tiene un negocio en la plaza de Europa, por el que todavía pasan familiares del fallecido científico.

A Luis Vega le sale una sonrisa cuando recuerda las visitas de Severo Ochoa. Cuenta que llegaba en un coche cuya matrícula era el nombre del propio investigador. Acudía a la peluquería "cada mes y medio o dos meses", cuando visitaba su Asturias natal procedente de Madrid. "Cuando le corté el pelo por primera vez di con su gusto, que era lo que él quería. Tenía un pelo muy difícil, por su nacimiento, diferente al habitual. Tenía el remolino casi en la frente. Su corte era a cepillo", recuerda Vega.

Severo Ochoa solía tomar un güisqui en la peluquería. "Entonces invitábamos a los clientes a una consumición", cuenta quien fuera su peluquero. Pero no solo se cuidaba el cabello. "Le gustaba hacerse la manicura", asegura Luis Vega, que no se olvida ni de la loción preferida del doctor.

A él le explicó que en Estados Unidos "tenía un peluquero italiano muy bueno, que le atendió durante 28 años". Vega se convirtió en su sucesor en España. "El Profesor decía que cuando le tocaban la cabeza reconocía la profesionalidad de un peluquero", rememora.

Tantos años de relación sirvieron para no pocas conversaciones. "En esta profesión el cliente se identifica mucho contigo, somos casi como el médico de toda la vida al que le cuentas tus problemas. Y él se me abrió. Era casi como un cliente más, simplemente le trataba como 'El Profesor'", cuenta Vega, que reconoce que "sí le daba un poco más de preferencia que al resto de clientes, pero éstos lo entendían". En la peluquería muchos le reconocían, pero era una figura tan prestigiosa que muy pocos se atrevían a saludarle. "El Profesor era una institución en Gijón. Y en todo el mundo", asegura el esteticista.

Vega tiene grabadas a fuego algunas de sus conversaciones con Severo Ochoa. "Tuvimos una muy maja. Hablábamos de que el mundo estaba a veces 'muy inflado', que había gente con el pecho demasiado hinchado. Pero él se sentía muy normal y aseguraba que exageraban en torno a su figura. Terminó diciéndome: 'No tenemos que olvidarnos de que todo el mundo va al servicio a un sitio que se llama váter'", narra el peluquero, que también recibió recomendaciones del premio Nobel.

"Confiaba mucho en la aspirina. Se tomaba un cuarto cada día, salvo cuando venía a la peluquería, para poder tomar el güisqui. A mí me dijo que si al final de la semana estaba muy cansado del trabajo me tomase una. Todavía sigo haciéndolo con frecuencia", afirma Luis Vega. También le hizo algunas confesiones, como que "se fumaba un puro por la noche de vez en cuando".

Severo Ochoa llegó a invitar a Luis Vega a visitar su casa de Luarca, su localidad natal. "Una vez fui, pensando que estaba ahí, pero no se encontraba en su vivienda. Me quedé con las ganas de conocerla", confiesa el peluquero. Sin embargo, no tiene tanto motivo para lamentarse. No muchos han tenido la ocasión de conversar tanto con un premio Nobel. Y él sí lo hizo. Con "El Profesor", nada más y nada menos.

Compartir el artículo

stats