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Un artista como una catedral

"Gijón está en deuda con Mateo Bullón", sostiene Carlos José Martínez, autor de una tesis sobre el músico salmantino

Mateo Bullón. M. MENÉNDEZ

Ignacio PELÁEZ

Llegó a Gijón de casualidad. Casi a regañadientes. Al mes de instalarse estuvo a punto de renegar de su nuevo destino por maldecir el clima asturiano. Al final Mateo Bullón (Salamanca, 1931) se quedó en Gijón y se convirtió en un referente musical con quien la ciudad aun mantiene una deuda.

Los avatares del destino trajeron a Mateo Bullón a Gijón en 1958. Se había secularizado y abandonado la catedral de Salamanca, donde desde joven aprendió la música en un contexto duro, de trabajo forzado, que marcó su carácter de por vida. Al poco tiempo de sacar la oposición para ser docente lo contrata como organista la Compañía de Jesús. Se abrieron ante él dos posibilidades. Por un lado, dirigir la "big band" de una base estadounidense en Liberia. Por otro, ocuparse de todos los oficios en la Universidad Laboral.

A partir de ahí su conexión con Gijón fue total. Con 50 años de profesión se convirtió en una figura significativa del movimiento coral asturiano. Su proceder brillante y la pasión por la música combinaron con la idiosincrasia asturiana.

"Dignificó el folklore asturiano. Si en lugar de aquí hubiese aterrizado en el País Vasco o en Cataluña hubiera sido reconocidísimo. En Asturias no tratamos bien ni la música, ni la raíz, ni los profesionales", lamenta su pupilo, el músico Carlos José Martínez, que acaba de defender la tesis doctoral "Mateo Bullón Pérez. Estudio y edición su obra coral". "Estamos acostumbrados a no acordarnos de las personas que nos preceden. A mí me puso a cantar y luego a dirigir. Eso cambió mi vida y ahora que me dedico profesionalmente a la música no podía olvidarlo", reconoce.

A Mateo Bullón le costó adaptarse. Acostumbrado al duro campo charro, frío pero seco, le impactó la ausencia de un cielo azul. Sólo encapotado. No le gustaba la lluvia pero se empapó de la idiosincrasia de Asturias. "Escribió y dignificó la música asturiana. Además dirigiéndola francamente bien. Siempre decía que aborrecía los homenajes pero esta ciudad guarda una deuda con él", sostiene Carlos José Martínez.

Desde su inicio como profesor de música y organista en la Universidad Laboral entre 1958 y 1995, se ocupó del Orfeón Juvenil, el trío y el cuartero universitario de la Universidad Laboral, también de la coral de Santa Bárbara de Vega, la Coral de Granda, el Coro Asturiano de La Calzada, el coro del Centro Gallego de Gijón, el Ars Senatorum, entre otros. Su carácter le hizo anteponer el bienestar de los demás al suyo propio. "Nunca pensaba en él, se enfadaba siempre cuando alguien le agradecía algo", confirma Martínez. Su familia lo era todo. La carnal y aquella que formaba parte de las agrupaciones que con absoluta entrega dirigió. "Era tremendamente solidario. Nunca supo decir que no. Con sus intérpretes se volcaba, les socorría, les ayudaba e, incluso, paraba ensayos para ayudar exclusivamente a quien lo necesitaba", relata el doctorando.

De joven pasó hambre y frío cuando ingresó para estudiar música en la Catedral de Salamanca. "Estaban en un régimen de semiesclavitud, haciendo todos los oficios pero aprendió bien", desvela Martínez. Sus conocimientos los mamó de pequeño y las vivencias de imberbe marcaron su carácter. Con temperamento, así obraba cuando se disponía a dirigir. Riguroso. A veces imperativo mas nunca hubo una bronca y en ocasiones dialogante. "O las cosas se hacen bien, o no se hacen", era uno de sus dogmas. La temática religiosa le acompañó siempre.

Sus cuatro primeros años fueron de aterrizaje. Su fama de organista le hizo recibir llamadas de cada parroquia. La creación de la misa en castellano con motivos asturianos supuso un hito. "No se sabe la fecha exacta, fue en Quintes, eso sí. Escribió una misa según los criterios del Concilio y música ambiental asturiana. No hay coral en Asturias que no la haya cantado", revela Martínez.

Le gustaba el pasodoble, el jazz, en general la música ligera. Por la mañana hacía los oficios en la catedral de Salamanca y por la noche iba a clubs a tocar. La música le llenaba la cabeza. Y la historia. En los prolegómenos de cada actuación tenía por costumbre contextualizar cada obra antes de interpretarla. Lecciones magistrales. Una corriente anglosajona que comienza a llegar a España. Bullón lo hacía ya hace medio siglo.

Tanto se volcó en los demás que frenó su proyección creativa. Escribió música para aquellos a quien dirigía. Ser consciente de la realidad a la que se enfrentaba, de las limitaciones de los coros le hizo plantearse "salir a jugar con lo que tenía". Sujeto a la realidad coral del momento. Los receptores de las obras marcaban ese límite, ese techo. Hubiesen llegado partituras de mayor calado pero siempre se amoldó a las posibilidades de los cantantes de Gijón a los que entregó música, tiempo, conocimientos y consejos. Su vida.

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