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La OSPA clausura el año y abre la Navidad

La Sinfónica, dirigida esta vez por Ari Rasilainen, cierra su presencia anual en el Jovellanos con Mozart y Tchaikovsky

La OSPA clausura el año y abre la Navidad

La OSPA ha despedido el año de sus conciertos en Gijón con el celebrado anoche en el teatro Jovellanos, bajo el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA. En Oviedo tendrán la suerte de escuchar el Mesías de Haendel, acompañado del Coro de la Fundación Princesa de Asturias, el próximo día 19. No sabemos los criterios que llevaron a tomar esta decisión de exclusividad; tal vez obedezca a que Gijón no se lo merece, dada la escasez de público asistente. Ayer se podía contar algo más, pero sigue sin alcanzarse la media entrada. Es lo que hay, pero es penoso.

Anoche Rossen Milanov cedió la batuta al director finlandés Ari Rasilainen, que hizo su trabajo apasionado, lejos del gélido espíritu escandinavo que le correspondería, y entendió muy bien el carácter sentimental de la primera obra interpretada, los "Cantos de pleamar" del compositor español Antón García Abril. Una partitura llena de romanticismo y expresiva, en la que se pude adivinar las ondulaciones del agua dentro de una estructura clásica, pese a que el autor ha nacido en 1933. Antón García Abril en su día compuso bandas sonoras para cine, pero parece que no le gusta hablar de esa época, tal vez por insulsa.

Una vez colocado el piano en el escenario irrumpió Mozart con su "Concierto para orquesta y piano en sol mayor", en tres movimientos. Alegre, festivo, juguetón. Puro Mozart. Tras una brillante introducción se inicia el piano merced al arte del francés Jean-Efflan Bavouzet. Su actuación pese a la dificultad fue limpia, exquisitamente ejecutada. El calor de los aplausos le obligó a ofrecer como propina una sonata para piano de Debussy.

Tras el descanso volvieron los contrabajos a su sitio, ya que habían sido desplazados. La bellísima "Sinfonía nº 5 en mi menor" de Tchaikovsky, en cuatro movimientos, comienza con unos pasajes llenos de tristeza, lúgubre, hasta que suena el fagot para dar paso a un estallido de alegría. Su segundo movimiento constituye una belleza, con ese solo de trompa marcando una dulce melodía llena de lirismo, que enseguida se transfiere a los violines. Le sigue un vals, antes de volver al oscurantismo del inicio y luego evocar la preciosa melodía del segundo movimiento. Una extraordinaria velada, que el escaso público disfrutó.

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