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Autor del libro "Marcelo, los otros niños de la guerra"

Marcelo, nuestro Pepe Mújica

Memoria de un personaje dotado de una enorme inteligencia natural, de un fino humor y de una intuición agudizada por la clandestinidad

A la izquierda, Marcelo, durante una intervención en el PSOE gijonés. Tras él, en la mesa, Paz Fernández Felgueroso, José Manuel Sariego y María Luisa Carcedo. Sobre estas líneas, segundo por la izquierda, con sus hermanos Vicente, Arquímedes y Arcadio, en una imagen tomada en julio de 1936.

El mismo día que John Lennon. Y unas horas antes que lo hubiera hecho Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, el 9 de diciembre de 1925, se fue Marcelo García. Hoy escribimos sobre él con ese aroma a nostalgia que tienen las despedidas. Sin embargo, no es de esa manera como queremos recordarlo los que hemos tenido la fortuna de compartir su tiempo, sino en la que le fue más propia: la de la inteligencia natural, la del pensamiento político lúcido, la de un socialista que lo era todos los días y en todas las ocasiones, la del humor que acompañaba a su dialéctica directa, sencilla y esclarecedora.

Marxista practicante, y experimental, consideraba su más querida filosofía política -sobre la que nunca dejo de investigar- "más que como un dogma inamovible, como un método de referencia para el análisis que debe estar en permanente actualización para conectar con la realidad social de cada momento". Librepensador, y maestro en la búsqueda de argumentos y contraargumentos, tenía siempre la franqueza a flor de piel. Marcelo nunca se impostó, era el mismo tomando una botella de sidra en un bar de la Calzada que en una hipotética visita al Vaticano que, de haberse producido, hubiese aprovechado para explicarle al Papa las diferencias entre el materialismo histórico y el materialismo dialéctico.

Desarrolló por igual el sentido crítico que la intuición -esta última especialmente agudizada entre los que, como Marcelo, tuvieron que hacer vida clandestina- para orientar su acción política. Por lo demás la generosidad que se le atribuye no era sino una estrategia propia de los fueron perseguidos: cuanto menos tengas más libre eres y más rápido puedes correr. Lo mismo que su proverbial sentido del humor: la esperanza no es lo último que se pierde, lo último que se pierde es el buen humor. "Nosotros vivimos muchos años de desesperanza y lo único que nos salvó en los peores tiempos del franquismo fue el cultivo del humor", decía.

No le gustaban a Marcelo ni los halagos, ni las etiquetas. En especial la de "renovador", que le acompañó durante una de las crisis del partido." Un socialista es por definición un renovador", decía. Pero de todas las facetas de Marcelo quizá la más destacada sea la de "paisano". Sobrio en la expresión de los sentimientos, y aparentemente despegado en las manifestaciones afectivas, tenía Marcelo una hechura que lo relacionaba con las mejores virtudes de la condición humana.

A la misma hora de su fallecimiento retransmitía la tele, casualmente, una entrevista a Pepe Mújica, el ex presidente de Uruguay. Mientras escuchaba sus reflexiones se me vino a la cabeza Marcelo. La misma forma de argumentar, la misma profundidad y certeza en el análisis, el mismo sentido común y la misma manera de invitar a pensar de forma trascendente que transmite Mújica, socarronería incluía, la manejaba Marcelo.

Los que tuvimos la suerte de conocerle lo sabemos. Sí, ya sé que las comparaciones son odiosas, pero no se me ocurre mejor manera de explicar, a los que no le conocieron, quién era Marcelo García. Marcelo, por así decirlo, era nuestro Pepe Mújica, por mucho que uno llegase a presidente de la agrupación socialista de Gijón y el otro no pasara de ser presidente de la república uruguaya.

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