No hay conflicto entre ese Melquíades Álvarez (Gijón, 1956) que vemos como uno de los pintores más destacados de su generación, dueño de un lenguaje y un estilo característicos, y el poeta que publica su primer libro de poemas cuando camina hacia los sesenta años. "Mi pintura y mi poesía surgen de la misma sensibilidad de fondo, de un mismo magma que es, supongo, la fuerza que está detrás de todas las artes y se manifiesta de una manera o de otra", afirmó ayer, poco antes de presentar en la galería Gema Llamazares ese poemario que ha ido reuniendo sin prisas, con las luces y las sombras de los días, con la experiencia decantada por el paso del tiempo.

"La vida quieta", ese primer libro de versos de Melquíades Álvarez que acaba de publicar Trea, reúne poemas que ha escrito a lo largo de los últimos quince años. El autor recuerda que el primero de los textos, el breve "Camino de invierno", fue escrito con el despuntar del siglo, mientras que el último, "Conclusión", es de este mismo año. "Como sustancia que el tiempo/ inyecta en una vida", dice ahí el poeta, alguien que siente cómo las palabras le llegan "servidas por sí mismas".

"Es un libro que responde a una escritura lenta, porque me resulta más difícil que pintar o que cualquiera de las otras disciplinas plásticas, y porque el de la literatura es un mundo que me es más desconocido", explicó Melquíades Álvarez, a quien acompañó ayer en la presentación gijonesa el escritor y crítico de arte Juan Carlos Gea. Ante esos tratos con el tiempo, con los ritmos muchas veces caprichosos de la creación lírica, no hay la inquietud que manifiestan en ocasiones los poetas que ven pasar los meses sin un solo verso: "A mí no me preocupan esas sequías, porque cada poema es un regalo y porque, además, no es lo único que hago", señala. Y añade: "Es más, le concedo a las cosas la posibilidad del olvido y la recuperación, que es una manera de ver con claridad lo que puede tener o importancia y no".

Melquíades Álvarez mantiene en su poesía muchas de las hebras plásticas que le acomodan a una tradición que viene, en línea directa, del romanticismo y del simbolismo. Esa sensibilidad está también en su pintura, como saben bien quienes admiran una obra de gran coherencia expresiva. Es un pintor, como se ha dicho algunas veces, en el que la literatura y la filosofía tienen un peso notable.

No es difícil así descubrir en "La vida quieta" a un constante lector de poesía, "caprichoso", como el mismo se definió, y con "querencias" en las que hay espacio para muchos poetas asturianos (de Jordi Doce, de quien incluye una cita en el libro, a Berta Piñán, Angeles Carbajal o el fallecido Felipe Prieto) y de varias generaciones o latitudes (de Tomás Segovia a José Ángel Valente o Antonio Colinas y Joan Margarit; de la estadounidense Emily Dickinson al polaco Czes?aw Mi?osz). ¿Y cómo compagina pintura y poesía? "Pues todo son ideas que encuentran, por un camino u otro, su mejor asiento; no soy distinto en una actividad u otra y, en realidad, me guío por lo mismo", responde Melquíades Álvarez.