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MIGUEL LÓPEZ GARCÍA | Escritor y capitán de la Marina Mercante, acaba de publicar la novela "Una esperanza en el vacío"

"La figura del capitán de barco está algo mitificada, es el machacante de todos"

"Mi última novela es de carácter más intimista y trato de mostrar la fantasía infantil, además de la cruel realidad del mundo en que vivimos"

Miguel López García, con un ejemplar de su novela. MARCOS LEÓN

Como Joseph Conrad, mandó barcos antes de hacerse escritor. Escribió su primera novela cumplidos los cincuenta años. Desde entonces no ha parado. Le avalan algunos premios: el "Dulce Chacón" o el "María de Zayas", entre otros. Miguel López García (castropolense de Barres, 1954), capitán de la Marina Mercante que recorrió todos los mares antes de pasar a trabajar en la torre de Salvamento Marítimo de Gijón, tiene libro nuevo. Acaba de publicar "Una esperanza en el vacío"

-¿Háblenos de esta historia?

-Bueno, es una novela de carácter intimista en la que trato de mostrar la fantasía infantil y una de las más crueles realidades del mundo actual. Describo el último viaje del protagonista, Luis, al pueblo en el que nació. Viaja acompañado de su nieta de cuatro años. El viaje abre continuas reflexiones sobre la vida de este personaje, los planes también para el inminente futuro. Ese regreso a sus orígenes le devuelve a los años convulsos de la posguerra española y lo reconcilia con su pasado. Se enfrenta con recuerdos que le atemorizaron durante muchos años, los vence y reconstruye lazos con su familia. Y se prepara para un sacrificio reparador.

-¿Cuánto hay de la vida de Miguel López en Luis, el protagonista de su novela?

-Nada. Mi mujer y yo apadrinamos hace diez años una niña de cuatro años, abandonada, que pesaba tres kilos. Ha estado con nosotros hasta hoy, que tiene diez años y es una niña maravillosa. Un día, al regreso de un paseo por el parque, me dijo: "Padrino, ¿has visto la niña azul?" Le dije que no la había visto, pero que si quería dábamos la vuelta para buscarla. Y ahí mismo pensé, pues vaya título para una novela, "La niña azul". Pero resulta que había un relato con ese título. Total, que al cabo de un mes, más o menos, me puse con esa novela. Y ahí está el origen del libro.

-El tema de la memoria como forjadora de nuestra identidad...

-Sí, el protagonista vuelve al pueblo que había abandonado en medio de un montón de problemas. Y lo hace para preparar su propio final.

-¿La guerra y la posguerra siguen marcando mucho a los españoles mayores de sesenta años?

-Creo que sí, y se recuerda cuando hay momentos políticos convulsos. Hablo con mis padres, que son ya muy mayores, y siguen pensando en lo que sucedió.

-¿Y qué explica que ese recuerdo siga ahí?

-Porque, de alguna manera, aún no la hemos superado. Y en los pueblos más. Se mantienen enemistades y te siguen contando historias de entonces. Pasarán varias generaciones hasta que se supere.

-¿Y cómo ha marcado su vida de escritor la experiencia de niño en el occidente asturiano?

-Algo que a veces me impresiona es que tengo totalmente claros los recuerdos de esas época. Pasé navegando muchos años y es, sin embargo, una época más confusa, aunque tengo una novela escrita sobre la mar, no como aventura, sino sobre la vida de un marino. A lo que iba, que me resulto más fácil -la veía más nítida- la parte del niño y sus vivencias en el pueblo.

-¿Por qué?

-¿Por qué me marcó tanto la infancia? Yo creo que por las necesidades insatisfechas. Empecé a trabajar en el campo con seis o siete años. Hablábamos antes del recuerdo de la guerra. Y aún hoy llenamos la casa de comida, por si acaso. Viene de ahí, de aquellos sacrificios. Iba a estudiar en bicicleta, lloviendo, y tenía que pasarme el día con la ropa mojada. Era durísimo. También he de admitir que en mi pueblo, los de aquella época, casi todos hemos hecho algo.

-¿Y por qué se hizo marino?

-Por salir del pueblo, aunque tenía un pariente que se había hecho marino y del que todo el mundo decía que ganaba mucho dinero. Tenía ansiedad por marcharme. Y empecé a trabajar en un pesquerín. Lo pasé muy mal, porque me mareaba. Aguanté, quería irme del pueblo. Después vine a Gijón a estudiar la carrera.

-¿Cuántos años estuvo de capitán, mandando busques mercantes?

-Veintitrés años, aunque antes estuve también de mozo en barcos de Alvargonzález, mientras estudiaba. La figura de capitán está un poco mitificada, porque, realmente, es el machacante de los de arriba y de los abajo. Antes, sin embargo, el capitán era el dueño de todo. Ahora está el dinero, las prisas... Me pasé dieciséis años navegando y recorrí todo el mundo, los cinco océanos, como se suele decir. Cuando me incorporé a la torre de Salvamento Marítimo de Gijón tenía mucha experiencia llevando buques mercantes; nunca me dio por mandar barcos de pasaje. Tuve suerte, porque en aquellos tiempos llegar a capitán no era fácil.

-¿Por qué dejó de navegar?

-Estaba cansado. La mar me gustaba, pero está la separación de la familia. Recuerdo que bautizamos a mi hijo en la iglesia de Fátima y tenía pocos días; cuando volví a verlo ya tenía diez meses. Era lo peor: llegas a un estado en el que dudas, a veces, de que tengas familia.

-¿Y la soledad del mar?

-La llevaba bien. No me preocupa, sigo llevándola bien. Tenía mucho tiempo para leer; a escribir empecé mucho más tarde, y eso que ahora me resulta fácil. Sí me gustaba la literatura, todas las artes. Me puse con mi primera novela con cincuenta años.

-¿Cómo surgió la necesidad de escribir esa primera novela?

-Fue a partir de un caso real, una muchacha que murió ahogada. Tuvimos mucha tensión en la torre de Salvamento Marítimo (de Gijón) por aquel suceso. Era una mujer sudamericana, que medio se dedicaba a la prostitución, según contaron los periódicos, y que tenía dos niños. Me impresionó mucho aquella muerte. La novela está metida en un cajón, pero recuerdo que me resultó fácil. Y seguí escribiendo. Una amiga, tras leer una de aquellas historias, me dijo que por qué no me presentaba a algún concurso literario. Total, que fue esta amiga quien mandó un original al premio "Dulce Chacón", que gané. Aquello me animó. Los premios sirven para darte cuenta de que alguien te valora. No he parado. De hecho, tengo cuatro novelas largas inéditas.

-Ahora está jubilado de la mar...

-Sí, tengo todo el tiempo del mundo, pero escribo menos.

-¿Cuál es la explicación?

-No lo sé. Antes tenía un horario muy rígido, y ahora no. Para escribir una novela se necesita una fuerte disciplina.

-¿Le resultaron más interesantes sus años navegando o los que pasó en Salvamento?

-La época de navegar. El otro es un trabajo que tiena una parte burocrática importante. Ahora me gusta tratar de manera más íntima los personajes de mis novelas, y es algo que me viene, estoy convencido, de mis años en la mar. Ahí tiene mucha importancia el trato con la gente. En un espacio mínimo viven igual diez o doce personas, todas con sus problemas. El capitán es un poco el confesor de todos ellos.

-¿Vivió algún momento especialmente dramático cuando navegaba?

-No, nada, ni un naufragio. Y eso que de capitán hacíamos maniobras complicadas. Jamás tuve un percance. He tenido mucha suerte en la vida.

-¿Qué le atraía de la mar?

-Viajar, conocer lugares, aunque después es mentira, un error que cometemos todos los jóvenes cuando decidimos navegar. La realidad es que estás siempre de paso, como si perdieras interés por las cosas. Jamás conocí a nadie que saliera corriendo del barco a ver museos, pero sí a tomar una copa.

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