Había una vez un inventor llamado Luis Castro. El invento: las tablas voladoras, chicles que nunca perdían el sabor, helados que nunca se derretían y un día se preguntó ¿quién inventó las cosas importantes como el viento y la lluvia?

Cuando el primer hombre llegó al mundo lo encontró vacío. Falta algo, dijo. Una cosa con cuatro patas con la que se pueda descansar. E inventó la silla. Se sentó y miró a la lejanía. Maravilloso.

Falta algo, una cosa plana con cuatro patas para apoyar los codos y estirar las piernas por debajo. E inventó la mesa, apoyó los codos, estiró las piernas y dijo, maravilloso. Pero de la lejanía se acercaron vientos y tormenta.

No tan maravilloso, falta algo, una cosa que le proteja a uno del viento y la lluvia. E inventó la casa.

Llevó la silla y la mesa dentro, miró por la ventana y vio a un hombre. Cuando llegó a la casa preguntó ¿Puedo meterme debajo?

Please, por favor, le enseñó lo que había inventado: la silla para sentarse, la mesa, la casa para refugiarse, la ventana para mirar al exterior, la puerta para salir y entrar y usted querido vecino. El segundo hombre se quedó muy callado, no se atrevía a decir que el había inventado el viento y la lluvia. Esa misma tarde se lo dijo a todo el mundo y toda la gente decía paparruchadas. Entonces con su máquina del tiempo fue a preguntarle al hombre si era verdad lo que decía Google. Él le dijo que no, entonces le tiró una bomba nuclear en la cara y como no murió tranquilo se fue a casa. Desde entonces no volvió a confiar en Google.