Eleuterio Quintanilla murió en Burdeos el 18 de enero de 1966, exiliado y alejado de su tierra. Ayer regresó por fin a Gijón en espíritu, de la mano de sus familiares, más presente que nunca y a pesar de que jamás pudo volver a respirar el aire de su ciudad en vida. En el 50 aniversario de su fallecimiento, el Ateneo Obrero de Gijón, el Aula Popular José Luis García Rúa y la Sociedad Cultural Gesto han querido poner de nuevo en el presente una figura bien conocida, pero con muchos matices que ayer desvelaron los suyos con motivo de un aniversario "que nos llena de emoción", recalcó su hijo, Eleuterio "Terín" Quintanilla tras el acto de homenaje celebrado en el salón de recepciones del Ayuntamiento gijonés.

Porque el de ayer no dejó de ser un retorno simbólico después de muchos años en los que "lo pasamos muy mal, exiliados y avergonzados", con la idea del regreso siempre presente en la mente del anarquista, sindicalista, periodista, director de la Escuela Neutra Graduada, bibliotecario y profesor del Ateneo Obrero de Gijón, trabajador de la fábrica de chocolates La Herminia y, por encima de todo, "un referente de compromiso y de integridad", destacaron en el acto los concejales Montserrat López (Foro) y Mario Suárez (Xixón Sí Puede), encargados de dirigir unas palabras a la familia en el Consistorio junto a otros concejales de la corporación.

Sirvió el acto para recordar lo que muchos saben: la labor entregada de Eleuterio Quintanilla en pro de los más débiles, de los trabajadores que pugnaban por una mejora de sus condiciones laborales, de la igualdad de oportunidades para todos los hombres, de la cultura como vehículo de promoción para todos sin distinción. Pero el acto de ayer sirvió sobre todo para poner de relieve la faceta menos conocida de Quintanilla, aquella que únicamente los más allegados vivieron y de manera especial en los últimos años de su vida, cuando el peso de la lejanía le hizo sumirse en el silencio.

Fue para ellos "un buen padre, muy amable aunque hablaba poco, todo lo tenía en la cabeza", rememoraba ayer su hijo "Terín" Quintanilla, de 93 años, antes de afirmar con vehemencia que "nunca hemos hablado de política en casa, nunca; él decía que cada uno debía pensar lo que quisiera". Y así lo hizo también con sus nietos, a los que transmitió la libertad de conciencia "sin jamás inculcarme la más mínima idea", aseveró en su intervención Helios Privat, nieto de Quintanilla que ayer puso voz al sentir de toda la familia en un emotivo discurso.

Criado con Eleuterio Quintanilla y su mujer Consuelo Sotura en Burdeos tras quedar huérfano en la niñez, Helios conoció bien al abuelo que fue para él mucho más que eso. "El hombre que conmemoran los gijoneses no es exactamente el que yo conocí. Ustedes guardan el recuerdo de un sindicalista combativo, de un maestro que luchaba para imponer ideas progresistas; yo me acuerdo de un hombre afable, cariñoso, firme cuando se trataba de explicarme o proponerme un camino, pero agotado. Todas sus fuerzas las había dejado en la lucha para acercarse a un mundo mejor", reveló ayer. Cansado de "las resistencias en su propio campo", indicó Helios Privat, "quizás eso sea lo que poco a poco le debilitó y acabó por destrozarle". Sumado a la "nostalgia increíble" que sentía de Gijón y su anhelo por volver, los últimos años de Quintanilla en Francia estuvieron marcados por el silencio. "Mi abuelo nunca abdicó: se dejó olvidar porque sabría que el precio que había que pagar para la libertad era la solitud y el silencio", recalcó Helios Privat. "Pero jamás renunció".

Buena prueba de ello fue la fe inquebrantable en el regreso a la tierra madre, que le llevó incluso a renunciar a una casa y una cátedra en México. "Su amigo Pedro Sierra, que se exilió cuando la guerra Civil en México, lo escribió varias veces para animarlo a irse y a no regresar a Gijón; recibimos una carta de la embajada mexicana en París anunciándonos que todo estaba listo para nuestra partida, pero jamás quiso irse tan lejos porque esperaba regresar a Gijón algún día", reveló ayer "Terín" Quintanilla, el hijo que sólo pudo ir a la escuela en Gijón y que perdió quizás la oportunidad de haber estudiado en América.

"Hay que reconocer que a causa de sus ideas abandonó un poco a la familia", indica "Terín" , quien recuerda las meriendas y paseos por la costa gijonesa, las lecciones de moral recibidas de su padre y la rectitud que lo llevó a rechazar intervenir en favor de su hijo para conseguirle un trabajo en Francia. "Lo pasamos muy mal en muchas ocasiones, pero al final tuvimos suerte", afirma "Terín". Ayer Gijón les restituyó un poco del anhelo malogrado de Eleuterio Quintanilla.