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Directo al corazón

"Temo a la vejez, pero ya estoy en ella así que no debe de ser tan terrible"

"Mi enemigo es la grosería de alguna gente joven y su falta de respeto a los mayores; y que se hable a gritos, España parece un país de sordos"

"Temo a la vejez, pero ya estoy en ella así que no debe de ser tan terrible"

Su figura cobró relevancia estos días con la presentación de la campaña de Manos Unidas y la renovación de la junta directiva de la Asociación de Antiguas Alumnas de la Asunción, entidades en las que ha sido pieza clave. Carmen Monforte es una mujer culta, inteligente, rigurosa y con grandes dotes de organización. Sospecho que como docente, actividad en la que ha empleado media vida, ha debido ser muy exigente.

-Dígame, ¿usted quién es?

-Nací circunstancialmente en Valencia (1936). Mis padres vivían en Madrid cuando estalló la guerra y mi padre, como médico militar, fue asignado al Hotel Palace, convertido en hospital de campaña. Mi madre, dadas las circunstancias y a punto de dar a luz, se trasladó a Valencia, donde la familia tenía una casa. Soy la segunda de cuatro chicas y vivo en Gijón desde los cuatro años.

-¿Por qué se trasladó la familia a Gijón, no siendo asturianos?

-Al término de la contienda mi padre hizo oposiciones a médico APD (Asistencia Pública Domiciliaria), obteniendo el número cuatro de toda España. Era amigo de Luis Ortega, un tío de Antonio y Luis Ortega, y le dijo: "Si quieres vivir bien pide la plaza de Gijón". Así fue. Mi padre se estableció en el número uno de la calle Covadonga. Así que me considero asturiana.

-¿De pequeña a qué jugaba?

-Al pío-campo, al balonmano... Me hubiera gustado ser médico, como mi padre, pero aquí aún no había facultad. Y también, artista.

-¿Cómo fue su formación?

-Hice el Bachiller en el colegio de la Asunción y la carrera de Ciencias Químicas en la Universidad de Oviedo.

-¿Cómo era la facultad de Químicas en la década de los 50?

- Guardo un recuerdo estupendo. De los 77 alumnos, 22 éramos chicas, contando tres monjas. Fue un tiempo muy feliz, sin problemas.

- ¿Siempre empleó su carrera en la docencia?

-No, trabajé durante un tiempo corto en los laboratorios de Fábrica de Moreda y, luego, por medio de Ramón Álvarez Viña ingresé en el Instituto Jovellanos a las órdenes del profesor Mulas, un trabajo que alternaba con clases en el Colegio San Vicente. Pero a los dos años me casé con Baltasar Díez Rivera, y nos fuimos a vivir a Barcelona. Yo seguí trabajando en varios colegios de Badalona, y nadie nos ordenaba dar las clases en catalán.

-¿Duró mucho su etapa catalana?

-Diez años, hasta que a mi marido lo trasladaron a Avilés, donde permanecimos 28 años. Durante 22 años di clases en el Colegio Estilo de Salinas, hasta que éste cerró y decidí jubilarme. Volvimos a Gijón.

-Y se tropieza con Manos Unidas...

-Fue en 2001, gracias a Carmen Castro. Y posteriormente arrastré a Baltasar. Hemos trabajado con gusto, yo llevaba un poco la zona de Gijón y era la tesorera, aparte de organizar rastrillos, exposiciones artísticas... Manos Unidas es la organización no gubernamental que menos gastos tiene, el voluntariado no cobra nada, a veces ni sus propios desembolsos.

-¿Cuántos voluntarios tiene en Gijón?

-Más de veinte. España es muy solidaria. En 2014 se reunieron 43 millones de euros, sólo en España, algo que parece imposible en plena crisis.

-¿De dónde se obtienen los recursos?

-Principalmente de las cuotas de los socios, que alcanzan el 40 por ciento. Recibimos donaciones y herencias por un total del 11 por ciento. El sector público cubre otro 12 por ciento y el resto procede de la colecta que de todas las misas de un sábado y domingo del mes de febrero se destina a Manos Unidas. Aparte se organizan conciertos, exposiciones, la "operación bocata" en los colegios... Manos Unidas sufre dos auditorías al año y cumplimos con todas las normas de transparencia y buen gobierno.

-¿Usted, a solas consigo misma, recita, canta, reza...?

-No, todo lo cuento: los cristales de las ventanas o vidrieras, los músicos de las orquestas, los ladrillos, los árboles, todo lo que se pone ante mis ojos.

-¿A qué teme?

-A la vejez, y ya estoy en ella, así que no debe de ser tan terrible. Pero no quisiera derivar en una carga de miserias para mis dos hijos.

-¿A quién le hubiera gustado conocer?

-A mis abuelos paternos; tengo tan buen recuerdo de los maternos... Pero no siento curiosidad por la gente importante.

-¿Quién es su enemigo público?

-La grosería de alguna gente joven y sus faltas de respeto a las personas mayores. El hablar a gritos; España parece un país de sordos. Y la ambición de los políticos.

-¿Con qué se siente más indulgente?

-No soy nada indulgente.

-Respecto a su carácter, ¿de qué se siente menos orgullosa?

-De mi mal genio. Me irritan las cosas dilatadas, la dejadez, el abandono... Baltasar dice que soy un sargento.

-¿Qué talento añadiría a su personalidad?

-El de tocar el piano, ser una buena pianista. Tuve oportunidad de estudiar la carrera de piano pero la deseché al considerarme mayor.

-¿Quién ha sido su maestro?

-En muchas cosas, mi marido, y en otras mi padre; era un hombre recto y cabal.

-¿Con qué se le parte el corazón?

-Con los reportajes sobre el hambre... Con los niños desamparados.

-Si un día se perdiera, ¿dónde debemos buscarla?

-En el cuarto de estar de mi casa.

-¿Haciendo qué?

-Frente a la televisión. No se lo diga a nadie, pero veo "Sálvame".

-¿Qué posee de su mayor estima?

-Digamos, por decir, ya que no tengo apego a las cosas materiales, que un espejo de tres cuerpos de caoba y palosanto, que formó parte del dormitorio de mi madre.

-¿Cuáles son sus hobbies?

-La música clásica, el hacer telares, la encuadernación... Me encanta la cocina, es más, en ocasiones que tengo problemas o disgustos, mi terapia es meterme en la cocina a inventar platos diferentes. Ah, y juego a las cartas una vez por semana con las amigas.

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