Aquella pasarela que en agosto de 1901 dos emprendedores jóvenes construyeron para cruzar por un endeble puente de madera el río Piles -al lado de una finca de recreo curiosamente llamada "la Huelga" en la que había atracciones para los más diversos gustos- y que frecuentemente lo destrozaban las "mareonas" sirvió como motivo de inspiración a quien soñaba por entonces con una calenturienta imaginación que la ribera del Piles iba a ser equiparable a El Sardinero de Santander o a La Caleta de Málaga. Con el paso de los años al cocer todo mengua, como acertadamente siempre mantiene la sabiduría popular.

"La Pasarela", todo un símbolo del nuevo siglo

"La Pasarela" -que así era conocida popularmente- sirvió hasta como escenario de un mitin de Alejandro Lerroux contra la burguesía y el clero, tras de lo cual hubo una merienda a base de tortilla de patata -¡qué gran plato y qué difícil de encontrar en estos tiempos de hoy en día! en los que hasta obligan a hacerla sin huevos por cuestiones de índole sanitaria, con tantas leyes prohibicionistas imperantes en la actualidad que se empeñan en hacernos la vida imposible con sus restricciones existenciales- como plato principal en la popular pitanza en el prado al lado del río Piles, así llamado por sus "piles" de arena donde hasta crecían los arbustos y servían como discreto refugio para los amantes.

Aquella endeble pasarela de madera bien pudiera ser el símbolo de los aconteceres políticos que iban a ser vividos en este país durante el siglo XX. Una nueva centuria en la que pasamos por la monarquía intervencionista de Alfonso XIII, la dictadura con rey del capitán general de Cataluña Miguel Primo de Rivera -un directorio militar que dejó bien a las claras que aquella España no se impresionaba ya con películas de esencias liberales y democráticas, sino que según el mandatario solamente quería orden, trabajo y economía- la dictablanda del general Berenguer, la segunda república, la dictadura del general Franco y la monarquía parlamentaria de Juan Carlos I.

La felicidad seguía siendo una promesa

La bienvenida al nuevo siglo XX la daba Alfonso Pérez Nieva en el diario "El Comercio": "¿Qué me aconsejas? -diría el siglo nuevo al anterior- y éste abrumado con la experiencia de sus desengaños contestaría: Vete trampeando como yo y el que venga detrás que arree... Cada centuria tiene obligación de apuntar su óbolo a la obra común del progreso humano. La civilización es una diosa sin retroceso forzada a andar hacia adelante por la mano de Dios. Y el siglo que parte no se ha contentado con ayudarla; tomándola en brazos la hizo recorrer su camino a la carrera entonando desde la cuna al sepulcro, un gran helénico de triunfo, una plena apoteosis. Cabe ahora preguntar ante tanto florecimiento material: ¿Qué ha aportado el siglo XIX a la felicidad humana? La felicidad sigue siendo una promesa".

Eso de la ansiada felicidad que se lo digan a los trabajadores que con la llegada del nuevo siglo se ponían en desafiante pie ante la patronal. El ambiente social se cargaba cada vez más y las reivindicaciones de los trabajadores iban en aumento. No solamente se produjo la gran huelga en el puerto, con desórdenes generales y acuartelamiento de tropas, sino que las mujeres -se iniciaba en toda Europa el auge del feminismo siendo Noruega el primer país en el que las féminas podían votar y ser votadas- también se unieron a las reivindicaciones sindicales al demandar más derechos laborales, por lo que se realizaron las famosas huelgas de las cigarreras de la Fábrica de Tabacos de Cimadevilla y poco tiempo después las tejedoras de "La Algodonera" siguieron su camino al exigir mayores compensaciones económicas por su trabajo, aunque no lograron conseguir sus objetivos, ni unos ni otras, al no haberse inventado todavía las llamadas cajas de resistencia que permitiesen vencer al hambre durante las jornadas de huelga en las que no cobraban los jornales.

Después de la huelga general en Gijón, en enero de 1901, Pablo Iglesias fundó la Federación Socialista Asturiana, integrada por las agrupaciones de Gijón, Oviedo, Mieres, Turón y Sama de Langreo. También aquel primer año del nuevo siglo fueron iniciados los sondeos carboníferos en la zona de La Camocha que pronto obtendrían espectaculares resultados, gracias a la iniciativa de los hermanos Felgueroso. Se iniciaba el asfaltado de las calles del núcleo histórico y la Compañía Popular de Gas y Electricidad daba los primeros pasos del servicio público con el alumbrado ornamental en las calles céntricas de Gijón.

En aquellos primeros años del siglo XX, la ciudadanía de Gijón ni se miraba en un espejo para distraerse contemplándose el ombligo, ni tampoco vivía en una ciudad tediosa obsesionada con negativizar todo lo que sucediese en su entorno, ni tampoco perdía el tiempo en aciagas polémicas provincianas. No eran, claro, una generación ni-ni. Todo lo contrario.

Ya entonces se hablaba del regeneracionismo político

Siempre estamos dando vueltas a las mismas ideas ya que el ahora tan manido recurso del regeneracionismo en los partidos políticos también era la palabra que entonces más estaba de moda a principios del siglo XX. Debido a ello se iniciaba la organización de nuevas alternativas políticas y el federalista Francisco Pi y Margall tenía por aquí muchos seguidores -hasta le pusieron su nombre a la actual calle de Los Moros, de la que se le despojó durante los llamados "gloriosos y triunfales años de la Dictadura" por aquello de la revisión del nomenclátor como reconocimiento a las tropas árabes que se levantaron contra la II República- aunque a quien más se elogiaba por su talento innato era al joven gijonés Melquíades Álvarez, a quien se le conocía como el "príncipe de la oratoria".

Hasta tal punto fue su prestigio que cuando solamente tenía treinta y siete años -el hecho es bastante insólito, ya que por aquí somos muy dados a conceder los honores cuando el homenajeado ya no se puede enterar- el Ayuntamiento de Gijón aprobó el 12 de octubre de 1901, por unanimidad, el cambio del nombre de la calle del Mesón Viejo al lado de la plaza Mayor donde había nacido aquel grandioso y locuaz político -quien había finalizado brillantemente con trece años sus estudios en el Instituto de Jovellanos- por el de su nombre: Melquíades Álvarez.

Los mítines de Melquiades Álvarez desde la balconada sobre el Café Oriental

El Café Oriental, el más antiguo de "Corrida Street" con sus columnas de hierro y una estética de tendencia egipcia, ofrecía como especialidades el cognac, el rhum de Jamaica y de La Martinica, el pippermint. En aquella casa en la que había nacido el gran pintor gijonés Juan Martínez Abades y en cuyo portal de entrada por la calle de Santa Lucía se recuerda la efemérides con una placa, desde sus balcones sobre el Café Oriental Melquíades Álvarez lanzaba sus encendidos mítines que tanto animaban a sus entusiastas seguidores.

El último Cronista Oficial de Gijón, Patricio Adúriz, recuerda en su libro "Crónica de la calle Corrida": "La oratoria es un arte. Hubo oradores de fuste que metían en un puño a los oyentes, electrizándolos, embobándolos, casi anulándolos. Melquíades Álvarez fue uno de ellos y un número uno, así reconocido por sus propios oponentes parlamentarios y también por sus más feroces críticos?No era alto, ni guapo, ni robusto, pero sí tenía ángel. Y la oratoria, el divino arte de la oratoria".

En un histórico discurso en el Congreso, Melquíades Álvarez defendió la unidad nacional sin faltar a los principios democráticos. Allí dejo en evidencia las contradicciones de Solidaridad Catalana al criticar la idea antinacional de un regionalismo que ya entonces se presentaba como una bandera nacional, pero en cuyo reverso afloraba hace un siglo la aversión a Castilla y a todas las demás regiones españolas.

¡Vamos que estamos ahora igual que en aquellos tiempos!