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Cuando los besos vencen al tiempo

"Nos queremos como el primer día", aseguran Benjamín Antuña y Felicidad Álvarez, que cumplen 70 años de casados

Felicidad Álvarez besa a Benjamín Antuña, ayer, el día de su 70.º aniversario de boda, en su casa del barrio de El Natahoyo. marcos león REPRODUCCIONES DE M. LEÓN

Han pasado siete décadas, pero recuerdan con la misma intensidad el sabor del compango, "del de casa", que se sirvió con la fabada en su banquete nupcial; ella le canta a él con el mismo sentimiento la copla que le dedicó el día de su boda, y se siguen poniendo nerviosos al narrar el momento en el que se conocieron en un baile de Oviedo. "Nos queremos como el primer día", asegura él. "Y no es hablar por hablar. Es así, aunque con los años ya no es que sientas que te sube algo por el cuerpo, como las primeras veces; llegan los hijos, el amor se reparte más, y todo se debe más a un respeto y una comprensión mutua", matiza ella.

A Benjamín Antuña (93 años) y Felicidad Álvarez (89) no se les ha gastado el amor tras setenta años de casados, los que cumplieron ayer en el piso de El Natahoyo donde viven. El mismo en el que, cada noche y cada mañana, su hija, Flor María, escucha cómo su madre achucha a su padre para terminar y empezar cada día. La mirada de Felicidad -en el doble sentido- no miente cuando se fija en su marido, le acaricia la cara y le planta tres besos que retumban.

"¿Te imaginabas que íbamos a llegar a setenta años de casados? ¿Te volverías a casar conmigo o te arrepientes de algo?", pregunta, a medio camino entre la emoción y el buen humor, a su marido. Siempre estirando la voz y en tono alto. Las deficiencias auditivas tan propias de la edad no dificultan la comunicación entre el matrimonio. Él lo tiene claro. "Eso no lo puedes imaginar nunca. Hay que tener suerte para llegar a los setenta años de casados. ¡Y claro que sí: me volvería a casar contigo! No hay motivos para arrepentirse de nada", le contesta Benjamín.

Más de siete décadas no han borrado el recuerdo de su primer encuentro. Él, con 20 años y vestido de militar. Ella, con 16 años y tras saltarse el estricto control de su padre para acudir al baile con una amiga. Corría el año 1943. Benjamín, natural de Pando (Langreo), cumplía con el servicio militar obligatorio y Felicidad residía con su familia en San Claudio (Oviedo).

"La historia no se me olvida. Mi padre no me dejaba salir mucho de casa. Y un día, con una amiga, hice una trampa. Le dije a mi padre que íbamos a Oviedo con ella, su hermana y su marido. Él me dejó, pero tenía que llegar de día a casa. Ya en Oviedo, mi amiga y yo nos escapamos a un baile muy popular, en Buenavista. Enfrente había soldados y nos chistaban cuando pasábamos. Uno de ellos era él. Mi amiga y yo quedamos en que no íbamos a bailar con ninguno. Pero cuando estábamos dentro bailando juntas, llegó Benjamín y me lo pidió. Me quedé quieta mirándolo. Y mi amiga me dejó bailando con él, que me dijo que iba a enseñarme", narra con gran detalle Felicidad. Pero el encuentro se terminó rápido. Cogiendo atajos, regresó a su hogar junto a su amiga a la carrera para que no oscureciese antes de que su padre le viese entrar.

El siguiente encuentro fue días después en San Claudio, cuando Benjamín se presentó en su casa para llevarla al baile. "Desde ese día ya no perdimos ni una. Era la primavera de 1943 y en 1946 nos casamos. Y aquí estamos, setenta años después. Juntos, que es lo que vale", explica la mujer, que agrega: "Y nos sentimos muy bien porque gracias a Dios, aunque tengo mucho amor propio y temperamento, nos supimos llevar muy bien y todo lo que hicimos fue cosa de los dos. Nunca tuvimos tapujos. Y si algún día él hizo una cosa mala, nunca me enteré". Él no tarda en replicar: "¡No, home, no! ¡No hice nada malo!".

Benjamín también mantiene fresco en la memoria lo que le cautivó de Felicidad en aquella sala de baile ovetense. "Sin duda, el tipín que tenía. Me gustaba mucho", recuerda. Trabajó en Duro Felguera antes de cumplir con el servicio militar en Oviedo. Después se dedicó a la calderería en un taller, cuando se trasladó con su mujer a Pando, donde nacieron sus dos hijos, Benjamín y Flor María. "Entraba a trabajar a las ocho y salía a las ocho. Y si le daban trabajo en otro taller, también iba. Siempre decía que no nos faltase de nada y, sobre todo, que nada de deber ni un céntimo a nadie", cuenta Felicidad, muy elogiosa con la laboriosidad de su marido.

El enlace matrimonial tuvo lugar el 23 de febrero de 1946 en Langreo. Felicidad recuerda el menú a la perfección: "Fabada, con todo de casa; merluza, de la que ya no venden ahora; queso cabrales y dulce. Era plena posguerra y le canté a mi marido una canción". Una copla de letra mariana que hoy sigue recitando de carrerilla, con voz emocionada y alegre al mismo tiempo. Ayer, día de su aniversario de bodas, lo demostró, para sorpresa de su hija, nieta y bisnieta. Aunque ya poco les sorprende de este matrimonio al que todos en la familia llaman "papín" y "mamina".

Una vez jubilado Benjamín, ambos se trasladaron a vivir a Gijón en 1981. Pasaron 32 años en el barrio de La Arena y en la actualidad residen en El Natahoyo junto a su hija. Tienen en total tres nietos y dos bisnietas. "Necesitamos compañía, estar con la familia y los perrinos", afirma Felicidad.

Precisamente en familia celebrarán el aniversario con una comida este fin de semana. A buen seguro, no faltarán anécdotas ni arrumacos. Y, para cuando termine el festejo, ya lo tienen claro: "Ahora toca ir a por los 75".

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