-Somos diferentes -le contesté-. Mi trabajo tiene por finalidad meter a la gente en la cárcel, y me pagan por ello, aunque no tanto como debieran.

-No veo la diferencia. El mío tiene por objeto encerrar a la gente en un libro, y por eso me pagan, aunque no tanto como debieran.

Dashiell Hammett, La maldición de los Dain

Cumplo la promesa que le hice a mi otro yo y vuelvo a viajar al pasado. Voy, de nuevo, a 1988; esta vez para asistir a la inauguración de la "I Semana negra". Temiendo perderme algo importante, llego un día antes.

Había un enorme trasiego en la oficina de la organización: gente yendo y viniendo de un lado a otro en aparente anarquía. Sin embargo, a poco que uno se fijara, se daba cuenta de que cada cual sabía bien su cometido en esa compleja maraña de hilos entrecruzados.

Conozco, por fin, a Taibo II, el cuarto miembro del comité ejecutivo, que se encontraba en México mientras sus compañeros realizaban los preparativos de todo ese entramado criminal. Fue él quien sugirió que se celebrase en Gijón el IV Encuentro de escritores de novela policiaca. Aunque Taibo II sólo se dio cuenta cabal de la magnitud de lo que se había organizado para arropar su propuesta cuando aterrizó en Gijón. Hacía evidente su entusiasmo con cada detalle que le mostraban sus colegas. Y de inmediato utilizó el plural para explicar lo conseguido: "Vamos a editar un periódico, hemos convertido El Musel en un plató de cine policiaco, contamos con el mejor tren para traer a los participantes desde Madrid, actuarán 'Malevaje', 'Tip y Coll', 'The Pasadena Roof Orchestra', 'Gabinete Caligari'?".

No era fácil para mí adecuarme a su sintonía. Nuestras señales sonoras emitían en frecuencias diferentes. Me resultaba un tipo excesivo: demasiado seguro de sí mismo, demasiado impetuoso, demasiado hablador, obsesivo fumador? Me parecía un personaje de novela de los que se soportan bien en la lectura, pero que resultan de trato peliagudo en la realidad.

Me estaba preguntando cómo lo vería mi álter ego, cuando Patricia, la secretaria jefe del Encuentro de escritores criminales, se me acercó:

-Si no me equivoco, buscas a Paco Abril.

-Sí, quedé con él para que me siguiera explicando los entresijos del puzle policiaco que habéis armado aquí y asistir a la inauguración.

-No te alarmes, pero siento decirte que se encuentra hospitalizado.

-¡Cómo! ¿Qué le ha pasado? -pregunté preocupado.

-Tuvo un ataque de vértigo en El Musel. No podía despegar la cabeza del suelo. Todo le daba vueltas. Yo le llevé al hospital. Mañana se incorporará de nuevo, se niega a quedarse de baja. El médico le dijo que unos días de descanso no le vendrían nada mal, pero es muy terco, un terco agotado. Y no te preocupes, vendrá a la inauguración.

Y llegó el día. Y, en efecto, allí estaba mi otro yo en la estación del Norte, serio, ojeroso y tenso. Esperé a su lado la llegada de "Al Andalus", el tren de lujo de Renfe, el más amplio y espacioso tren turístico del mundo, el que la compañía anunciaba como "un palacio sobre ruedas", ahora convertido en "tren negro". No dejaba de resultar chocante que los escritores que destapaban los más sórdidos entresijos de la opulencia viajaran de Madrid a Gijón en el más lujoso de los transportes. El recibimiento resultó trepidante. Un enorme gentío se aglomeraba en el andén. Arrancó la Banda de Música de Gijón interpretando la melodía de una película de gánsteres. Su sonido lo tapó la charanga "Ventolín", que se hacía oír por encima de los gritos de manifestantes contra lo que consideraban un derroche injustificado de dinero público. Militantes de la Corriente Sindical de Izquierda (CSI) desplegaron una gran pancarta en contra, una vez más, del despilfarro y el enchufismo de la "Semana negra". Algunos manifestantes repartían pasquines con la foto de los cuatro miembros del comité ejecutivo. Los mostraba como si fuesen capos de la mafia que pretendían arruinar la ciudad. Para aumentar ese caos, efectivos de la Policía judicial detuvieron en la misma estación a tres monjitas portando un maletín con una considerable cantidad de droga blanca. Y como decoración de fondo, los vagones aparcados al otro lado de "Al Andalus" lucían pintadas en las que con sprays habían escrito: "Semana negra año negro pa los paraos, 30.000 en Gijón".

A los ciento quince viajeros que en ese momento bajaron del ostentoso tren les costaba distinguir lo que era verdad y lo que era representación en aquel delirante recibimiento, y eso que más de la mitad eran afamados y expertos escritores curtidos en la creación de enrevesadas intrigas.

En el coloquio celebrado durante el viaje, el gran escritor ruso Julián Semionov subrayó que la Gran Enciclopedia Soviética, publicada en 1952, señalaba que "la novela criminal era un género reaccionario que propiciaba la lucha contra el comunismo". Desde entonces, comentó, "las cosas han cambiado, aunque no totalmente". Y en la inauguración oficial en El Musel, pidió vivas para la democracia. Semionov se hizo portavoz de los esperanzadores cambios en su país, que venían propiciados por el presidente Gorbachov. El primer mandatario ruso acababa de abrir la puertas a la libertad de expresión y a la participación democrática en su país.

Al día siguiente de la inauguración de la "I Semana negra", mi álter ego me muestra el que, según él, es uno de los más corrosivos artículos que se han escrito en Gijón contra un acontecimiento festivo-cultural. Se titula "Poisonville", cuya traducción es ciudad ponzoñosa. Es el nombre de la ciudad que aparece en la novela "Cosecha roja", de Dashiell Hammett. En ese relato, un detective acaba con el hampa de aquella podrida urbe. Lo firma J. M. Ceinos. Se publica en el diario local "El Comercio", portavoz de la beligerancia con este evento policiaco. Entresaco alguno de sus párrafos:

"Convertir a Gijón en la capital cultural de la cornisa cantábrica consiste en ofertar a la ciudadanía un aluvión de actividades que, bajo la apariencia de cultura, esconden, tras una carcasa inmejorablemente presentada, la nada, el vacío". Y sigue: "En Gijón, la cultura oficial, que no la real, es un plato aderezado con nepotismo, con presunción y con proyectos faraónicos". Y profetiza sin temor a equivocarse: "Cuando todo este montaje acabe, sólo quedarán las páginas amarillas de los periódicos como testigos mudos de que Gijón ha sido la Poisonville del Cantábrico".

En el año 1988 comenzó lo que podríamos llamar la Marca España de lo Efímero, esto es, los fuegos culturales del artificio que se fundamentaban, según el escritor Antonio Muñoz Molina, en "la predilección por el acontecimiento excepcional y no por el trabajo sostenido durante mucho tiempo; el triunfo del espectáculo sobre la realidad".

Regreso a 2016. Han pasado casi treinta años y aún se respira el aire cargado de iones negativos de 1988. Pero ya no se oyen las furibundas críticas de entonces contra el entramado negro. Me pregunto, y se lo pregunté también a Chumy Chúmez, qué había pasado con los intelectuales que siempre se presentaban como críticos del poder, de cualquier poder. ¿Qué les había sucedido a aquellas mentes indomesticables? ¿Qué fue de aquellos que nos mostraban sin miedo la prepotencia, al abuso y la arrogancia de quienes mandaban? ¿Quién los había acallado?

Parece que alguien ha impuesto lo que la mafia denomina la "omertà"; esto es, la ley del silencio.

Chumy, siempre tan didáctico, me contesta dibujándome un tipo sentado detrás de una mesa de despacho fastuosa. El tipo se dirige a mí, arrogante en su actitud y humilde en su expresión:

-Ya no hay intelectuales asilvestrados como antes. Ahora todos comen en la palma de la mano.

Demasiados asuntos reclaman mi atención en 1988. Volveré a ese pasado como un arqueólogo aficionado en busca de los restos sobre los que se construyó este presente.