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Directo al corazón

"En derecho de familia siempre pierde el hombre, no hay igualdad en la separación"

"Una cultura que piensa que los Juzgados tienen que arreglarlo todo, o si no el psiquiatra, está enferma de comodidad e irresponsabilidad"

"En derecho de familia siempre pierde el hombre, no hay igualdad en la separación"

Después de trece años de trabajo intenso en el Juzgado de Gijón, en los que logró introducir muchas novedades en la interpretación de los problemas de familia, Ángel Campo se va. Se incorpora como magistrado a la Audiencia de Oviedo, no sin cierto pesar y sobre todo incertidumbre; su paso por Gijón ha marcado un hito. Hombre de sinceridad rotunda, de fuertes convicciones, es un gusto hablar con él. No se inhibe de nada en sus explicaciones a la vez que deja traslucir su enorme humanidad.

-Dígame, ¿usted quién es?

-Nací en Oviedo (1960), tercero de ocho hermanos. Soy alegre y creo que peco de optimista. Hace tiempo era introvertido pero me he trasformado en sociable, aunque apenas hago vida social, sino familiar. En el trabajo soy disciplinado y en casa un desastre, según dice mi mujer. Dispongo de un buen sentido del humor, negro incluso, y no me importa que se rían de mí. Estoy bien casado y tenemos cuatro hijos.

-¿De pequeño era el sheriff de la peña?

-No, porque entre otras cosas nunca fui de Letras, ni pensé en estudiar Derecho. Yo quería ser ingeniero de Caminos, pero en sexto de Bachiller dos profesores me obligaron a cambiar de idea. Entre el de Matemáticas y el de Física y Química me amargaron la vida; era imposible aprobar, pese a tener las asignaturas muy bien estudiadas. Mi madre era profesora de Física y Química, y no lo entendía, ella misma me controlaba la asignatura. Al acabar decidí matricularme en Derecho en la Facultad de Oviedo.

-Para luego opositar a juez...

-Sí, me preparó don José Álvarez Domínguez. Tardé 40 meses en conseguirlo.

-¿Es feliz en su profesión?

-Me gusta, pese haber recibido palos.

-¿De quién?

-De abogados, fiscales, compañeros... Pero cuando estás convencido de lo que haces, aguantas. Tengo mucho aguante.

-¿Se deduce que su experiencia gijonesa no ha sido buena?

-Buena y mala. He tenido la suerte de trabajar con muy buenos funcionarios, abogados y compañeros, aunque haya otros que intentaron hacerme la vida imposible. Ante el último problema gordo, pedí el traslado. Siento dejar el Juzgado de Familia, mi intención era jubilarme en él. Ahora me voy como magistrado a la sección 4 de la Audiencia. No necesito cambiar el domicilio ya vivo en La Fresneda, y no soy nada urbanita.

-¿Se va con pena?

-Mucha. Me costó tomar la decisión.

-¿Es capaz de poner la otra mejilla?

-Sí, no soy rencoroso y no deseo mal a nadie, y si alguna vez me necesitan, aquí estaré. No pienso en mis enemigos, estos dejan de existir.

-Dicen que su trabajo en Gijón ha sido determinante para la Judicatura..

-Creamos el Juzgado de Familia, yo fui el primer juez. Incluimos innovaciones y muchos proyectos; algunos están funcionando y otros no sabemos que futuro les espera. Este juzgado está al límite; con un poco más de plantilla y apoyo a los proyectos por parte del Gobierno sería más llevadero.

-¿Qué contempla un Juzgado de Familia?

-Separaciones, divorcios, liquidación de patrimonios, conflictos entre familiares, incapacidad, demencias, medidas de apoyo, internamiento psiquiátrico...

-¿Cuál es el mayor problema?

-Los procesos de incapacidad son los que más duelen y cuesta tomar decisiones. Es importante que no te engañen cuando en realidad el móvil es económico o de estorbo. Es triste. Aunque también se ve lo contrario, familias que tratan de proteger al encausado.

-¿Hay falta de amor en esta sociedad?

-Mucha y de sacrificio. Una cultura que piensa que los juzgados tienen que arreglarlo todo, o si no el psiquiatra, y ellos nunca, está enferma de comodidad e irresponsabilidad. Por eso son fundamentales los mecanismos de mediación, el arbitraje, y es una pena que no se invierta en ellos; hay intereses económicos por medio.

-¿Se lleva los problemas a casa?

-No, desconecto automáticamente, y dejo de acordarme de ellos.

-¿Quién es su enemigo público?

-La gente falsa, la que no es coherente, la retorcida. Me gustan las cosas claras.

-¿La Justicia española va tan mal como dicen?

-No, pero sufre muchas carencias. Para los pocos medios que tenemos funciona muy bien. Habría que optimizar lo que hay y que las reformas cuenten más con nosotros; no somos convidados de piedra.

-¿Alguna de sus decisiones ha creado jurisprudencia?

-No, pero he introducido criterios que ayudan a resolver conflictos. Lo saben y lo dicen algunos abogados. Si estos colaboran, hablando se resuelven o encarrilan el 90 por ciento de los casos. Lo curioso es que los hijos suelen ser más maduros que los padres. A los problemas hay que darles cara pronto, si no se enquistan, por eso yo soy partidario de la comparecencia rápida para enfrentar a las partes con sus abogados. Así, muchas veces no se precisa el juicio, todo queda arreglado.

-¿Está aún en vigor el machismo?

-Creo que estamos pasando al otro extremo, al feminismo. En el Derecho de Familia siempre sale perdiendo el hombre. Luchamos por la igualdad, pero cuando hay una separación no la hay.

-¿Alguna vez han tratado de darle gato por liebre?

-Siempre, pero el juez está obligado a sacar la verdad material para proteger al menor o al cónyuge más desprotegido. La experiencia nos hace psicólogos.

-¿Quién ha sido su maestro en la vida?

-Mi padre, Manuel Campo Lastra, una persona recta y coherente. Nos educó diciendo: "No voy a prohibiros nada, os doy responsabilidad". Y no hubo problemas.

-¿Con qué se le parte el corazón?

-Con el maltrato infantil, con la penuria moral y la falta de valores.

-¿Y su indulgencia, hacia dónde se inclina?

-A todas partes, y mucho más si hay arrepentimiento. He descubierto que soy un juez de familia vocacional.

-Según eso, ¿este cambio era tan necesario?

-Mi familia necesitaba una etapa de tranquilidad. Y me faltaron apoyos. Cuando transcurran dos años pensaré en volver a ser juez de familia.

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