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Los recuerdos de una larga saga familiar

Los Valdés no temen al fuego

Los hermanos Miguel Ángel y Juan José son el último eslabón de una familia que ha estado presente en el cuerpo de bomberos gijonés durante cinco generaciones

Primera brigada de Bomberos, con Marcelino Valdés Montoto primero por la derecha en la fila de atrás.

Adrián Valdés tiene seis años. Como muchos niños pequeños Adrián juega de vez en cuando con un coche de bomberos y dice que de mayor quiere dedicarse a apagar fuegos. Si lo hace será como su padre. Y su tío. Y su abuelo. Y su bisabuelo. Y su tatarabuelo. Y su trastarabuelo. Y es que el pequeño nació en 2010 dentro de una de las sagas familiares más curiosas de Gijón: los Valdés. Una familia que ya acumula cinco generaciones al servicio del cuerpo de extinción de incendios de la ciudad. Aseguran que nunca han utilizado su puesto para beneficiar a su familia. No ha habido enchufes. Todo se debe, insisten una y otra vez, a una "feliz coincidencia". Pero lo que está claro es que estos asturianos tienen una historia que contar.

Poco antes de que el parque de bomberos de Roces acoja mañana los actos de la fiesta patronal, en una institución con 126 años de historia, LA NUEVA ESPAÑA reúne a los tres supervivientes de esta saga. Ellos son los que más saben, por experiencia y por memoria, del servicio. No en vano llevan ya más de un siglo sirviendo en uno de los cuerpos de seguridad más valorados por los gijoneses. "Cuando eres pequeño lo ves en casa y supongo que se te pega pero aquí no hubo presión de nadie hacia nadie, todos hicimos lo que queríamos", relata Juan José Valdés Campa. Él ya está jubilado pero su trabajo lo continúan a día de hoy sus dos hijos varones: Juan José y Miguel Ángel Valdés Batalla, los últimos -de momento-, de esta larga rama de bomberos del árbol familiar. Ni ellos mismos saben fechar cuando empezó todo.

"Mi bisabuelo trabajaba como operario del Ayuntamiento. Valían para todo. Tan pronto hacían de carpinteros como de bomberos. Los iban llamando y ayudaban en lo que podían. Por aquel entonces no era como ahora", cuenta Juan José Valdés Campa. En ese momento se fija el inicio de la relación de la familia con los bomberos. Era 1848. Hay que remontarse tan atrás en el tiempo que hasta falla la memoria al intentar acordarse del nombre del antepasado.

La primera generación de "ayudantes municipales" dio paso a la representada por Juan Valdés Díaz. Era 1890 y acababa de crearse oficialmente el cuerpo de funcionarios de extinción de incendios. Los Valdés ya estaban ahí. El primero de la familia que entró en el cuerpo oficial tenía un puesto de responsabilidad: era el guardaparque. Un cargo que ocupó durante más de 40 años hasta que lo dejó en manos de su hijo Marcelino Valdés Montoto en 1932. Entre sus funciones estaba -tal y como recuerda el historiador Javier Granda en el libro "El cuerpo de Bomberos de Gijón, 125 años luchando contra el fuego"-, la del control y la custodia del todo el material y los útiles de la brigada. O la de ir a casa de sus compañeros a despertarles cuando había un fuego. Y es que el servicio ha evolucionado mucho."La tecnología desde luego que no es la misma pero tampoco son los mismos los accidentes o los fuegos a los que nos enfrentamos. Todo cambia", reconoce el más joven de la familia, Miguel Ángel Valdés Batalla. Lo que no ha cambiado en más de un siglo es que ellos siempre ha estado ahí. En 1962 llegó la cuarta generación de los Valdés, la de Juan José Valdés Campa.

"Al volver de la mili entré en la escuela de Bomberos. Antes no quería nadie estar ahí. Trabajábamos mucho y cobrábamos poco. Había sido carpintero pero Luis Junquera Muñiz, que por aquel entonces era el jefe, me mandó una carta diciendo que iban a meter a más bomberos. No pude venir porque estaba en Canarias pero me incorporé en cuanto me dejaron", recuerda el septuagenario. Al gijonés no se le olvida que creció en el parque de Bomberos situado en la calle San José, donde hoy se ubica la Policía Local. Allí pasó casi toda su vida ayudando a su padre. Excepto los años en los que los bombardeos de la Guerra Civil obligaron a la familia a trasladarse a un almacén de la calle Cienfuegos en el que se reubicó el servicio mientras se reconstruía la sede de San José.

Así, viviendo entre camiones y cascos era imposible que no se le despertara la vocación. No fue el único al que le pasó. Sus dos hijos varones siguieron su ejemplo. Y siguen haciéndolo a día de hoy. Los hermanos Juan José y Miguel Ángel Valdés Batalla trabajan en el parque de Roces en distintos turnos siempre, tal y como recoge la legislación que impide a los bomberos servir al lado de un familiar directo. El segundo fue el último en incorporarse al servicio. Hace alrededor de 20 años, en 1999. Los dos hermanos sonríen cuando escuchan las historias de su padre, muy dado a hablar de los viejos tiempos. Aunque no recuerda bien las fechas hay jornadas laborales que a este abuelo no se le van a borrar nunca de la memoria. Las largas tardes trabajando en el teatro Arango o aquel día en el que saltó la alarma en El Musel.

"Fueron 42 años de servicio. No teníamos ni guantes ni careta. Recogíamos el casco de los compañeros que se jubilaban. Pero hay un día que no se me olvida. Nos llamaron porque hubo un incendio en un barco butanero que iba a descargar en El Musel. Estaban desalojando el puerto y nosotros íbamos en dirección contraria a todo el mundo. Teníamos mucho miedo: el gas estaba congelado y te podía cortar hasta las piernas", relata el veterano. Afortunadamente hoy ya no se viven experiencias tan extremas . "Yo llegué de la mili y empecé en el 96 a prepararme la plaza. No entré hasta tres años después. Lo vi como una buena salida con buenas condiciones laborales", reflexiona Miguel Ángel .

Pero, ¿se habla de trabajo en las comidas familiares de Navidad? Los tres dan la misma respuesta: un "no" rotundo. Se obvia el tema. Todos saben lo que comparten y no hace falta ahondar en ello. "Aprendes a desconectar y a no llevarte los problemas a casa", cuenta Juan José Valdés. "Ahora la gente está más concienciada, no hay tantas tragedias, hay muchos sistemas de alarma", añade.

La gran duda, hoy por hoy, es si el pequeño Adrián o su hermano Miguel, de tres años, seguirán sus pasos. Serían ya la sexta generación de bomberos. Todo un logro que se sumaría al que ya ostenta esta familia: llevar más de siglo y medio protegiendo a los gijoneses de las llamas.

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